viernes, 23 de septiembre de 2016

AMISTAD SE CONSERVA A TRAVÉS DE LOS AÑOS (1954/58 - 2016)

En el Centro de Convenciones “Daniel Alcides Carrión” del Colegio Médico del Perú, la presentación de Walter Chuquisengo Martínez, como expositor del tema “Nuevas fronteras en el tratamiento de la enfermedad de Alzhéimer” motivó aplausos de quienes se preparaban a escucharlo. La mayoría de los asistentes eran médicos y buena parte de ellos integrantes de la Promoción Julio A. Gastiaburu 1966 de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos que con ésta y otras actividades académicas y sociales celebraban sus Bodas de Oro de egresados. Walter destacado integrante de esa promoción, había llegado la noche anterior desde Miami -donde ejerce su profesión hace décadas- para pasar cinco días de celebraciones con sus condiscípulos con los que comenzó estudios universitarios en 1959. Aunque conocer sobre Alzhéimer es importante, más aun en esta etapa de la vida, mi presencia en la mañana del último 14 de setiembre tenía principalmente otro motivo: saludar al amigo con quien comenzamos nuestros estudios secundarios en 1954.

EDUCACIÓN PÚBLICA ERA DE CALIDAD
En la Gran Unidad Escolar Tomas Marsano -que luego se denominaría Ricardo Palma- en febrero de ese año alrededor de 325 jóvenes aprobamos el llamado “Examen de Madurez Mental” que permitió que se constituyeran siete secciones de primero de secundaria común -llamada así porque también había secundaria industrial y secundaria comercial- agrupadas según el resultado de dicho examen que además otorgaba la condición de enseñanza gratuita para quienes tenían los calificativos más altos y que, creo, constituyeron por lo menos las tres primeras secciones: A, B y C. El jueves primero de abril de 1954 comenzaron nuestras clases y con Walter nos encontramos en el primero “A”. Ese día seguramente la mayoría recién se conocía aunque había algunos que se encontraron con quienes habían terminado la primaria en la misma escuela fiscal o particular. Con Walter y algunos otros hubo en los meses siguientes mayor compenetración que se extendió durante toda la secundaria, pero ni él ni yo –así como tampoco otros con los que me sigo viendo- sospechábamos que podríamos seguir abrazándonos cordialmente 62 años después…

No voy a repetir todo el proceso por el cual de los 325 que ingresamos a primero sólo 103 egresamos de secundaria en 1958 que ya lo detallé en otra oportunidad (ver crónica “Era difícil egresar del colegio” del 14 de septiembre de 2013). En esta época en que se habla de enmendar las deficiencias de la educación, particularmente graves en la educación pública, sí quiero recordar que hace 60 años la educación en los centros estatales era en la mayoría de los casos de mayor calidad que en los colegios privados. Hoy que profesores de secundaria muchas veces se dedican a la enseñanza superior, recuerdo que algunos profesores universitarios enseñaban en los colegios públicos. No es casual entonces que en nuestra promoción escolar haya cinco médicos -aunque quizás me olvide de alguno- además de Walter: José Luis Aroca, Frederick Ortiz, Pedro Quispe, Ángel Haro y Carlos Rimachi.
Justamente en su conferencia, Walter hizo alusión a que había terminado secundaria en la unidad Ricardo Palma y la carrera en la Facultad de Medicina de la Universidad de San Marcos, por lo que se consideraba producto de la educación pública de nuestro país. Y me acordé que me contó años atrás que trataba de venir al Perú cada vez que lo invitaba su facultad para alguna actividad académica y que se negaba a que le pagaran los pasajes o alojamiento porque cualquier aporte para su universidad era poco considerando que su excelente formación profesional no le había costado nada.

CUANDO FUIMOS PADRE E HIJO
Dedicado a la práctica médica y docencia, buena parte de su reconocimiento entre los mejores médicos de USA en cada uno de los últimos 20 años se ha basado en sus aportes como investigador. Pero si alguien pensara que la exposición sobre el Alzhéimer por parte de un científico puede ser difícil de entender para quienes no pertenecen al campo de la ciencia o que un investigador acostumbrado a concentrarse en sus estudios tiene dificultad para hablar ante un auditorio, se equivocaría con Walter. Es buen expositor y sabe cómo hablar con lenguaje sencillo sin perder la rigurosidad y se mueve con total soltura ante los concurrentes a sus charlas.

Mientras lo escucho pienso en mi propia experiencia como expositor, incluidos mítines en plazas públicas. Y no puedo menos que tomar en cuenta que tuvimos la misma escuela: el Club de Teatro de nuestra entrañable unidad escolar. Por cierto que el aprecio por el teatro así como la soltura que adquirimos -en la hora y media que nos quedábamos a ensayar un par de veces por semana- se debió a la dedicación del profesor que con nosotros iniciaba la tarea de maestro que aun hoy mantiene: Ernesto Ráez (ver crónica Todo un maestro de teatro a los 22 años” del 21 de junio de 2013).
Justamente fue Walter quien a nombre de nuestra promoción 1958 y las promociones 1955 y 1963, entregó en Miami un diploma de reconocimiento al maestro Ráez, cuando el 11 de julio de 2013 recibió el trofeo “Premio a una Vida de Dedicación a las Artes Escénicas durante la apertura del XXVIII Festival Internacional de Teatro Hispano de Miami

Sonrío para mí mismo al recordar que el año 1958 éramos parte del elenco que presentó la obra “Juan Soldado” en el teatrín de nuestro colegio, así como en otros colegios de Lima. Nuestros otros compañeros que actuaban eran los ya fallecidos Oscar Álvarez, Néstor Ezequiel Salinas y Ricardo Delgado, así como José Luis Aroca, Víctor Felipe de la Grecca, César Carmelino y Eduardo Peña. Las acciones trascurrían en el pequeño pueblo de Santiago de Pupuja cuyo alcalde era Walter y yo… su hijo. Y no puedo dejar de pensar en las innovaciones que en esa época hicimos cómo que parte del elenco se ubicara dentro del público para desde allí iniciar su actuación, debido a lo estrecho del auditorio. También supimos improvisar, como cuando después que se resbaló el “loco” Delgado y terminó en el suelo del auditorio de la GUE Rosa de Santa María, fue seguido por un diálogo que daba a entender que la espectacular caída era parte de la obra. O cuando Walter tuvo que salir en camisa porque no encontrábamos el sacón negro elegante que usaba el alcalde y minutos después cuando apareció la prenda ingresé yo -su hijo- diciéndole algo así como “ya rescatamos el saco de la casa de empeño”.
LOS RECUERDOS BARRANQUINOS

Pensaba en nuestra experiencia en el teatro escolar mientras me dirigía a escucharlo hace semana y media. Pero dos cuadras antes de llegar al Centro de Convenciones del Colegio Médico, al cruzar la avenida Reducto no pude dejar de voltear la cabeza hacia la izquierda para recordar otras experiencias escolares. Estaba a tres o cuatro cuadras de la antiguamente llamada Quebrada de Armendáriz, límite de Miraflores con Barranco. Unos doscientos metros más allá, después de cruzarla por un puente, en la avenida Grau uno podía bajarse del tranvía a la altura del jirón Buenaventura Aguirre y si caminaba a la derecha se dirigía a las losas de cemento donde se podía jugar fulbito hasta cansarse. Lo hacíamos todos los sábados desde abril hasta mediados de diciembre, ya que ese día las clases terminaban a las diez de la mañana, aunque la mayoría no llegaba en tranvías sino como piloto o pasajero de las bicicletas que en pelotón salían de Surquillo hasta Barranco. Como ya lo he contado en otra oportunidad (ver crónica “Buenos en estudios, malos en deporte” del 26 de noviembre de 2013) terminábamos de jugar cuando el hambre nos llevaba a pensar que era hora de ir a nuestras casas. Y aunque algunos vivíamos bastante lejos, varios vivían cerca pero ninguno tanto como Walter.
Es que si uno bajaba del tranvía y volteaba a la izquierda, luego de caminar unas tres cuadras por Buenaventura Aguirre, llegaba a su casa. Lo hicimos alrededor de diez compañeros de colegio unas tres o cuatro veces. Siempre en la noche del 14 de julio, día del cumpleaños de Walter, para conversar alegremente y para saborear la comida que con mucho cariño preparaba y nos servía su madre. Y también para mirar de reojo a su hermana mayor Gladys mientras ayudaba a su madre. Era muy bonita y miraba desde la altura que le daba tener dos o tres años más que los jovencitos imberbes amigos de su hermano.

En marzo de 1956 salía yo del colegio luego de matricularme cuando me crucé con Walter que llegaba apresurado aunque sonriente. Iba prácticamente a paso ligero porque faltaba poco tiempo para la hora del cierre de las matrículas. Ese año su familia había decidido su ingreso al Colegio Militar Leoncio Prado, pero algún problema en realidad pequeño -no sé sin incipiente miopía o algo así- lo hicieron imposible y tuvo que “volar” al colegio el último día para matricularse. De no ser así sus compañeros más cercanos hubiésemos perdido la suculenta celebración anual.
CONVERSACIONES, EXCURSIONES Y BAILES

Pero también nos hubiésemos perdido numerosas conversaciones, tanto en los recreos o cuando esperábamos iniciar nuestros sabatinos partidos de fulbito o cuando teníamos un descanso en los ensayos de teatro. También durante las excursiones que realizamos. La principal sin duda fue el viaje de promoción a finales de julio y principios de agosto de 1958 que nos permitió conocer las ciudades del sur peruano e incluso atravesar la frontera para llegar hasta Arica y de cuyas vicisitudes ya he hablado anteriormente (ver crónica “A paso de tortuga de Lima a Arica”, del 16 de febrero de 2013). El largo camino en el vetusto ómnibus nos permitió largas tertulias aunque con no más de tres o cuatro participantes ya que estábamos a bordo del vehículo.

Pero hubo excursiones cortas de fin de semana a Chosica un par de veces en 1956 y 1957 en que viajábamos en tren el sábado por la mañana para regresar el domingo en la tarde. Llevábamos conservas, paltas y otras frutas y no recuerdo si agua o gaseosas, que tendrían que ser individuales porque aun no se habían inventado las botellas de tamaño familiar o de más de un litro. Íbamos abrigados e improvisábamos carpas para cubrirnos durante la noche. Alrededor de una fogata que tratábamos de hacer en los bordes del lecho del rio Rímac en meses de escaso flujo de agua, nos sentábamos para hablar todos sobre nuestros sueños adolecentes y los caminos que en el futuro cercano iniciaríamos cada uno. O nos reíamos de las ocurrencias del “loco” Delgado, como cuando trataba de encontrar luces extrañas en el horizonte.

En Chosica: Óscar Álvarez, Walter Chuquisengo, César Carmelino y Juan Paez
 De pie: Germán Neyra, Alfredo Filomeno y Harry Valdivieso. Hincados: Rufino Ishii, Julio Lazo y Óscar Álvarez


De la experiencia de esas salidas fuera de Lima guardo recuerdo, aunque algunos de sus participantes como Álvarez, Delgado y Julio Lazo hace ya muchos años que nos dejaran. O que desde hace más de 20 años nada sabemos de Rufino Ishii Ito viviendo en el lejano Japón. Pero con Carmelino me he visto permanentemente desde que salimos de colegio, con Germán Neyra y Harry Valdivieso con mucha frecuencia. Con Jorge Garrido no tanto, considerando sus periódicos compromisos laborales en Israel. Con Juan Paez -quien reside en Estados Unidos desde finales de los años 60- nos reencontramos recién después de 49 años de dejar el colegio y desde entonces nos hemos visto varias veces. Con Walter no nos vimos desde 1958 hasta una oportunidad muy brevemente en 1984, un año después de celebrar nuestras bodas de plata de egresados del colegio. Sin embargo desde el 2007 retomamos el contacto y prácticamente nos hemos visto y conversado todos los años cuando viene por Lima para ver a su centenaria madre y a atender compromisos académicos. Aunque debo decir que tuve oportunidad de verlo una vez, en marzo o abril de 1959. Fue en una fotografía que el diario El Comercio publicó donde se ve algunos jóvenes postulantes a San Marcos que festejaban su ingreso bailando. Entre los espontáneos bailarines estuve seguro de reconocer a mi compañero de colegio.
 
Y ya que hablo de bailarines no está de más recordar que cuando estábamos en cuarto y quinto de secundaria Walter, Oscar Álvarez, César Carmelino y Fortunato “Nato” Alva Cabracancha, entre otros, era asiduos participantes de fiestas juveniles a las que ni siquiera me invitaban porque conocían de mi incapacidad para distinguir música o bailar. Y aunque no era un factor determinante calculo que también porque no querían lucirse acompañados de alguien que tenía apariencia de hermano bastante menor de cualquiera de ellos, ya que como otra veces he contado yo crecí 17 centímetros durante los dos años posteriores a egresar del colegio.

UN MÉDICO “TODO TERRENO”

Aunque cuando viene al Perú es Walter Chuquisengo Martínez, en los Estados Unidos es Walter C. Martinez, debido a la imposibilidad de los gringos para pronunciar la “ch”. Graduado en San Marcos en 1966 viajó a especializarse a los Estados Unidos al año siguiente. Hizo dos especialidades, no sé en qué orden: en neuropediatría y en neurología para adultos mayores. Su primera especialización fue en una universidad norteamericana que tenía un hospital que permitía practicar a los estudiantes de los últimos años y entrenar a los médicos que estaban siguiendo una especialidad. No sé si ya era el Dr. Martinez o aun el Dr. Chuquisengo cuando ocurrió un episodio determinante en la vida de Walter, que le escuché relatar hace unos diez o doce años a César Carmelino y que leí en la “Crónica de una promoción escolar” de mí también condiscípulo Hernán Caycho hace unos seis años. Calculo que puede haber ocurrido en el invierno que se inició en diciembre de 1968.

Era un frío sábado, nevaba y se desató una tremenda tormenta. Walter ese día no tenía actividades que hacer, por lo que se encontraba en su cuarto en el mismo hospital. Leía y escuchaba música peruana. De pronto sintió una sirena de ambulancia y se quedó a la expectativa. Poco después sintió la sirena de otra ambulancia que llegaba y de otra que se acercaba. No esperó más, se puso su bata de médico y se dirigió a la sección de Emergencia del hospital.
Se encontró con un espectáculo impresionante. Se había producido un choque múltiple y eran numerosos los heridos llevados por paramédicos y bomberos al hospital y parecía que seguirían llegando mientras la antesala aparecía repleta de heridos. Ingresó a los quirófanos de Emergencia y vio a jóvenes médicos que estaban de guardia y los practicantes que los acompañaban no sabían muy bien cómo actuar. Walter entonces asumió el control de la situación y se comportó como médico en jefe de la Asistencia Pública de la avenida Grau –el equivalente en esos años al Hospital de Emergencia Casimiro Ulloa de hoy- y comenzó a ordenar y actuar. Y durante más de cuatro horas en ese espació se cortó, cosió, enyesó, anestesió, operó y varias otras acciones bajo la dirección del joven médico peruano de apellido impronunciable. Cuando pasaron esas decisivas horas iniciales recién comenzaron a llegar los médicos experimentados que habían sido convocados pero que por el mal tiempo demoraron mucho en llegar. En la mayoría de los casos su presencia fue para comentar y felicitar el impecable trabajo médico de Walter. Cuando agotado abandonó la sala de Emergencia se sorprendió de recibir el aplauso de familiares de los heridos, médicos y enfermeras enterados del importantísimo papel que había cumplido…

LA MISMA SENCILLEZ DE SIEMPRE
El suceso no pasó desapercibido para algunos otros centros que ofrecieron a Walter cumplir con la segunda especialización que tenía prevista y muy pronto estuvo trabajando en sus especialidades de Neurología y enseñando a futuros médicos. Pero como creemos que “lo que natura no da, Salamanca no presta…” sin ese episodio el desarrollo de la carrera de Walter quizás hubiese demorado un poco más pero igualmente hubiese llegado a destacar como lo ha hecho.

Escucho a Walter terminar sonriente su exposición en el Colegio Médico. Y pienso en su actuación hace casi 50 años en esa tarde de invierno se debió sin duda a su excelente preparación profesional y a su particular forma de ser. De esa capacitación tiene responsabilidad la universidad de San Marcos. Pero quiero creer que el espíritu solidario, la seguridad para tomar importantes decisiones, así como una correcta evaluación del propio valer, le vienen de la formación que junto con la instrucción nos dieron los maestros de la Gran Unidad Escolar Ricardo Palma. Formación además que hace que mantenga la sencillez y la cordialidad en el trato, algo propio de las personas que no necesitan aparentar nada sino les basta mostrarse tal como son.
A diferencia de otras oportunidades esta vez fue un saludo breve al antiguo amigo. Los cinco días en el Perú le resultaban cortos para dialogar con sus compañeros médicos. Pero vendrán futuras conversaciones cuando regrese a la patria para confraternizar con sus amigos del colegio y continuar hablando con franqueza, entusiasmo y cariño como si tuviéramos sesenta años menos...

1 comentario:

  1. Walter C. Martínez envió este comentario:

    Alfredo:
    Gracias por traer el recuerdo de muy buenos viejos tiempos Como tú hablo al público con mucha frecuencia y no tengo duda que la experiencia que tuvimos en nuestro Club Teatral fue la base de lo que hemos hecho en nuestra vida profesional. No sé si tú te acuerdas que yo tartamudeaba y peor cuando estaba bajo estrés y el teatro me enseñó a vencer este defecto mío.
    Mi memoria no es tan buena como la tuya pero siempre recordaré el consejo del Profesor Raez cuando le expresé mi temor "no permitas que nada interfiera con tus sueños " y este consejo lo he seguido toda mi vida.
    Todavía cuando doy conferencias y siento que me voy a "atracar" cambió la expresión de mi voz y fijo mi atención con alguien en el público. Lo mismo que hacíamos en el teatro y es increíble cómo funciona.
    Siempre ha sido para mí un orgullo de ser producto de educación pública. Estudiamos en Ricardo Palma y estudie medicina en San Fernando. Durante los festejos de mi cincuenta aniversario "bodas de oro" mencionaron a los 10 primeros de mi promoción (acabe octavo en 151) y fue un orgullo para este Ricardo Palmino cuando mencionaron mi nombre
    Recuerdo mucho la quebrada de Armendáriz muy cerca de mi casa en Barranco y la bajada de los baños donde vivía nuestro recordado compañero Oscar Álvarez. Durante mis años de medicina practicaba tabla hawaiana. Cuándo ahora veo qué picado es el mar le doy gracias al Señor que estoy vivo Siempre recordaré los partidos de fulbito los sábados y los viajes como el que hicimos a Arica. Recuerdo vivamente "el polvito escolar" de Ortiz Piscoya cuando la policía lo encuentró en un prostíbulo en Tacna
    Tantas memorias que tenemos Alfredo pero si tengo que vivirlas de nuevas no cambiará NADA
    Gracias
    Walter

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