martes, 26 de septiembre de 2017

TRADUCTORES: NO TODOS CAEN BIEN (1964-1990)

Recientemente he escrito sobre Afanasiev, un traductor que tuvimos cuando encabecé una visita de dirigentes del Partido Socialista Revolucionario a la entonces Unión Soviética en 1981 (Ver crónica “Interpretando a traductor” del 30 de julio de 2017). Entre 1964 y 1990 en los distintos viajes que realicé por razones políticas, tuve muchos traductores en idiomas tan distintos como el alemán, el francés, el italiano, el serbocroata, el ruso, el polaco, el búlgaro, el checo, el árabe, el rumano, el coreano y el chino mandarín.

No traductores de profesión sino anfitriones, amigos o conocidos, me sirvieron de intérpretes del inglés, sueco, danés y holandés. Y en 1981 me tradujeron frases en moldavo previamente traducidas al ruso. Es decir un moldavo hablando con un compatriota que lo traducía al ruso para que Afanasiev me las dijera en castellano. Aunque su escritura era con caracteres del alfabeto cirílico, el idioma en realidad era el mismo que en Rumanía donde se usa el alfabeto latino, aunque en esos momentos me aseguraron que tenía algunas características que lo diferenciaba. Sin embargo, diez años después, con la desaparición de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, URSS, por su declaración de independencia Moldavia dejó de ser una república socialista soviética para convertirse en república y estableció el rumano como su idioma oficial.

Cuando hablo de traductores o intérpretes que he tenido, descarto a quienes me ayudaron en una reunión o me recibieron cuando llegué a algún lugar para luego derivarme a otro traductor. Más bien, me refiero a quienes me acompañaron durante más de dos días y en algunos casos hasta incluso alrededor de un mes.

CERCANÍA Y LEJANÍA INDEPENDIENTEMENTE DE RASGOS FÍSICOS

El primero que recuerdo fue un alemán llamado Heinz Göhring quien además de oficiar de intérprete era parte del equipo de coordinación durante un seminario en varios países de Europa, organizado por la Fundación Konrad Adenauer en el otoño de 1964 y en la que participamos 25 dirigentes demócratas cristianos de catorce países latinoamericanos. De él recuerdo un par de conversaciones en que se definió como más cercano al temperamento latino. Una que ya he relatado (Ver crónica “Comparando mis primeras impresiones europeas” del 17 de julio de 2015) cuando un austriaco equiparó una infidelidad con el robo de una manzana. La otra cuando contó que le contrariaba que algunas familias alemanas consideraban normal que una hija de 18 años apareciera en el comedor presentando a un joven que había pasado la noche con ella, luego de haberse conocido el día anterior. En ambos casos, Heinz compartía los reparos latinoamericanos.

Pero así como podía haber cercanía con ese traductor alemán muy alto y rubicundo que de haber venido al Perú hubiese sido catalogado como extranjero sin ninguna duda, no la podía tener con otro traductor de pelo negro, talla mediana y rostro moreno que en nuestro país hubiese sido un peruano más, quizás del norte. Se llamaba Farez y fue mi intérprete de árabe en mi primer viaje a Iraq. A pesar de los 30 años trascurridos aún recuerdo cómo insistía en calificar la monogamia como antinatural después que viéramos en el restaurante del hotel a hombres comiendo en mesas que compartían con dos o tres esposas y numerosos hijos.

NI LOS JÓVENES NI LOS MADUROS NECESARIAMENTE SE PARECEN

Afanasiev tenía algo más de cincuenta años y trabajaba como traductor en alguna editorial y ocasionalmente acompañando a delegaciones estatales o partidarias. En momentos de las comidas nos acompañaba en la mesa y mantenía largas conversaciones con los tres integrantes de nuestra delegación, tratando de encontrar similitudes y diferencias entre nuestras culturas. Más de una vez se refería a sus experiencias como intérprete décadas atrás.

Pero la veteranía no hace necesariamente conversador al traductor. Nos pasó en 1990 con Way Li atentísimo guía y traductor en Beijing quien seguramente tenía bastante más de 50 años de edad y contaba con la experiencia de haber trabajado fuera de la República Popular de China en algunas embajadas de su país, incluyendo la del Perú. Traducía incansablemente del chino al castellano y del castellano al chino todo lo que se hablaba en las reuniones que un grupo de cuatro latinoamericanos teníamos. Nos traducía también las explicaciones de tipo cultural, en museos o frente a monumentos y por cierto en la visita a la Muralla China. Estaba atento a nuestros requerimientos y preguntas. Pero cuando almorzábamos o cenábamos en el hotel nos consultaba para realizar los pedidos al camarero y se retiraba rápidamente. Sólo compartimos mesa con él cuando tuvimos comidas con dirigentes o funcionarios chinos.

La juventud de los traductores -en este caso traductoras- tampoco significó el mismo comportamiento. Svetlana y Lavigna fueron dos traductoras de veinte y pocos años que tuvimos dos delegaciones partidarias en Bulgaria y Rumanía en 1987 y 1989 respectivamente. Las dos recién terminadas sus carreras o a punto de terminarlas hablaban correctísimamente el español. Atentas ambas a las delegaciones a su cargo, una conversadora muy amena y dispuesta a preguntar para conocer sobre un país y un continente que le llamaba la atención mientras la otra se limitaba a hablar sólo lo indispensable. En lo que se parecían era que evitaban cualquier conversación que significara alguna opinión sobre la situación política en que vivían, pero se podía notar en ambas jóvenes que no tenían idea sobre lo precaria que podía ser en esa época la conducción de sus países por los respectivos partidos comunistas. Más grave por cierto en el caso de Lavigna, ya que antes de un mes de habernos despedido de ella el líder de Rumanía por décadas y en esos días ovacionado, habría desaparecido (ver crónica “Vi a Ceausescu un mes antes que fuera fusilado” del 23 de marzo de 2016).

Otra traductora joven fue Shi que en Pyongyang se encargó de ayudarnos con la traducción a dos peruanos y un boliviano en 1990. Segundos antes que llegáramos a la puerta de la casa de protocolo en que estábamos alojados dispuestos a salir, aparecía sonriente y nos acompañaba silenciosamente. No decía nada en el trayecto a los buses o al comedor, salvo que alguno de nosotros le preguntara algo. A la salida del comedor nos esperaba para acompañarnos. Shi se dirigía a nosotros que no teníamos forma de distinguirla entre una veintena de intérpretes todas jovencitas delgadas, de baja estatura, vestidas de blusa blanca y falda negra, peinadas con el cabello negro amarrado atrás y por cierto con ojos rasgados…

LA DEPENDENCIA DEL TRADUCTOR ES MUY GRANDE

La única mala experiencia que he vivido con traductores fue cuando llegué a Moscú como secretario general del PSR invitado por el Partido Comunista de la Unión Soviética, PCUS, a participar en el “Encuentro de representantes de partidos y movimientos con ocasión del 70 aniversario de la Gran Revolución de Octubre” al cual asistieron 178 delegaciones de los cinco continentes, así como para estar presente en varias otras actividades relacionadas con ese aniversario (Ver crónica “Nadie sabía que era la última gran celebración” del 24 de marzo de 2017). Había delegaciones de una o dos personas. La delegación del PSR era sólo yo. Como supe poco después de arribar a la capital soviética, cada una tenía asignada un traductor y auto con chofer desde el momento en que llegaba.  La noche del 31 de octubre de 1987 que llegué al aeropuerto Sheremétievo, cuando salí del avión me esperaba Nicolai, el traductor que se me había asignado.

Hay que tener en cuenta que cuando uno llega para participar de alguna reunión a un país cuyo idioma no conoce -en mi caso a cualquier país en que no se hable español- depende totalmente del traductor que le hayan asignado. El tenerlo cerca da la seguridad de poder entender las indicaciones sobre la reunión en la que se participará, pero también cualquier otra cosa desde cómo localizar a algún compatriota al que se lleva un encargo, o dónde encontrar algún recuerdo que se quiere comprar o cómo dar indicaciones de lavandería en el hotel, etc. En algunos casos, como en seminarios de 20 ó 25 personas en que he participado, si todos los participantes hablan el mismo idioma hay un par de traductores que se organizan para recibir a los invitados en los aeropuertos y pueden dar indicaciones colectivamente o atender los requerimientos individuales, considerando que todos están alojados en el mismo lugar. También ocurre que en reuniones más grandes se vea a diversos grupos que reciben las indicaciones simultáneamente en distintos idiomas, aunque el evento mismo sea con traducción simultánea donde cada uno de los participantes reciba la traducción a través de audífonos en cuatro, cinco o más idiomas.

Pero volvamos a esa llegada a Moscú, Nicolai inmediatamente se encargó de traducirme las palabras de bienvenida de un alto funcionarios del Partido PCUS. Luego pidió mi pasaporte y el ticket de equipaje y dejó encaminado el trámite de migraciones, así como el número de habitación para que me llevaran la maleta. Siendo cerca de la medianoche, en menos de veinte minutos estábamos ya en el nuevo hotel “Octubre” donde llegué rendido después de más de 25 horas de viaje.

NO ME CAYÓ BIEN DESDE EL INICIO

Recién al día siguiente después del desayuno es que comencé a evaluar a mi traductor. Fue después que me informó que las actividades previas a la celebración comenzaban a las cuatro de la tarde y le pedí trasladarnos a la universidad Patricio Lumumba para dejarle un encargo al hijo de un compañero que allí estaba estudiando. Ese día la temperatura había bajado de cero y mientras nos encaminábamos a la universidad, cada cierto tiempo Nicolai lanzaba fuertes carcajadas y hacía comentarios con el chofer mezclando palabras con risotadas. Cuando iniciaba una nueva serie de carcajadas, lo interrumpí y le pregunté la razón de su risa y me mostró un vehículo remolcado por una grúa. Su dueño no había previsto la primera helada de la temporada y tenía el radiador con hielo en lugar de agua, explicó. Pero no me gustó que algún comentario burlón que hizo sonara también a gozo con la desgracia ajena…

Aunque las delegaciones que ya se encontraban en Moscú no llegaba aun a más de cuarenta, ya que se esperaba para el resto de la tarde y la noche de ese día y en la madrugada y primeras horas del día siguiente al grueso de los invitados. Los que tenían obligaciones de gobernantes están previstos solo para el Encuentro y el día central de desfile y acto conmemorativo.

Los invitados presentes se concentraron esa tarde en la Plaza Roja frente al mausoleo de Lenin en la parte exterior del Kremlin donde dejaron una ofrenda floral. Luego caminaron unos doscientos metros para voltear casi inmediatamente y toparse con el monumento al Soldado Desconocido, donde se dejó otra ofrenda. Aun cuando en ese momento no estaba la temperatura bajo cero el frío era intenso y hacía tiritar a todos los que no estábamos acostumbrados a temperaturas extremas. Aun no se llegaba a la mitad del otoño y ya se soportaban temperaturas invernales.

Nuestros anfitriones decidieron que debíamos proveernos de algo de ropa invernal y nos dirigimos en nuestro auto con Nicolai a unos grandes almacenes en la misma Plaza Roja. Entiendo que hasta hoy se llaman GUM, iniciales creo de "Principales Tiendas Universales". Aunque el imponente edificio de tres pisos tenía más de doscientos metros de frente y dentro había una galería con infinidad de tiendas -y me enteré después que incluso algunas oficinas y unas pocas viviendas- nos dirigimos a una pequeña y discreta puerta en la parte exterior del primer piso que estaba resguardada por un guardia. No había un letrero como para que los transeúntes se enteraran de la existencia de una tienda, sino una discreta placa de metal que indicaba alguna dependencia administrativa. Llegamos en varios autos, calculo que unos treinta, la mayoría latinoamericanos que al tener que viajar durante más horas habíamos llegado antes. Una vez adentro nos encontramos con una tienda sin ventanales a la galería, no muy grande pero excelentemente surtida. Estamos en el almacén del Comité Central, me dijo Nicolai en tono de confidencia.

Ya había estado en esa tienda en 1981 con Afanasiev quien me explicó que eran tiendas para invitados donde se podía escoger las cosas con tranquilidad ya que había escaso público y los precios eran similares al de todas las tiendas. Esto era cierto, pero habría que añadir que existían algunos productos importados similares a algunos que se encontraban en una especie de tiendas “duty-free” que se encontraban en hoteles para turistas y donde sólo se podía comprar en dólares. En ese almacén sólo se compraba en moneda local, rublos.

Pero volvamos a esa llegada con Nicolai. Recuerdo que además de artículos para abrigarme, compré un plato decorativo para aumentar mi colección. Al enterarse, mi traductor me dijo que los productos de artesanía eran de mejor acabado que los que se encontraban en otras tiendas y los precios no diferían. Cuando salimos me di cuenta que mi interprete llevaba sus propias compras. Cuando subimos al auto me comentó que lamentaba no haber tenido más dinero en el bolsillo. Y minutos después cuando llegamos al hotel me hizo el mismo comentario. En ese momento no le di importancia a esa reiteración…

TRADUCTOR DESUBICADO Y APROVECHADO

Pero dos días después de salir bastante tarde de la sesión conjunta del Comité Central del PCUS, el Soviet Supremo de la URSS y el Soviet Supremo de la Federación Rusa, almorcé como a las tres de la tarde con mi intérprete. Le dije que como faltaban dos horas para salir a una visita quería aprovechar para dar un vistazo a una conocida tienda de juguetes muy grande, para ver qué podía comprare después a mis hijos. Inmediatamente salió presuroso a buscar al chofer y cinco minutos después estaba recogiéndome en la puerta del hotel para llevarme directamente… al almacén del Comité Central. Me porfió que allí había gran variedad de juguetes que no resultó cierto y después de unos minutos salí yo fastidiado de no encontrar nada apropiado y él con paquetes.

El día 6, terminado ya el Encuentro y en la víspera del desfile y celebración del 70 aniversario en la plaza Roja, logré ir de compras para mis hijos a la tienda que tenía prevista, no sin antes impedir a mi traductor ir antes una vez más al almacén del Comité Central ni tampoco permitir que lo hiciera a la vuelta. En la mañana del día anterior a mi regreso, Nicolai me contó toda una historia sobre algo que le había comprado en ese almacén a alguna mujer de su familia y cómo otra le había rogado que también se lo consiguiera, Me pidió por favor pasar brevísimamente por el dichoso almacén y, claro, tenía que entrar yo porque era una especie de salvoconducto para él. Lo haré por la tranquilidad de tu familia, le contesté en tono burlón aunque era consciente que se estaba aprovechando de mí. Esa misma tarde, cuando quiso hacer lo mismo, le contesté con un NO que no admitía réplica.

Pero mi incomodidad mayor con Nicolai se había producido los días 2 y 3 que se realizó la sesión conjunta ya mencionada. En ambos casos movilicé hacia su hotel a Alfonso Barrantes en el auto que yo tenía asignado, frente a la incomodidad del traductor que insistía en tratar al más importante líder peruano de ese entonces como un “intruso”  (Ver crónica “Con Barrantes en Moscú” del 20 de enero de 2017). Si pretendió hacer algún gesto de desagrado cuando me movilicé con Alfonso al desfile central en la Plaza Roja y en la recepción en el Kremlin el 7 de noviembre, me aseguré de comunicárselo previamente al funcionario del departamento Internacional del PCUS encargado de las relaciones con los partidos del Perú.

Como he dicho en otro momento, algunas personas miden su valor de acuerdo a la importancia que creen que tienen las personas con las que trabajan. Y como en esos días yo tenía asignado un auto y Alfonso no, Nicolai se sentía mejor privilegiando lo que consideraba mi comodidad…

Es con este único traductor con quien me sentí incómodo todo el tiempo. Tengo bastantes recuerdos de otros traductores, habrá tiempo de hablar de ellos en futuras crónicas, incluyendo alguno muy joven que, después de varias semanas de acompañarnos a mi esposa y a mí, confesó que creía conocer más nuestros gustos que los de sus padres. Se trataba de diplomáticos de los cuales había vivido alejado durante varios años, salvo en muy cortas vacaciones. 

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