Una noche de octubre o noviembre de 1962, Federico Velarde -Fico- y yo llegamos al final de la octava cuadra del jirón Camaná y volteamos a la izquierda por la Colmena para caminar unos cuarenta metros y llegar a “Las papas fritas”. No habría problemas en entrar a ese restaurante bastante caro para sólo consumir un par de tazas de café, ya que después de medianoche el local -además de dos o tres grupos de habituales comensales que hacían largas sobremesas- siempre tenía mesas vacías. Cuando estábamos por entrar, se abrió una de las puertas y salió una persona que quedó mirando con sorpresa a Fico, le hizo una especie de venia y esbozando una sonrisa, le dijo con inconfundible dejo chileno “Hola Pancho”.
Estábamos
cansados y pensábamos tomar un café y coordinar brevemente algunos asuntos ya
que habíamos salido de una larguísima reunión en el local de la
Coordinadora de Frentes Estudiantiles Social Cristianos, COFESC, por lo que Fico le dijo que se había equivocado y avanzó con
intenciones de entrar al restaurante. Sin embargo, el chileno insistió en
llamarlo Pancho y, con cara de haberlo descubierto, le preguntó: ¿no acompañabas
a Oscar Espinosa a la embajada cubana? Y continuó en tono burlón “Aunque
ustedes no me veían, yo sí”. Y le dijo mientras sonreía: “¿Cómo que no eres
Pancho?” y luego de breves segundos añadió: “Pancho… Pancho Oliart”. Nos
miramos con Fico y nuestras mentes retrocedieron cerca de dos años.
ESTÁBAMOS SEGUROS QUE LA LISTA ERA UNA FARSA
El
30 de diciembre de 1960, nos encontrábamos conversando Fico, Francisco Guerra
García -Pancho- y yo. No estábamos tomando un café como habitualmente, sino almorzando
opíparamente en un restaurante de comida norteña que quedaba en un segundo piso
de la cuadra 9 o 10 del jirón Lampa. Hablábamos sobre el inminente anuncio de
la cancillería peruana del rompimiento de relaciones diplomáticas con Cuba,
acusando al gobierno de ese país de realizar una campaña cubana
de apoyo a la posición ecuatoriana sobre el Protocolo de Río de Janeiro y de entregar dinero a decenas de parlamentarios,
políticos, periodistas, intelectuales, dirigentes estudiantiles, dirigentes
sindicales, a cambio de su adhesión a la Revolución Cubana. Ya semanas antes,
el gobierno peruano había cerrado las oficinas en Lima de Prensa
Latina, la agencia cubana de noticias.
Militantes
los tres del Partido Demócrata Cristiano, coincidíamos en que era evidente que
la lista estaba hecha por personas interesadas en desprestigiar a quienes
tenían opiniones divergentes con el gobierno peruano, además del objetivo principal
de que el Perú se sumara a varios países latinoamericanos que ya habían roto
relaciones con Cuba. Fico contaba que había acompañado a la embajada cubana a nuestro
camarada DC Oscar Espinoza, mientras fue presidente de la Federación de
Estudiantes del Perú, FEP y que fueron reuniones informativas donde por cierto,
nunca se había insinuado ningún ofrecimiento de ese tipo. Y no sólo Oscar aparecía
en la lista, sino además acompañado de Pancho Oliart, dijo Fico riéndose,
cuando es justamente el único integrante conocido de la Juventud DC que había
manifestado desde el inicio sus reservas sobre la revolución liderada por Fidel
Castro. Por esto estoy seguro que la lista fue armada y ni siquiera por gente
que conoce bien la política peruana, afirmó.
HABILIDAD PARA OBTENER
INFORMACIÓN
Esa
noche en la puerta de “Las papas fritas”, al igual que yo, Fico recordó los comentarios en
ese almuerzo dos años antes. Inmediatamente puso
cara de haber sido sorprendido y le dijo a su interlocutor si quería
acompañarnos con un café, un ofrecimiento inmediatamente aceptado con una
sonrisa radiante. Apenas nos sentamos a conversar -o
más bien a escuchar- Fico dejó de decir que no era Pancho y yo en ningún
momento lo llamé por su nombre.
Bastaron unos pocos minutos para
que Fico lo convenciera que
podía hablar con confianza, ya que comenzó diciendo que lamentablemente después
de la presidencia de Espinoza, los DC habíamos perdido “frente a los
comunistas” los siguientes congresos de la FEP, en enero de
1961 en Arequipa y en agosto de 1962 en Ica. Después de eso Fico se limitó a
escuchar, interrumpiéndolo sólo para hacer preguntas muy precisas y decir
frases elogiosas sobre la habilidad del tipo. Escuchar, enrumbar la
conversación, incidir en los temas que interesaban, halagar el ego del otro y
seguir escuchando…
El chileno tendría alrededor de
40 años y era un hablador incansable. Había llegado a Lima detrás de un gran
negocio que aún no lograba realizar. Su forma de pensar lo llevó a vincularse a
un grupo de exiliados cubanos e incluso al anticomunista rabioso Eudocio
Ravines y su revista Vanguardia. Aunque no dio detalles, admitió que estaba
financiado por “defensores de la democracia” o algo así y que podía vivir sin
muchos problemas mientras esperaba concretar su negocio. Era militante del
Partido Liberal de Chile, que tres años y medio después se fusionaría con el
Partido Conservador para formar el Partido Nacional que apoyó el golpe de
Pinochet en 1973.
Se dice que los hombres de alto rango
en los servicios de inteligencia suelen tener bajo perfil, nuestro interlocutor
de esa noche seguramente era de muy poco rango pero de muy alto perfil.
En poco más de quince
minutos, el tipo contó cómo había sido convocado a mediados de octubre de 1960
para apostarse con discreción en las cercanías de la embajada cubana y anotar quiénes
la visitaban. Nos dijo que le había servido para ese trabajo haber asistido ese
año a algunas reuniones estudiantiles, principalmente en la Universidad de San
Marcos, pero que también había tenido que estudiar muchas fotografías en un
archivo periodístico que no nombró, aunque resultaba obvio suponer que había sido
de la revista Vanguardia.
CUANDO FICO
SE CONVIRTIÓ EN PANCHO
Cuando Fico le preguntó
cómo lo había identificado, le dijo con suficiencia que a Oscar Espinosa lo
había visto en fotos y también hablando en un mitin en la plaza San Martin (Ver crónica “Estudiantes derriban dos ministros” del
28 de agosto de 2018) pero “a ti te ubicaba perfectamente como
democristiano de San Marcos, te había visto entrar a la embajada un par de
veces acompañando a Espinosa pero no sabía tu nombre”, añadiendo que “cuando hicimos
la lista” tuvo que preguntar cómo se llamaba ese democristiano alto y grueso
que estudiaba Derecho en San Marcos y sus contactos le dijeron que era Francisco
Oliart a quien conocían como Pancho Oliart.
A esas alturas de la
conversación nuestro interlocutor lucía desbocado, parecía como un sí hubiese
estado esperando el momento de contar lo que sabía de ese episodio de las
relaciones internacionales del Perú y destacar la importancia que él había
tenido. Dijo que después de días de vigilancia, a inicios de noviembre del 60
un grupo de exiliados cubanos asaltaron la embajada cubana en Lima y
destruyeron muebles, saquearon archivos y aparentemente obtuvieron
documentación. Dio a entender pero sin mayores detalles, que estuvo entre los
asaltantes, algo improbable ya que algún funcionario de la embajada testigo del
hecho hubiese denunciado la presencia de un chileno porque definitivamente de
haber estado en el asalto no se habría quedado callado.
Nos contó que la idea era
encontrar algún documento para hacer un escándalo, pero que ninguno de los
robados serviría para eso y que se le ocurrió señalar que esa documentación
serviría como demostración que era de la embajada por lo que se debía añadir
algunos falsificados que se ajustaran al objetivo de la operación. Si la idea
era encontrar documentos comprometedores, había que hacer como si lo hubiéramos
encontrado, nos dijo dando a entender que la idea era suya. También que como
conocía más política peruana que los exiliados cubanos había sugerido varios de
los nombres que aparecían en la lista. Sonrió enigmáticamente cuando le
preguntamos que quienes habían hecho el trabajo de falsificación. Y afirmó: son
amigos expertos, trabajan en todo el mundo…
VUELTAS
PARA HACER CREÍBLES DOCUMENTOS FALSOS
En 1960, después que los
periódicos informaron del asalto a la embajada, en la segunda mitad de
noviembre y casi todo el mes de diciembre, corrían rumores de la existencia de
documentos qué significaban una “inaceptable interferencia” del gobierno cubano
en la política peruana. Pero resultaba muy difícil entregar a la prensa los
documentos que seguramente serían examinados con algún rigor. Seguramente por
eso, sus autores buscaron un camino que le diera mayor credibilidad a la lista
de peruanos implicados en trabajar para un gobierno extranjero. Hasta donde me
acuerdo, fue presentada en el congreso chileno por un parlamentario derechista,
después de lo cual un diputado, me parece que perteneciente al gobernante Movimiento
Democrático Pradista, reveló la existencia del documento que estaba circulando “internacionalmente”
y entregó copias a sus colegas y a la prensa peruana. El objetivo era el
escándalo mediático y resultaba mejor que llegara a la prensa cuando
previamente había circulado por dos parlamentos. Fue así como nos enteramos
todos de la existencia del listado…
En los días siguientes, con el
ambiente político caldeado por las revelaciones periodísticas, muchos
dirigentes políticos vinculados al gobierno comenzaron a justificar la ruptura
de relaciones, mientras los aludidos rechazaban indignados las acusaciones. El
4 o 5 de enero de 1961, se presentaron ante el Senado los ministros de Gobierno
y Policía, Ricardo Elías Aparicio, y de Guerra, general Alejandro Cuadra
Ravines, llevando información de inteligencia nacional sobre hechos que ponían
en peligro la democracia peruana, pero que sólo se sustentaba en la ya famosa
lista, creo que con algunos añadidos. Un momento dramático se produjo cuando
fue mencionado como uno de los que recibían dinero, un fundador del Partido
Comunista en Arequipa y hermano del senador Alfonso Montesinos y Montesinos.
“Miserables…”, exclamó el parlamentario mientras avanzaba sobre los ministros y
añadía a gritos que ese hermano había fallecido unos años antes.
ESTADOS
UNIDOS BUSCABA ROMPIMIENTO DE RELACIONES
En las semanas posteriores
continuó el debate público que sirvió para restar crédito a los documentos exhibidos
y que habían servido para justificar la ruptura de relaciones diplomáticas, con
la cual nuestro gobierno se sumó a los de Nicaragua, Guatemala, Haití,
República Dominicana y Paraguay, que dieron un mejor escenario para la ruptura
del gobierno norteamericano cinco días después, interesado en aislar a Cuba
como primer paso para el bloqueo total contra ese país, cuando se cortó todo
tipo de vínculo comercial, un bloqueo que se mantiene por cerca de sesenta años.
En los meses y años siguientes,
circularon publicaciones donde se señalaba a la CIA, Agencia Central de
Inteligencia de los Estados Unidos como la responsable de la elaboración de los
documentos falsificados que se habían mostrado como si hubiesen salido de los
archivos de la embajada cubana en Lima. A los Estados Unidos le interesaba
fomentar el distanciamiento de los países latinoamericanos de Cuba, ya que en
esos momentos el enfrentamiento a la Revolución Cubana era vital en su política
exterior.
El escritor y ex agente de la
CIA ,Philip Agee, quien trabajó en esa agencia a fines de los años cincuenta y
toda la década de los sesenta, se refirió en uno de sus libros al importante
papel que la estación en Lima de la CIA cumplió en los hechos que culminaron con
la ruptura de relaciones.
CUANDO
PANCHO SE CONVIRTIÓ EN FICO
Casi dos años después del robo
de la embajada y la publicación de los documentos falsificados, sin haberlo
buscado, tuvimos la oportunidad de encontrarnos casualmente con alguien que nos
confirmó que esa lista era un montaje. Habíamos pasado un hora escuchando al
curioso personaje y nos dimos cuenta que ya no había ninguna información
adicional que obtener. Fico me hizo una seña y me dijo “Nos vamos Flaco…”. “De
acuerdo, Fico”, contesté. Al levantarnos, le dio la mano al chileno que había
puesto cara de sorpresa y le dijo: “Mi nombre es Federico. Mis amigos me dicen
Fico. Conozco mucho a Pancho Oliart. El año 60 recién me había trasladado a San
Marcos y Pancho estaba desde antes, por eso era más conocido. Los dos somos
altos, aunque te aseguro que tiene bastantes más kilos que yo”.
Nos salimos hacia la plaza San
Martín para tomar el colectivo que iba por la avenida Brasil. Él se bajaría en
la cuadra 11 y yo en la 23. En el trayecto a pie y en el auto no dejamos de sonreír
y en varios momentos de reír abiertamente recordando los modos de quien se
sentía un gran agente secreto. Lo que no era motivo de risa, fue comprobar que para el rompimiento de relaciones diplomáticas con Cuba, efectivamente hubo injerencia
extranjera aunque no había sido cubana...
En ese almuerzo al final de
1960, Fico, Pancho y yo no podíamos saber que los tres seriamos elegidos
sucesivamente para el cargo de delegado de la Juventud DC al Comité Ejecutivo Nacional del
PDC, entre 1962 y 1967. Mucho menos nos imaginábamos que en la primera década
del lejano nuevo siglo, nos seguiríamos reuniendo para almorzar, ya no ocasionalmente,
sino dos o tres veces al mes.
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