En el Centro de Convenciones
“Daniel Alcides Carrión” del Colegio Médico del Perú, la presentación de Walter
Chuquisengo Martínez, como expositor del tema “Nuevas fronteras en el tratamiento de la enfermedad de Alzhéimer”
motivó aplausos de quienes se preparaban a escucharlo. La mayoría de los
asistentes eran médicos y buena parte de ellos integrantes de la Promoción Julio A. Gastiaburu 1966
de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos que
con ésta y otras actividades académicas y sociales celebraban sus Bodas de Oro
de egresados. Walter destacado integrante de esa promoción, había
llegado la noche anterior desde Miami -donde ejerce su profesión hace décadas- para
pasar cinco días de celebraciones con sus condiscípulos con los que comenzó
estudios universitarios en 1959. Aunque conocer sobre Alzhéimer es importante, más aun en esta etapa de la vida, mi
presencia en la mañana del último 14 de setiembre tenía principalmente otro motivo:
saludar al amigo con quien comenzamos nuestros estudios secundarios en 1954.
EDUCACIÓN PÚBLICA ERA DE CALIDAD
En la Gran Unidad Escolar Tomas Marsano -que luego se
denominaría Ricardo Palma- en febrero de ese año alrededor de 325 jóvenes
aprobamos el llamado “Examen de Madurez Mental” que permitió que se
constituyeran siete secciones de primero de secundaria común -llamada así porque
también había secundaria industrial y secundaria comercial- agrupadas según el
resultado de dicho examen que además otorgaba la condición de enseñanza
gratuita para quienes tenían los calificativos más altos y que, creo,
constituyeron por lo menos las tres primeras secciones: A, B y C. El jueves
primero de abril de 1954 comenzaron nuestras clases y con Walter nos
encontramos en el primero “A”. Ese día seguramente la mayoría recién se conocía
aunque había algunos que se encontraron con quienes habían terminado la
primaria en la misma escuela fiscal o particular. Con Walter y algunos otros
hubo en los meses siguientes mayor compenetración que se extendió durante toda
la secundaria, pero ni él ni yo –así como tampoco otros con los que me sigo
viendo- sospechábamos que podríamos seguir abrazándonos cordialmente 62 años
después…
No voy a repetir todo el proceso por el cual de
los 325 que ingresamos a primero sólo 103 egresamos de secundaria en 1958 que
ya lo detallé en otra oportunidad (ver crónica “Era difícil egresar del colegio” del 14 de septiembre de 2013). En esta época en que se habla de enmendar las
deficiencias de la educación, particularmente graves en la educación pública,
sí quiero recordar que hace 60 años la educación en los centros estatales era
en la mayoría de los casos de mayor calidad que en los colegios privados. Hoy
que profesores de secundaria muchas veces se dedican a la enseñanza superior,
recuerdo que algunos profesores universitarios enseñaban en los colegios
públicos. No es casual entonces que en nuestra promoción escolar haya cinco
médicos -aunque quizás me olvide de alguno- además de Walter: José Luis Aroca,
Frederick Ortiz, Pedro Quispe, Ángel Haro y Carlos Rimachi.
Justamente en su conferencia, Walter hizo alusión a que
había terminado secundaria en la unidad Ricardo Palma y la carrera
en la Facultad de Medicina de la Universidad de San Marcos, por lo que se
consideraba producto de la educación pública de nuestro país. Y me acordé que
me contó años atrás que trataba de venir al Perú cada vez que lo invitaba su
facultad para alguna actividad académica y que se negaba a que le pagaran los
pasajes o alojamiento porque cualquier aporte para su universidad era poco
considerando que su excelente formación profesional no le había costado nada.
CUANDO FUIMOS PADRE E HIJO
Dedicado a la práctica médica y docencia, buena parte de
su reconocimiento entre los mejores médicos de USA en cada uno de los últimos
20 años se ha basado en sus aportes como investigador. Pero si alguien pensara
que la exposición sobre el Alzhéimer
por parte de un científico puede ser difícil de entender para quienes no
pertenecen al campo de la ciencia o que un investigador acostumbrado a
concentrarse en sus estudios tiene dificultad para hablar ante un auditorio, se
equivocaría con Walter. Es buen expositor y sabe cómo hablar con lenguaje
sencillo sin perder la rigurosidad y se mueve con total soltura ante los
concurrentes a sus charlas.
Mientras lo escucho pienso en
mi propia experiencia como expositor, incluidos mítines en plazas públicas. Y
no puedo menos que tomar en cuenta que tuvimos la misma escuela: el Club de
Teatro de nuestra entrañable unidad escolar. Por cierto que el aprecio por el teatro así como la soltura que
adquirimos -en la hora y media que nos quedábamos a ensayar un par de veces por
semana- se debió a la dedicación del profesor que con nosotros iniciaba la
tarea de maestro que aun hoy mantiene: Ernesto Ráez (ver crónica “Todo un maestro de teatro a los 22 años” del 21 de junio de
2013).
Justamente fue Walter quien a nombre de nuestra
promoción 1958 y las promociones 1955 y 1963, entregó en Miami un diploma de
reconocimiento al maestro Ráez, cuando el 11 de julio de 2013 recibió el trofeo
“Premio a una Vida de Dedicación a las Artes Escénicas durante la apertura del
XXVIII Festival Internacional de Teatro Hispano de Miami
Sonrío para mí mismo al
recordar que el año 1958 éramos parte del elenco que presentó la obra “Juan
Soldado” en el teatrín de nuestro colegio, así como en otros colegios de Lima. Nuestros otros compañeros que actuaban eran los
ya fallecidos Oscar Álvarez, Néstor Ezequiel Salinas y Ricardo Delgado, así
como José Luis Aroca, Víctor Felipe de la Grecca, César Carmelino y Eduardo
Peña. Las acciones trascurrían en el pequeño pueblo de Santiago de Pupuja cuyo
alcalde era Walter y yo… su hijo. Y no puedo dejar de pensar en las
innovaciones que en esa época hicimos cómo que parte del elenco se ubicara
dentro del público para desde allí iniciar su actuación, debido a lo estrecho
del auditorio. También supimos improvisar, como cuando después que se resbaló
el “loco” Delgado y terminó en el suelo del auditorio de la GUE
Rosa de Santa María, fue seguido por un diálogo que daba a entender que la espectacular
caída era parte de la obra. O cuando Walter tuvo que salir en camisa porque
no encontrábamos el sacón negro elegante que usaba el alcalde y minutos después
cuando apareció la prenda ingresé yo -su hijo- diciéndole algo así como “ya rescatamos
el saco de la casa de empeño”.
LOS RECUERDOS BARRANQUINOS
Pensaba en nuestra experiencia en el teatro escolar mientras me
dirigía a escucharlo hace semana y media. Pero dos cuadras antes de llegar al Centro de Convenciones del Colegio Médico, al cruzar la avenida Reducto no pude dejar de
voltear la cabeza hacia la izquierda para recordar otras experiencias escolares.
Estaba a tres o cuatro cuadras de la antiguamente llamada Quebrada de
Armendáriz, límite de Miraflores con Barranco. Unos doscientos metros más allá,
después de cruzarla por un puente, en la avenida Grau uno podía bajarse del
tranvía a la altura del jirón Buenaventura Aguirre y si caminaba a la derecha
se dirigía a las losas de cemento donde se podía jugar fulbito hasta cansarse.
Lo hacíamos todos los sábados desde abril hasta mediados de diciembre, ya que
ese día las clases terminaban a las diez de la mañana, aunque la mayoría no
llegaba en tranvías sino como piloto o pasajero de las bicicletas que en
pelotón salían de Surquillo hasta Barranco. Como ya lo he contado en otra
oportunidad (ver crónica “Buenos en estudios, malos en deporte” del 26 de noviembre de
2013) terminábamos de jugar cuando el hambre nos llevaba a pensar que era hora de ir a nuestras casas. Y
aunque algunos vivíamos bastante lejos, varios vivían cerca pero ninguno tanto
como Walter.
Es que si uno bajaba del tranvía y volteaba a la izquierda, luego de caminar
unas tres cuadras por Buenaventura Aguirre, llegaba a su casa. Lo hicimos
alrededor de diez compañeros de colegio unas tres o cuatro veces. Siempre en la
noche del 14 de julio, día del cumpleaños de Walter, para conversar alegremente
y para saborear la comida que con mucho cariño preparaba y nos servía su madre.
Y también para mirar de reojo a su hermana mayor Gladys mientras ayudaba a su madre.
Era muy bonita y miraba desde la altura que le daba tener dos o tres años más
que los jovencitos imberbes amigos de su hermano.
En marzo de 1956 salía yo del colegio luego de matricularme cuando me
crucé con Walter que llegaba apresurado aunque sonriente. Iba prácticamente a
paso ligero porque faltaba poco tiempo para la hora del cierre de las
matrículas. Ese año su familia había decidido su ingreso al Colegio Militar
Leoncio Prado, pero algún problema en realidad pequeño -no sé sin incipiente
miopía o algo así- lo hicieron imposible y tuvo que “volar” al colegio el
último día para matricularse. De no ser así sus compañeros más cercanos
hubiésemos perdido la suculenta celebración anual.
CONVERSACIONES, EXCURSIONES Y BAILES
Pero también nos hubiésemos perdido numerosas conversaciones, tanto en
los recreos o cuando esperábamos iniciar nuestros sabatinos partidos de fulbito
o cuando teníamos un descanso en los ensayos de teatro. También durante las
excursiones que realizamos. La principal sin duda fue el viaje de promoción a
finales de julio y principios de agosto de 1958 que nos permitió conocer las
ciudades del sur peruano e incluso atravesar la frontera para llegar hasta
Arica y de cuyas vicisitudes ya he hablado anteriormente (ver crónica “A paso de tortuga de Lima a Arica”, del 16 de febrero de
2013). El largo camino en el
vetusto ómnibus nos permitió largas tertulias aunque con no más de tres o
cuatro participantes ya que estábamos a bordo del vehículo.
Pero hubo excursiones cortas de fin de semana a Chosica un par de
veces en 1956 y 1957 en que viajábamos en tren el sábado por la mañana para
regresar el domingo en la tarde. Llevábamos conservas, paltas y otras frutas y
no recuerdo si agua o gaseosas, que tendrían que ser individuales porque aun no
se habían inventado las botellas de tamaño familiar o de más de un litro.
Íbamos abrigados e improvisábamos carpas para cubrirnos durante la noche.
Alrededor de una fogata que tratábamos de hacer en los bordes del lecho del rio
Rímac en meses de escaso flujo de agua, nos sentábamos para hablar todos sobre
nuestros sueños adolecentes y los caminos que en el futuro cercano iniciaríamos
cada uno. O nos reíamos de las ocurrencias del “loco” Delgado, como cuando
trataba de encontrar luces extrañas en el horizonte.
En Chosica: Óscar Álvarez, Walter Chuquisengo, César Carmelino y Juan Paez
De pie: Germán Neyra, Alfredo Filomeno y Harry Valdivieso. Hincados: Rufino Ishii, Julio Lazo y Óscar Álvarez
De la experiencia de esas
salidas fuera de Lima guardo recuerdo, aunque algunos de sus participantes como
Álvarez, Delgado y Julio Lazo hace ya muchos años que nos dejaran. O que desde
hace más de 20 años nada sabemos de Rufino Ishii Ito viviendo en el lejano
Japón. Pero con Carmelino me he visto permanentemente desde que salimos de
colegio, con Germán Neyra y Harry Valdivieso con mucha frecuencia. Con Jorge
Garrido no tanto, considerando sus periódicos compromisos laborales en Israel. Con
Juan Paez -quien reside en Estados Unidos desde finales de los años 60- nos
reencontramos recién después de 49 años de dejar el colegio y desde entonces
nos hemos visto varias veces. Con Walter no nos vimos desde 1958 hasta una
oportunidad muy brevemente en 1984, un año después de celebrar nuestras bodas
de plata de egresados del colegio. Sin embargo desde el 2007 retomamos el
contacto y prácticamente nos hemos visto y conversado todos los años cuando
viene por Lima para ver a su centenaria madre y a atender compromisos
académicos. Aunque debo decir que tuve oportunidad de verlo una vez, en marzo o
abril de 1959. Fue en una fotografía que el diario El Comercio publicó donde se ve algunos jóvenes postulantes a San
Marcos que festejaban su ingreso bailando. Entre los espontáneos bailarines
estuve seguro de reconocer a mi compañero de colegio.
Y ya que hablo de bailarines no
está de más recordar que cuando estábamos en cuarto y quinto de secundaria
Walter, Oscar
Álvarez, César Carmelino y Fortunato “Nato” Alva Cabracancha, entre otros, era
asiduos participantes de fiestas juveniles a las que ni siquiera me invitaban
porque conocían de mi incapacidad para distinguir música o bailar. Y aunque no
era un factor determinante calculo que también porque no querían lucirse
acompañados de alguien que tenía apariencia de hermano bastante menor de
cualquiera de ellos, ya que como otra veces he contado yo crecí 17 centímetros
durante los dos años posteriores a egresar del colegio.
UN MÉDICO “TODO TERRENO”
Aunque cuando viene al Perú es
Walter Chuquisengo Martínez, en los Estados Unidos es Walter C. Martinez,
debido a la imposibilidad de los gringos para pronunciar la “ch”. Graduado en
San Marcos en 1966 viajó a especializarse a los Estados Unidos al año
siguiente. Hizo dos especialidades, no sé en qué orden: en neuropediatría y en
neurología para adultos mayores. Su primera especialización fue en una
universidad norteamericana que tenía un hospital que permitía practicar a los
estudiantes de los últimos años y entrenar a los médicos que estaban siguiendo
una especialidad. No sé si ya era el Dr. Martinez o aun el Dr. Chuquisengo
cuando ocurrió un episodio determinante en la vida de Walter, que le escuché
relatar hace unos diez o doce años a César Carmelino y que leí en la “Crónica
de una promoción escolar” de mí también condiscípulo Hernán Caycho hace unos
seis años. Calculo que puede haber ocurrido en el invierno que se inició en
diciembre de 1968.
Era un frío sábado, nevaba y se desató
una tremenda tormenta. Walter ese día no tenía actividades que hacer, por lo
que se encontraba en su cuarto en el mismo hospital. Leía y escuchaba música
peruana. De pronto sintió una sirena de ambulancia y se quedó a la expectativa.
Poco después sintió la sirena de otra ambulancia que llegaba y de otra que se
acercaba. No esperó más, se puso su bata de médico y se dirigió a la sección de
Emergencia del hospital.
Se encontró con un espectáculo
impresionante. Se había producido un choque múltiple y eran numerosos los
heridos llevados por paramédicos y bomberos al hospital y parecía que seguirían
llegando mientras la antesala aparecía repleta de heridos. Ingresó a los
quirófanos de Emergencia y vio a jóvenes médicos que estaban de guardia y los
practicantes que los acompañaban no sabían muy bien cómo actuar. Walter
entonces asumió el control de la situación y se comportó como médico en jefe de
la Asistencia Pública de la avenida Grau –el equivalente en esos años al
Hospital de Emergencia Casimiro Ulloa de hoy- y comenzó a ordenar y actuar. Y
durante más de cuatro horas en ese espació se cortó, cosió, enyesó, anestesió,
operó y varias otras acciones bajo la dirección del joven médico peruano de apellido
impronunciable. Cuando pasaron esas decisivas horas iniciales recién comenzaron
a llegar los médicos experimentados que habían sido convocados pero que por el
mal tiempo demoraron mucho en llegar. En la mayoría de los casos su presencia
fue para comentar y felicitar el impecable trabajo médico de Walter. Cuando
agotado abandonó la sala de Emergencia se sorprendió de recibir el aplauso de
familiares de los heridos, médicos y enfermeras enterados del importantísimo
papel que había cumplido…
LA MISMA
SENCILLEZ DE SIEMPRE
El suceso no pasó desapercibido
para algunos otros centros que ofrecieron a Walter cumplir con la segunda
especialización que tenía prevista y muy pronto estuvo trabajando en sus
especialidades de Neurología y enseñando a futuros médicos. Pero como creemos
que “lo que natura no da, Salamanca no presta…” sin ese episodio el desarrollo
de la carrera de Walter quizás hubiese demorado un poco más pero igualmente
hubiese llegado a destacar como lo ha hecho.
Escucho a Walter terminar
sonriente su exposición en el Colegio Médico. Y pienso en su actuación hace
casi 50 años en esa tarde de invierno se debió sin duda a su excelente
preparación profesional y a su particular forma de ser. De esa capacitación
tiene responsabilidad la universidad de San Marcos. Pero quiero creer que el
espíritu solidario, la seguridad para tomar importantes decisiones, así como
una correcta evaluación del propio valer, le vienen de la formación que junto
con la instrucción nos dieron los maestros de la Gran Unidad Escolar Ricardo
Palma. Formación además que hace que mantenga la sencillez y la cordialidad en
el trato, algo propio de las personas que no necesitan aparentar nada sino les
basta mostrarse tal como son.
A diferencia de otras
oportunidades esta vez fue un saludo breve al antiguo amigo. Los cinco días en
el Perú le resultaban cortos para dialogar con sus compañeros médicos. Pero
vendrán futuras conversaciones cuando regrese a la patria para confraternizar
con sus amigos del colegio y continuar hablando con franqueza, entusiasmo y
cariño como si tuviéramos sesenta años menos...
Walter C. Martínez envió este comentario:
ResponderBorrarAlfredo:
Gracias por traer el recuerdo de muy buenos viejos tiempos Como tú hablo al público con mucha frecuencia y no tengo duda que la experiencia que tuvimos en nuestro Club Teatral fue la base de lo que hemos hecho en nuestra vida profesional. No sé si tú te acuerdas que yo tartamudeaba y peor cuando estaba bajo estrés y el teatro me enseñó a vencer este defecto mío.
Mi memoria no es tan buena como la tuya pero siempre recordaré el consejo del Profesor Raez cuando le expresé mi temor "no permitas que nada interfiera con tus sueños " y este consejo lo he seguido toda mi vida.
Todavía cuando doy conferencias y siento que me voy a "atracar" cambió la expresión de mi voz y fijo mi atención con alguien en el público. Lo mismo que hacíamos en el teatro y es increíble cómo funciona.
Siempre ha sido para mí un orgullo de ser producto de educación pública. Estudiamos en Ricardo Palma y estudie medicina en San Fernando. Durante los festejos de mi cincuenta aniversario "bodas de oro" mencionaron a los 10 primeros de mi promoción (acabe octavo en 151) y fue un orgullo para este Ricardo Palmino cuando mencionaron mi nombre
Recuerdo mucho la quebrada de Armendáriz muy cerca de mi casa en Barranco y la bajada de los baños donde vivía nuestro recordado compañero Oscar Álvarez. Durante mis años de medicina practicaba tabla hawaiana. Cuándo ahora veo qué picado es el mar le doy gracias al Señor que estoy vivo Siempre recordaré los partidos de fulbito los sábados y los viajes como el que hicimos a Arica. Recuerdo vivamente "el polvito escolar" de Ortiz Piscoya cuando la policía lo encuentró en un prostíbulo en Tacna
Tantas memorias que tenemos Alfredo pero si tengo que vivirlas de nuevas no cambiará NADA
Gracias
Walter