viernes, 21 de agosto de 2015

EL ZORRO Y SUS AUXILIARES (52/58)

En oportunidades que integrantes de distintas promociones de ex alumnos de la Gran Unidad Escolar Ricardo Palma se reúnen, son los recuerdos, por cierto, los que ocupan el mayor tiempo en las conversaciones. Y por lo que hemos constatado con amigos de promociones distintas a la mía, una de las personas sobre las que recurrentemente se habla, es Jorge Osorio Ruiz o, como usualmente se le conocía, el “Zorro” Osorio.

Mis primeros recuerdos del Zorro son auditivos. En 1952, cuando recién ingresé a la Unidad al cuarto de primaria, era su voz lo que nos impresionaba. Fuerte, contundente, le bastaban unas cuantas frases para que los mil y tantos alumnos se inmovilizaran por un par de segundos y corrieran inmediatamente después a ocupar sus emplazamientos en el amplio patio del colegio. Cuando se comenzaba a escuchar “A formar a la voz de tres…” todos salíamos disparados a nuestro sitio, momentos después con intervalos de unos ocho segundos se escuchaba: “Uno”, “Dos”, “Tres”… Todos estábamos ya en nuestros lugares e inmediatamente, cuando el Zorro gritaba “Aaaatención”, quedábamos formados e inmóviles.

AUXILIARES DE EDUCACIÓN

En las Unidades Escolares los auxiliares de educación eran los encargados de la disciplina y el orden. Trasmitían cualquier instrucción que recibía de las autoridades del colegio, se encargaban de la disciplina entre clase y clase, pero también en el patio y los corredores a la hora de los recreos.  Estaban muy atentos a la hora de la formación en el patio del colegio. Cuidaban de la correcta presentación de los salones y de los alumnos, supervisando además las tareas de limpieza que éstos realizaban todos los sábados, cuando en grupos de cinco, se dedicaban a asear sus salones. Aunque había personas un poco mayores como Carrera, Arévalo o Candela, hubo otros como los hermanos Vila y su primo José Serpa que eran bastante menores y algunos de ellos estudiando en la universidad. El Zorro era una especie de coordinador de los auxiliares de educación y ostentaba el cargo de Regente.

Para los desfiles escolares por Fiestas Patrias, los auxiliares apoyaban a los militares que eran instructores del curso de Pre Militar en nuestro colegio –creo que un capitán y un sub oficial- mientras Jorge Osorio, los coordinaba. Si bien cada auxiliar durante el año estaba a cargo de dos salones, para los desfiles se distribuían considerando que en las distintas compañías había alumnos de varios salones (ver crónica “Desfiles escolares en el Campo de Marte” del 16 de enero de 2015).

Según recuerda mi compañero de promoción Hernán Caycho, en su publicación “Crónica de una promoción escolar” y que se refiere justamente a la Promoción 1958, los auxiliares podían aplicar sanciones a los alumnos solicitándoles el “Carnet de Comportamiento y Asistencia” que a todos nos entregaban a principio de año y que servía, además, para registrar buenas acciones o trabajo de los alumnos. Ellos contribuyeron decisivamente a nuestra formación.

LOS AUXILIARES NOS CONOCÍAN PLENAMENTE

A lo largo del año escolar, los auxiliares se compenetraban con sus alumnos y muchas veces resultaban sus consejeros. Incluso recuerdo que el nuestro en último año fue José Serpa quien nos acompañó en el viaje de promoción hasta Arica (ver crónica “A paso de tortuga de Lima a Arica” del 16 de febrero de 2013) y si bien calculo que no llegaba a los 30 años, sabía equilibrar sentido de autoridad con cordialidad.

Algo que ocurrió más de 25 años después de dejar el colegio puede ilustrar la forma en que los auxiliares nos conocían.

Los integrantes de la promoción 1958 nos habíamos reencontrado luego de 25 años en diciembre de 1983 en el restaurante Cream Rica para celebrar nuestras Bodas de Plata (ver crónica “¡Cómo has crecido Alfredito!” del 20 de enero de 2013) y en los meses siguiente tuvimos varias reuniones -demasiadas quizá- en el intento de hacer un estatuto o reglamento de nuestra promoción que nunca se concretó. En realidad lo que resultaba importante no era tener una reglamentación para el trato entre nosotros sino reunirnos para recordar nuestras épocas juveniles y luego irnos a almorzar juntos o por lo menos “picar” un cebiche. Un sábado en 1984 o 1985 nos reunimos en el colegio y luego de no avanzar más de dos artículos del dichoso reglamento -que creo nunca llegamos a completar- nos fuimos al “Lobo de Mar”, cebichería en Surco, en la avenida Caminos del Inca muy cerca del cruce con la avenida Higuereta. En determinado momento que estábamos bromeando entre nosotros, después que nuestro compañero Juan San Miguel dijo algo levantando la voz y riendo, hubo un silencio casi inmediatamente interrumpido por alguien que desde una mesa vecina dijo en voz alta “San Miguel se queda hasta las siete de la noche, está castigado…“. Nos sorprendimos los diez o doce que estábamos reunidos, al mismo tiempo que soltábamos las carcajadas y distinguimos una mesa con dos personas, una de las cuales permanecía dándonos la espalda. El “flaco” Néstor Salinas se dirigió a él y antes de verle la cara nos dijo “Es el chato Vila”. Se trataba de uno de nuestros auxiliares cuando estuvimos en cuarto de secundaria. Luego nos explicaría que al escucharnos hablar mientras ingresábamos al restaurante se dio cuenta que éramos un grupo de ex alumnos ricardopalminos, pero al oír la voz y risa de nuestro compañero, casi como un acto reflejo recordó la frase que había repetido más de una vez, pero en serio, en las épocas escolares en las que Juan de santo, sólo tenía el apellido.

EL ZORRO Y SU SUEGRO

Pero regresemos a Jorge Osorio, nuestro recordado Zorro. Alto y flaco, de cabello medio ondulado y bigotes negros  caminaba siempre acompasadamente. Antes que él el cargo de regente lo tuvo Moisés Vaccaro, de figura totalmente opuesta a la su sucesor, ya que era gordo, de pelo blanco y “colorado”.  En lo que sí se parecían era en la potencia de voz, incluso cuando Vaccaro –que era una especie de regente sustituto- se encargaba de dar órdenes a los alumnos en formación, apartaba ostensiblemente el micrófono para demostrar la fuerza de su voz de mando. Me imagino que a mediados de los años 50, Vaccaro tenía más de sesenta años y Osorio superaba los cuarenta. Había por lo menos unos 20 años de diferencia entre ambos. Verlos caminar juntos generaba comentarios en voz baja de los alumnos. “Ahí van el gordo y el flaco”, se decía. Además mientras Osorio siempre estaba con terno y corbata, Vaccaro solía vestir saco sport y algunas veces lucía sin corbata o cuando la usaba quedaba suelta  ya que su grueso cuello impedía que cerrara la camisa.

Algunas veces cuando Vaccaro sustituía a Osorio en la formación matinal, no faltaba algún alumno que comentaba que se había visto en la madrugada al Zorro salir de alguna cantina. Estos rumores y alguna discusión entre ambos, que desde lejos advirtieron algunos alumnos, dio pie a que se generara la versión de enfrentamiento entre el regente y el ex regente. Sin duda que, sin descartar alguna discusión laboral, es posible que se hubiese tratado más bien de una discusión familiar ya que Vaccaro era suegro de Osorio…  En realidad, hubo tres generaciones de esa familia en el colegio, ya que el hijo del Zorro y nieto de Vaccaro era integrante de la Promoción 1961.

EL SECRETO DEL ZORRO

Hay una fase no conocida de Jorge Osorio, aunque debo aclarar que no es algo de lo que estoy seguro, pero que en mis años de colegial saqué como conclusión a partir de frases cruzadas entre mi padre, cuando era sub director de la Unidad, con Ricardo Gaona, jefe de Normas Educativas. Asimismo de algunos comentarios de los auxiliares que viajaban el ómnibus del colegio en el que yo me trasladaba. Y también de una conversación entre el Zorro con mi padre -ya jubilado- por el año 1959 en un cafetín en la segunda cuadra del jirón Trujillo en el Rímac y a quienes me acerqué a saludar cuando salía de mi casa rumbo a la universidad. Esta fase de Osorio sólo la habrían conocido  aquellos que la sufrieron y que lógicamente no la contaron en su momento y que ahora -varias décadas después- seguramente no sólo no quisieran contar sino incluso recordar.

Aparentemente en algunas oportunidades madres de familia acudían a la oficina de mi padre o a la Gaona para quejarse de la conducta de sus hijos. Los motivos eran básicamente tres: falta de respeto a los padres que significaba no sólo desobediencia sino también respuestas a gritos, malas juntas en el barrio con muchachos mayores de los que se decía estaban vinculados a delitos menores y repentinos descuidos en los estudios expresado en malas notas en el colegio. Pero siendo distintos los motivos de las quejas, era idéntica la solicitud: “Vengo para que le peguen a mi hijo…”

Mi padre que era enemigo de golpear a los niños o jóvenes, trataba de convencer a las señoras que la violencia no era el camino para corregirlos. Cuando no encontraba posibilidad que lo entendieran, pasaba el caso a Gaona quien insistía en la argumentación contra la violencia y la necesidad que los padres hablaran con los hijos. Pero ellas muchas veces insistían, algunas con un argumento inobjetable: “Prefiero que le peguen fuerte, pero sin cólera. Si su padre lo agarra lo mata…”. Cuando no había posibilidad que se retiraran sin conseguir su objetivo, Gaona les hacía firmar un papel autorizando los correazos. La madre permanecía en el colegio a la espera de la culminación del castigo.

El alumno era llamado casi al final de la jornada a la oficina de Gaona y se encontraba con la madre, que siempre decía algo sobre que era “la única forma que entendería, que lo hacía por su bien” o cosas por el estilo. Antes que pudiera darse cuenta de qué se trataba, ingresaba a la oficina el Zorro, se quitaba el saco, se arremangaba la camisa y le ordenaba al alumno que lo acompañara tomándolo fuertemente del brazo mientras avanzaba moviendo rítmicamente una correa con la otra mano caminando a un pequeño cuarto que quedaba cerca.

RECONOCIMIENTOS INMEDIATOS Y PÓSTUMO

Minutos después el Zorro regresaba, se bajaba lentamente las mangas y se ponía el saco. Ni un pelo estaba fuera de su sitio ni una gota de sudor corría por su rostro. Hacía una breve inclinación de cabeza a la madre del castigado y se retiraba lentamente. Las señoras, en todos los casos, le sonreían tímidamente en señal de agradecimiento. Por su parte, el alumno regresaba con los ojos rojos, aunque tratando de aparentar que no había llorado y se retiraba del colegio. Todo se hacía en la última hora de clase de tal forma que ningún otro alumno tenía forma de enterarse. Esa tarde de 1959 que fue una de las últimas veces que lo vi, el Zorro se enorgullecía que nunca alguno de esos jóvenes necesitó repetir la medicina.

Más allá de su voz firme y su carácter duro, muchos lo recuerdan como un hombre capaz de escuchar pacientemente a algunos alumnos que acudían a él para contarles sus problemas y luego darles algunos certeros consejos. Hubo veces que una repentina ausencia de algún profesor fuera cubierta por el Regente que se dedicaba durante toda la hora a conversar con los alumnos. En esos, el miedo que alguno podía sentir por sus órdenes enérgicas daba paso a la confianza en un hombre que sabía cómo dialogar con los jóvenes.
No tengo noticias sobre cuándo fue que murió el Zorro, pero entiendo que aun trabajaba en nuestra Unidad Escolar, ya que en la ya mencionada publicación de Hernán Caycho se cuenta que los alumnos propusieron y lograron que el velatorio se realizara en el local del colegio. Esto es una muestra de cariño y consideración a un hombre que sin ser profesor fue un maestro para varias generaciones de escolares.

2 comentarios:

  1. Hermoso y conmovedor comentario sobre Jorge Osorio "El Zorro", de notable parecido al héroe del cine enmascarado y que al principio,en 1950, lucía un látigo con el que atemorizaba a los alumnos, pero, gracias a Dios, jamás dejó marcas en ninguno. Gracias Alfredo Filomeno con esta crónicas que nos vuelven a tiempos mejores.

    Mi padre fue Comisario de la Guardia Civil y tanto Vaccaro como Arévalo, ex policías, sabían que este angelito era un santo. Fue un honor, años mas tarde, ya locutores de radio Victoria, pegarnos unos tragos con ambos. Otra pareja divertida de profesores fue la conformada por José Cabrera y el teacher Urrunaga y que, en casa de Orbegozo, exalumno y locutor de Radio Miraflores, ya en la década de 1960, tuvimos ocasión de hacer bailar con nuestro acordeón.

    Nuevamente gracias querido Alfredo. Hermosos tus recuerdos y los siento como nuestros.

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    1. Extraordinario relato de la época pionera de nuestra casa matriz.
      Tuve la suerte de conocer a dichos personajes,profesores y auxiliares, que Dios los tenga en su gloria. Muchas gracias por sus enseñanzas.

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