miércoles, 27 de enero de 2021

INFORMANTE MALO CON INFORMACIÓN BUENA (1960/62)

Una noche de octubre o noviembre de 1962, Federico Velarde -Fico- y yo llegamos al final de la octava cuadra del jirón Camaná y volteamos a la izquierda por la Colmena para caminar unos cuarenta metros y llegar a “Las papas fritas”. No habría problemas en entrar a ese restaurante bastante caro para sólo consumir un par de tazas de café, ya que después de medianoche el local -además de dos o tres grupos de habituales comensales que hacían largas sobremesas- siempre tenía mesas vacías. Cuando estábamos por entrar, se abrió una de las puertas y salió una persona que quedó mirando con sorpresa a Fico, le hizo una especie de venia y esbozando una sonrisa, le dijo con inconfundible dejo chileno “Hola Pancho”.

Estábamos cansados y pensábamos tomar un café y coordinar brevemente algunos asuntos ya que habíamos salido de una larguísima reunión en el local de la Coordinadora de Frentes Estudiantiles Social Cristianos, COFESC, por lo que Fico le dijo que se había equivocado y avanzó con intenciones de entrar al restaurante. Sin embargo, el chileno insistió en llamarlo Pancho y, con cara de haberlo descubierto, le preguntó: ¿no acompañabas a Oscar Espinosa a la embajada cubana? Y continuó en tono burlón “Aunque ustedes no me veían, yo sí”. Y le dijo mientras sonreía: “¿Cómo que no eres Pancho?” y luego de breves segundos añadió: “Pancho… Pancho Oliart”. Nos miramos con Fico y nuestras mentes retrocedieron cerca de dos años.

ESTÁBAMOS SEGUROS QUE LA LISTA ERA UNA FARSA

El 30 de diciembre de 1960, nos encontrábamos conversando Fico, Francisco Guerra García -Pancho- y yo. No estábamos tomando un café como habitualmente, sino almorzando opíparamente en un restaurante de comida norteña que quedaba en un segundo piso de la cuadra 9 o 10 del jirón Lampa. Hablábamos sobre el inminente anuncio de la cancillería peruana del rompimiento de relaciones diplomáticas con Cuba, acusando al gobierno de ese país de realizar una campaña cubana de apoyo a la posición ecuatoriana sobre el Protocolo de Río de Janeiro y de entregar dinero a decenas de parlamentarios, políticos, periodistas, intelectuales, dirigentes estudiantiles, dirigentes sindicales, a cambio de su adhesión a la Revolución Cubana. Ya semanas antes, el gobierno peruano había cerrado las oficinas en Lima de Prensa Latina, la agencia cubana de noticias.

Militantes los tres del Partido Demócrata Cristiano, coincidíamos en que era evidente que la lista estaba hecha por personas interesadas en desprestigiar a quienes tenían opiniones divergentes con el gobierno peruano, además del objetivo principal de que el Perú se sumara a varios países latinoamericanos que ya habían roto relaciones con Cuba. Fico contaba que había acompañado a la embajada cubana a nuestro camarada DC Oscar Espinoza, mientras fue presidente de la Federación de Estudiantes del Perú, FEP y que fueron reuniones informativas donde por cierto, nunca se había insinuado ningún ofrecimiento de ese tipo. Y no sólo Oscar aparecía en la lista, sino además acompañado de Pancho Oliart, dijo Fico riéndose, cuando es justamente el único integrante conocido de la Juventud DC que había manifestado desde el inicio sus reservas sobre la revolución liderada por Fidel Castro. Por esto estoy seguro que la lista fue armada y ni siquiera por gente que conoce bien la política peruana, afirmó.

HABILIDAD PARA OBTENER INFORMACIÓN

Esa noche en la puerta de “Las papas fritas”, al igual que yo, Fico recordó los comentarios en ese almuerzo dos años antes. Inmediatamente puso cara de haber sido sorprendido y le dijo a su interlocutor si quería acompañarnos con un café, un ofrecimiento inmediatamente aceptado con una sonrisa radiante. Apenas nos sentamos a conversar -o más bien a escuchar- Fico dejó de decir que no era Pancho y yo en ningún momento lo llamé por su nombre.

Bastaron unos pocos minutos para que Fico lo convenciera que podía hablar con confianza, ya que comenzó diciendo que lamentablemente después de la presidencia de Espinoza, los DC habíamos perdido “frente a los comunistas” los siguientes congresos de la FEP, en enero de 1961 en Arequipa y en agosto de 1962 en Ica. Después de eso Fico se limitó a escuchar, interrumpiéndolo sólo para hacer preguntas muy precisas y decir frases elogiosas sobre la habilidad del tipo. Escuchar, enrumbar la conversación, incidir en los temas que interesaban, halagar el ego del otro y seguir escuchando…

El chileno tendría alrededor de 40 años y era un hablador incansable. Había llegado a Lima detrás de un gran negocio que aún no lograba realizar. Su forma de pensar lo llevó a vincularse a un grupo de exiliados cubanos e incluso al anticomunista rabioso Eudocio Ravines y su revista Vanguardia. Aunque no dio detalles, admitió que estaba financiado por “defensores de la democracia” o algo así y que podía vivir sin muchos problemas mientras esperaba concretar su negocio. Era militante del Partido Liberal de Chile, que tres años y medio después se fusionaría con el Partido Conservador para formar el Partido Nacional que apoyó el golpe de Pinochet en 1973.

Se dice que los hombres de alto rango en los servicios de inteligencia suelen tener bajo perfil, nuestro interlocutor de esa noche seguramente era de muy poco rango pero de muy alto perfil.

En poco más de quince minutos, el tipo contó cómo había sido convocado a mediados de octubre de 1960 para apostarse con discreción en las cercanías de la embajada cubana y anotar quiénes la visitaban. Nos dijo que le había servido para ese trabajo haber asistido ese año a algunas reuniones estudiantiles, principalmente en la Universidad de San Marcos, pero que también había tenido que estudiar muchas fotografías en un archivo periodístico que no nombró, aunque resultaba obvio suponer que había sido de la revista Vanguardia.

CUANDO FICO SE CONVIRTIÓ EN PANCHO

Cuando Fico le preguntó cómo lo había identificado, le dijo con suficiencia que a Oscar Espinosa lo había visto en fotos y también hablando en un mitin en la plaza San Martin (Ver crónica “Estudiantes derriban dos ministros” del 28 de agosto de 2018) pero “a ti te ubicaba perfectamente como democristiano de San Marcos, te había visto entrar a la embajada un par de veces acompañando a Espinosa pero no sabía tu nombre”, añadiendo que “cuando hicimos la lista” tuvo que preguntar cómo se llamaba ese democristiano alto y grueso que estudiaba Derecho en San Marcos y sus contactos le dijeron que era Francisco Oliart a quien conocían como Pancho Oliart.

A esas alturas de la conversación nuestro interlocutor lucía desbocado, parecía como un sí hubiese estado esperando el momento de contar lo que sabía de ese episodio de las relaciones internacionales del Perú y destacar la importancia que él había tenido. Dijo que después de días de vigilancia, a inicios de noviembre del 60 un grupo de exiliados cubanos asaltaron la embajada cubana en Lima y destruyeron muebles, saquearon archivos y aparentemente obtuvieron documentación. Dio a entender pero sin mayores detalles, que estuvo entre los asaltantes, algo improbable ya que algún funcionario de la embajada testigo del hecho hubiese denunciado la presencia de un chileno porque definitivamente de haber estado en el asalto no se habría quedado callado.

Nos contó que la idea era encontrar algún documento para hacer un escándalo, pero que ninguno de los robados serviría para eso y que se le ocurrió señalar que esa documentación serviría como demostración que era de la embajada por lo que se debía añadir algunos falsificados que se ajustaran al objetivo de la operación. Si la idea era encontrar documentos comprometedores, había que hacer como si lo hubiéramos encontrado, nos dijo dando a entender que la idea era suya. También que como conocía más política peruana que los exiliados cubanos había sugerido varios de los nombres que aparecían en la lista. Sonrió enigmáticamente cuando le preguntamos que quienes habían hecho el trabajo de falsificación. Y afirmó: son amigos expertos, trabajan en todo el mundo…

VUELTAS PARA HACER CREÍBLES DOCUMENTOS FALSOS

En 1960, después que los periódicos informaron del asalto a la embajada, en la segunda mitad de noviembre y casi todo el mes de diciembre, corrían rumores de la existencia de documentos qué significaban una “inaceptable interferencia” del gobierno cubano en la política peruana. Pero resultaba muy difícil entregar a la prensa los documentos que seguramente serían examinados con algún rigor. Seguramente por eso, sus autores buscaron un camino que le diera mayor credibilidad a la lista de peruanos implicados en trabajar para un gobierno extranjero. Hasta donde me acuerdo, fue presentada en el congreso chileno por un parlamentario derechista, después de lo cual un diputado, me parece que perteneciente al gobernante Movimiento Democrático Pradista, reveló la existencia del documento que estaba circulando “internacionalmente” y entregó copias a sus colegas y a la prensa peruana. El objetivo era el escándalo mediático y resultaba mejor que llegara a la prensa cuando previamente había circulado por dos parlamentos. Fue así como nos enteramos todos de la existencia del listado…

En los días siguientes, con el ambiente político caldeado por las revelaciones periodísticas, muchos dirigentes políticos vinculados al gobierno comenzaron a justificar la ruptura de relaciones, mientras los aludidos rechazaban indignados las acusaciones. El 4 o 5 de enero de 1961, se presentaron ante el Senado los ministros de Gobierno y Policía, Ricardo Elías Aparicio, y de Guerra, general Alejandro Cuadra Ravines, llevando información de inteligencia nacional sobre hechos que ponían en peligro la democracia peruana, pero que sólo se sustentaba en la ya famosa lista, creo que con algunos añadidos. Un momento dramático se produjo cuando fue mencionado como uno de los que recibían dinero, un fundador del Partido Comunista en Arequipa y hermano del senador Alfonso Montesinos y Montesinos. “Miserables…”, exclamó el parlamentario mientras avanzaba sobre los ministros y añadía a gritos que ese hermano había fallecido unos años antes.

ESTADOS UNIDOS BUSCABA ROMPIMIENTO DE RELACIONES

En las semanas posteriores continuó el debate público que sirvió para restar crédito a los documentos exhibidos y que habían servido para justificar la ruptura de relaciones diplomáticas, con la cual nuestro gobierno se sumó a los de Nicaragua, Guatemala, Haití, República Dominicana y Paraguay, que dieron un mejor escenario para la ruptura del gobierno norteamericano cinco días después, interesado en aislar a Cuba como primer paso para el bloqueo total contra ese país, cuando se cortó todo tipo de vínculo comercial, un bloqueo que se mantiene por cerca de sesenta años.

En los meses y años siguientes, circularon publicaciones donde se señalaba a la CIA, Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos como la responsable de la elaboración de los documentos falsificados que se habían mostrado como si hubiesen salido de los archivos de la embajada cubana en Lima. A los Estados Unidos le interesaba fomentar el distanciamiento de los países latinoamericanos de Cuba, ya que en esos momentos el enfrentamiento a la Revolución Cubana era vital en su política exterior.

El escritor y ex agente de la CIA ,Philip Agee, quien trabajó en esa agencia a fines de los años cincuenta y toda la década de los sesenta, se refirió en uno de sus libros al importante papel que la estación en Lima de la CIA cumplió en los hechos que culminaron con la ruptura de relaciones.

CUANDO PANCHO SE CONVIRTIÓ EN FICO

Casi dos años después del robo de la embajada y la publicación de los documentos falsificados, sin haberlo buscado, tuvimos la oportunidad de encontrarnos casualmente con alguien que nos confirmó que esa lista era un montaje. Habíamos pasado un hora escuchando al curioso personaje y nos dimos cuenta que ya no había ninguna información adicional que obtener. Fico me hizo una seña y me dijo “Nos vamos Flaco…”. “De acuerdo, Fico”, contesté. Al levantarnos, le dio la mano al chileno que había puesto cara de sorpresa y le dijo: “Mi nombre es Federico. Mis amigos me dicen Fico. Conozco mucho a Pancho Oliart. El año 60 recién me había trasladado a San Marcos y Pancho estaba desde antes, por eso era más conocido. Los dos somos altos, aunque te aseguro que tiene bastantes más kilos que yo”.

Nos salimos hacia la plaza San Martín para tomar el colectivo que iba por la avenida Brasil. Él se bajaría en la cuadra 11 y yo en la 23. En el trayecto a pie y en el auto no dejamos de sonreír y en varios momentos de reír abiertamente recordando los modos de quien se sentía un gran agente secreto. Lo que no era motivo de risa, fue comprobar que para el rompimiento de relaciones diplomáticas con Cuba, efectivamente hubo injerencia extranjera aunque no había sido cubana...

En ese almuerzo al final de 1960, Fico, Pancho y yo no podíamos saber que los tres seriamos elegidos sucesivamente para el cargo de delegado de la Juventud DC al Comité Ejecutivo Nacional del PDC, entre 1962 y 1967. Mucho menos nos imaginábamos que en la primera década del lejano nuevo siglo, nos seguiríamos reuniendo para almorzar, ya no ocasionalmente, sino dos o tres veces al mes.

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