Recientemente he escrito sobre Afanasiev, un traductor que tuvimos
cuando encabecé una visita de dirigentes del Partido Socialista Revolucionario
a la entonces Unión Soviética en 1981 (Ver crónica “Interpretando a traductor”
del 30 de julio de 2017). Entre 1964 y 1990 en los distintos viajes que realicé
por razones políticas, tuve muchos traductores en idiomas tan distintos como el
alemán, el francés, el italiano, el serbocroata, el ruso, el polaco, el
búlgaro, el checo, el árabe, el rumano, el coreano y el chino mandarín.
No traductores de profesión sino anfitriones, amigos o conocidos, me sirvieron de intérpretes del inglés, sueco, danés y holandés. Y en 1981 me tradujeron frases en moldavo previamente traducidas al ruso. Es decir un moldavo hablando con un compatriota que lo traducía al ruso para que Afanasiev me las dijera en castellano. Aunque su escritura era con caracteres del alfabeto cirílico, el idioma en realidad era el mismo que en Rumanía donde se usa el alfabeto latino, aunque en esos momentos me aseguraron que tenía algunas características que lo diferenciaba. Sin embargo, diez años después, con la desaparición de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, URSS, por su declaración de independencia Moldavia dejó de ser una república socialista soviética para convertirse en república y estableció el rumano como su idioma oficial.
Cuando hablo de traductores o intérpretes que he tenido, descarto a
quienes me ayudaron en una reunión o me recibieron cuando llegué a algún lugar para
luego derivarme a otro traductor. Más bien, me refiero a quienes me acompañaron
durante más de dos días y en algunos casos hasta incluso alrededor de un mes.
CERCANÍA Y LEJANÍA INDEPENDIENTEMENTE DE RASGOS FÍSICOS
El primero que recuerdo fue un alemán llamado Heinz Göhring quien
además de oficiar de intérprete era parte del equipo de coordinación durante un
seminario en varios países de Europa, organizado por la Fundación Konrad
Adenauer en el otoño de 1964 y en la que participamos 25 dirigentes demócratas
cristianos de catorce países latinoamericanos. De él recuerdo un par de
conversaciones en que se definió como más cercano al temperamento latino. Una
que ya he relatado (Ver crónica “Comparando mis primeras impresiones europeas”
del 17 de julio de 2015) cuando un austriaco equiparó una infidelidad con el
robo de una manzana. La otra cuando contó que le contrariaba que algunas
familias alemanas consideraban normal que una hija de 18 años apareciera en el
comedor presentando a un joven que había pasado la noche con ella, luego de
haberse conocido el día anterior. En ambos casos, Heinz compartía los reparos
latinoamericanos.
Pero así como podía haber cercanía con ese traductor alemán muy alto y
rubicundo que de haber venido al Perú hubiese sido catalogado como extranjero
sin ninguna duda, no la podía tener con otro traductor de pelo negro, talla
mediana y rostro moreno que en nuestro país hubiese sido un peruano más, quizás
del norte. Se llamaba Farez y fue mi intérprete de árabe en mi primer viaje a
Iraq. A pesar de los 30 años trascurridos aún recuerdo cómo insistía en calificar
la monogamia como antinatural después que viéramos en el restaurante del hotel
a hombres comiendo en mesas que compartían con dos o tres esposas y numerosos
hijos.
NI LOS JÓVENES NI LOS MADUROS NECESARIAMENTE SE PARECEN
Afanasiev tenía algo más de cincuenta años y trabajaba como traductor
en alguna editorial y ocasionalmente acompañando a delegaciones estatales o
partidarias. En momentos de las comidas nos acompañaba en la mesa y mantenía
largas conversaciones con los tres integrantes de nuestra delegación, tratando
de encontrar similitudes y diferencias entre nuestras culturas. Más de una vez
se refería a sus experiencias como intérprete décadas atrás.
Pero la veteranía no hace necesariamente conversador al traductor. Nos
pasó en 1990 con Way Li atentísimo guía y traductor en Beijing quien
seguramente tenía bastante más de 50 años de edad y contaba con la experiencia
de haber trabajado fuera de la República Popular de China en algunas embajadas
de su país, incluyendo la del Perú. Traducía incansablemente del chino al
castellano y del castellano al chino todo lo que se hablaba en las reuniones
que un grupo de cuatro latinoamericanos teníamos. Nos traducía también las
explicaciones de tipo cultural, en museos o frente a monumentos y por cierto en
la visita a la Muralla China. Estaba atento a nuestros requerimientos y
preguntas. Pero cuando almorzábamos o cenábamos en el hotel nos consultaba para
realizar los pedidos al camarero y se retiraba rápidamente. Sólo compartimos
mesa con él cuando tuvimos comidas con dirigentes o funcionarios chinos.
La juventud de los traductores -en este caso traductoras- tampoco
significó el mismo comportamiento. Svetlana y Lavigna fueron dos traductoras de veinte
y pocos años que tuvimos dos delegaciones partidarias en Bulgaria y Rumanía en
1987 y 1989 respectivamente. Las dos recién terminadas sus carreras o a punto
de terminarlas hablaban correctísimamente el español. Atentas ambas a las
delegaciones a su cargo, una conversadora muy amena y dispuesta a preguntar
para conocer sobre un país y un continente que le llamaba la atención mientras
la otra se limitaba a hablar sólo lo indispensable. En lo que se parecían era
que evitaban cualquier conversación que significara alguna opinión sobre la
situación política en que vivían, pero se podía notar en ambas jóvenes que no
tenían idea sobre lo precaria que podía ser en esa época la conducción de sus
países por los respectivos partidos comunistas. Más grave por cierto en el caso
de Lavigna, ya que antes de un mes de habernos despedido de ella el líder de Rumanía
por décadas y en esos días ovacionado, habría desaparecido (ver crónica “Vi a Ceausescu un mes antes que fuera fusilado” del 23 de marzo de 2016).
Otra traductora joven fue Shi que en Pyongyang se encargó de ayudarnos
con la traducción a dos peruanos y un boliviano en 1990. Segundos antes que
llegáramos a la puerta de la casa de protocolo en que estábamos alojados dispuestos
a salir, aparecía sonriente y nos acompañaba silenciosamente. No decía nada en
el trayecto a los buses o al comedor, salvo que alguno de nosotros le
preguntara algo. A la salida del comedor nos esperaba para acompañarnos. Shi se
dirigía a nosotros que no teníamos forma de distinguirla entre una veintena de
intérpretes todas jovencitas delgadas, de baja estatura, vestidas de blusa
blanca y falda negra, peinadas con el cabello negro amarrado atrás y por cierto
con ojos rasgados…
LA DEPENDENCIA DEL TRADUCTOR ES MUY GRANDE
La única mala experiencia que he vivido con traductores fue cuando llegué
a Moscú como secretario general del PSR invitado por el Partido Comunista de la
Unión Soviética, PCUS, a participar en el “Encuentro de representantes de
partidos y movimientos con ocasión del 70 aniversario de la Gran Revolución de
Octubre” al cual asistieron 178 delegaciones de los cinco continentes, así como
para estar presente en varias otras actividades relacionadas con ese
aniversario (Ver
crónica “Nadie sabía que era la última gran celebración” del 24 de marzo de
2017). Había delegaciones de
una o dos personas. La delegación del PSR era sólo yo. Como supe poco después de
arribar a la capital soviética, cada una tenía asignada un traductor y auto con
chofer desde el momento en que llegaba. La
noche del 31 de octubre de 1987 que llegué al aeropuerto Sheremétievo, cuando
salí del avión me esperaba Nicolai, el traductor que se me había asignado.
Hay que tener en cuenta que cuando uno llega para participar de alguna
reunión a un país cuyo idioma no conoce -en mi caso a cualquier país en que no
se hable español- depende totalmente del traductor que le hayan asignado. El
tenerlo cerca da la seguridad de poder entender las indicaciones sobre la
reunión en la que se participará, pero también cualquier otra cosa desde cómo
localizar a algún compatriota al que se lleva un encargo, o dónde encontrar
algún recuerdo que se quiere comprar o cómo dar indicaciones de lavandería en
el hotel, etc. En algunos casos, como en seminarios de 20 ó 25 personas en que
he participado, si todos los participantes hablan el mismo idioma hay un par de
traductores que se organizan para recibir a los invitados en los aeropuertos y
pueden dar indicaciones colectivamente o atender los requerimientos
individuales, considerando que todos están alojados en el mismo lugar. También
ocurre que en reuniones más grandes se vea a diversos grupos que reciben las
indicaciones simultáneamente en distintos idiomas, aunque el evento mismo sea
con traducción simultánea donde cada uno de los participantes reciba la
traducción a través de audífonos en cuatro, cinco o más idiomas.
Pero volvamos a esa llegada a Moscú, Nicolai inmediatamente se encargó
de traducirme las palabras de bienvenida de un alto funcionarios del Partido
PCUS. Luego pidió mi pasaporte y el ticket de equipaje y dejó encaminado el
trámite de migraciones, así como el número de habitación para que me llevaran
la maleta. Siendo cerca de la medianoche, en menos de veinte minutos estábamos
ya en el nuevo hotel “Octubre” donde llegué rendido después de más de 25 horas
de viaje.
NO ME CAYÓ BIEN DESDE EL INICIO
Recién al día siguiente después del desayuno es que comencé a evaluar
a mi traductor. Fue después que me informó que las actividades previas a la
celebración comenzaban a las cuatro de la tarde y le pedí trasladarnos a la
universidad Patricio Lumumba para dejarle un encargo al hijo de un compañero que
allí estaba estudiando. Ese día la temperatura había bajado de cero y mientras
nos encaminábamos a la universidad, cada cierto tiempo Nicolai lanzaba fuertes carcajadas
y hacía comentarios con el chofer mezclando palabras con risotadas. Cuando
iniciaba una nueva serie de carcajadas, lo interrumpí y le pregunté la razón de
su risa y me mostró un vehículo remolcado por una grúa. Su dueño no había
previsto la primera helada de la temporada y tenía el radiador con hielo en
lugar de agua, explicó. Pero no me gustó que algún comentario burlón que hizo sonara
también a gozo con la desgracia ajena…
Aunque las delegaciones que ya se encontraban en Moscú no llegaba aun
a más de cuarenta, ya que se esperaba para el resto de la tarde y la noche de
ese día y en la madrugada y primeras horas del día siguiente al grueso de los
invitados. Los que tenían obligaciones de gobernantes están previstos solo para
el Encuentro y el día central de desfile y acto conmemorativo.
Los invitados presentes se concentraron esa tarde en la Plaza Roja
frente al mausoleo de Lenin en la parte exterior del Kremlin donde dejaron una
ofrenda floral. Luego caminaron unos doscientos metros para voltear casi
inmediatamente y toparse con el monumento al Soldado Desconocido, donde se dejó
otra ofrenda. Aun cuando en ese momento no estaba la temperatura bajo cero el
frío era intenso y hacía tiritar a todos los que no estábamos acostumbrados a
temperaturas extremas. Aun no se llegaba a la mitad del otoño y ya se
soportaban temperaturas invernales.
Nuestros anfitriones decidieron que debíamos proveernos de algo de
ropa invernal y nos dirigimos en nuestro auto con Nicolai a unos grandes
almacenes en la misma Plaza Roja. Entiendo que hasta hoy se llaman GUM,
iniciales creo de "Principales Tiendas Universales". Aunque el
imponente edificio de tres pisos tenía más de doscientos metros de frente y
dentro había una galería con infinidad de tiendas -y me enteré después que
incluso algunas oficinas y unas pocas viviendas- nos dirigimos a una pequeña y
discreta puerta en la parte exterior del primer piso que estaba resguardada por
un guardia. No había un letrero como para que los transeúntes se enteraran de
la existencia de una tienda, sino una discreta placa de metal que indicaba alguna
dependencia administrativa. Llegamos en varios autos, calculo que unos treinta,
la mayoría latinoamericanos que al tener que viajar durante más horas habíamos
llegado antes. Una vez adentro nos encontramos con una tienda sin ventanales a
la galería, no muy grande pero excelentemente surtida. Estamos en el almacén
del Comité Central, me dijo Nicolai en tono de confidencia.
Ya había estado en esa tienda en 1981 con Afanasiev quien me explicó
que eran tiendas para invitados donde se podía escoger las cosas con
tranquilidad ya que había escaso público y los precios eran similares al de
todas las tiendas. Esto era cierto, pero habría que añadir que existían algunos
productos importados similares a algunos que se encontraban en una especie de tiendas
“duty-free” que se encontraban en
hoteles para turistas y donde sólo se podía comprar en dólares. En ese almacén sólo
se compraba en moneda local, rublos.
Pero volvamos a esa llegada con Nicolai. Recuerdo que además de artículos
para abrigarme, compré un plato decorativo para aumentar mi colección. Al
enterarse, mi traductor me dijo que los productos de artesanía eran de mejor
acabado que los que se encontraban en otras tiendas y los precios no diferían. Cuando
salimos me di cuenta que mi interprete llevaba sus propias compras. Cuando
subimos al auto me comentó que lamentaba no haber tenido más dinero en el
bolsillo. Y minutos después cuando llegamos al hotel me hizo el mismo
comentario. En ese momento no le di importancia a esa reiteración…
TRADUCTOR DESUBICADO Y APROVECHADO
Pero dos días después de salir bastante tarde de la sesión conjunta
del Comité Central del PCUS, el Soviet Supremo de la URSS y el Soviet Supremo
de la Federación Rusa, almorcé como a las tres de la tarde con mi intérprete. Le
dije que como faltaban dos horas para salir a una visita quería aprovechar para
dar un vistazo a una conocida tienda de juguetes muy grande, para ver qué podía
comprare después a mis hijos. Inmediatamente salió presuroso a buscar al chofer
y cinco minutos después estaba recogiéndome en la puerta del hotel para
llevarme directamente… al almacén del Comité Central. Me porfió que allí había
gran variedad de juguetes que no resultó cierto y después de unos minutos salí
yo fastidiado de no encontrar nada apropiado y él con paquetes.
El día 6, terminado ya el Encuentro y en la víspera del desfile y
celebración del 70 aniversario en la plaza Roja, logré ir de compras para mis
hijos a la tienda que tenía prevista, no sin antes impedir a mi traductor ir antes
una vez más al almacén del Comité Central ni tampoco permitir que lo hiciera a
la vuelta. En la mañana del día anterior a mi regreso, Nicolai me contó toda
una historia sobre algo que le había comprado en ese almacén a alguna mujer de
su familia y cómo otra le había rogado que también se lo consiguiera, Me pidió por
favor pasar brevísimamente por el dichoso almacén y, claro, tenía que entrar yo
porque era una especie de salvoconducto para él. Lo haré por la tranquilidad de
tu familia, le contesté en tono burlón aunque era consciente que se estaba
aprovechando de mí. Esa misma tarde, cuando quiso hacer lo mismo, le contesté
con un NO que no admitía réplica.
Pero mi incomodidad mayor con Nicolai se había producido los días 2 y
3 que se realizó la sesión conjunta ya mencionada. En ambos casos movilicé hacia
su hotel a Alfonso Barrantes en el auto que yo tenía asignado, frente a la
incomodidad del traductor que insistía en tratar al más importante líder peruano
de ese entonces como un “intruso” (Ver crónica “Con Barrantes en Moscú” del 20
de enero de 2017). Si pretendió
hacer algún gesto de desagrado cuando me movilicé con Alfonso al desfile
central en la Plaza Roja y en la recepción en el Kremlin el 7 de noviembre, me
aseguré de comunicárselo previamente al funcionario del departamento
Internacional del PCUS encargado de las relaciones con los partidos del Perú.
Como he dicho en otro momento, algunas personas miden su valor de
acuerdo a la importancia que creen que tienen las personas con las que
trabajan. Y como en esos días yo tenía asignado un auto y Alfonso no, Nicolai
se sentía mejor privilegiando lo que consideraba mi comodidad…
Es con este único traductor con quien me sentí incómodo todo el
tiempo. Tengo bastantes recuerdos de otros traductores, habrá tiempo de hablar
de ellos en futuras crónicas, incluyendo alguno muy joven que, después de
varias semanas de acompañarnos a mi esposa y a mí, confesó que creía conocer más
nuestros gustos que los de sus padres. Se trataba de diplomáticos de los cuales
había vivido alejado durante varios años, salvo en muy cortas vacaciones.
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