El 24 de noviembre de 1977 volábamos con el
general Arturo Valdés de Londres a París. Ya próximos a aterrizar me dijo que
por fin iba a descansar de ser su intérprete. Me reí y le contesté que sólo
podía serlo de español a… español. No me refiero a eso sino a que te manejaste muy bien en
todos nuestros traslados. Y añadió “No sé si te diste cuenta que no tenía
ninguna confianza en ti ya que estaba preocupadísimo que en estos dos días nos perdiéramos
en la ciudad o no llegáramos a nuestras citas...” Volví a reír y recordé las
últimas 53 horas desde nuestra salida del hotel de La Haya (Ver crónica “No hemos llegado a Londres sino a Heathrow” del 27 de
noviembre de 2012). Pero también que semanas antes
cuando nos reencontramos en Suecia con mis compañeros exiliados en México, me
enteré que Arturo estaba seguro que me perdería en el camino debido a que sólo
hablaba español.
Como he dicho en otras crónicas, desde fines de octubre me
encontraba en Europa integrando una delegación que iba a presentar al Partido
Socialista Revolucionario a partidos y medios de comunicación de ese
continente. Además de Arturo me había reencontrado con el general Leonidas
Rodríguez, ambos deportados a principios de ese año y con Rafael Roncagliolo,
Rafo, asilado hacía poco más de un año (Ver crónica “El asilo: la única salida” del 18 de octubre de 2013). Los cuatro éramos fundadores del partido y yo, sub
secretario general del PSR, era el único dirigente que vivía en el país.
LLEGADA A PARÍS CON COLA
Llegando del aeropuerto nos dirigimos en un bus a la ciudad, a un terminal cerca
de Los Invalides. Era la una de la tarde, cuando tratamos de contactar a
Leonidas y Rafo con quienes habíamos quedado en La Haya en ubicarnos utilizando
como contacto telefónico a Pierre de Zutter, periodista francés que había trabajado varios
años en el Perú. Éste nos dio la dirección del hotel donde deberíamos dejar
nuestras maletas y, después de almorzar algo ligero por ese barrio más bien
modesto, nos dirigimos a un café muy cerca del periódico en el que Leonidas
tendría una entrevista a las cuatro de la tarde y donde nosotros lo
acompañaríamos.
Con cargo a conversarlo más largo después de
la entrevista, informamos de las reuniones tenidas en Londres, mientras ellos
nos contaron sobre las conversaciones que habían completado en Bruselas. Mientras
caminábamos hacia el periódico, Arturo preguntó ¿Ustedes dos llegaron esta
mañana? y Rafo contestó sonriendo: Nosotros tres… Aunque demoramos unos pocos
segundos en darnos cuenta, estaba claro que el tercer viajero no podía ser otro
que nuestro anfitrión en Bruselas, el cusqueño Vladimir quien al despedirse
cuatro días antes me había dicho que en algún momento nos veríamos en el Perú y
con quien me imaginé conversando en el Haití del óvalo de Miraflores cinco o
diez años después. Se trataba de un compañero que nos había ayudado mucho pero
cuyos métodos de supervivencia eran muy peculiares (Ver crónica “Complicada compañía en Bruselas” del 27 de diciembre de 2013). Seguro que hizo que le pagaras el pasaje afirmó Arturo y Rafo
contestó: no viajamos en el mismo vagón… nosotros viajamos en segunda y él en
primera. Les cuento luego, añadió Rafo porque ya estábamos en la puerta de “Le
Monde”.
Nuestra curiosidad se vio satisfecha unos
noventa minutos después cuando Rafo relató lo pasado: “Como ya nos había
contado, Vladimir vive en Bruselas y estudia en París por lo que debe venir
cada cinco o seis semanas, así que cuando decidimos venir en tren él dijo que
nos acompañaría. Compramos nuestros boletos económicos en la estación y él se
dirigió a un vagón de primera clase y nos dijo que nos veríamos en la estación Gare du Nort de París, no sin
antes expresar en tono misterioso que en primera no molestan en los baños. Al
reencontrarnos nos mostró un boleto de ida y vuelta Bruselas-París-Bruselas sin
ninguna marca de haber sido chequeado por un inspector. Vladimir explicó: aunque me costó bastante más que uno
de segunda lo he usado unas doce veces por lo menos y espero hacerlo varias
veces más. Lo muestro para ingresar a la zona de embarque y ya en el vagón cuando
veo que viene el inspector para marcarlo me meto al baño. En segunda los
inspectores tocan la puerta hasta que uno la entreabre para entregar el boleto,
pero en primera no molestan a nadie que esté en el baño…” Qué desvergonzado
fue el comentario de Arturo.
TRES CUSQUEÑOS EN PARÍS
Un rato después nos encontramos con Vladimir quien
acompañaba a Efraín Ruiz Caro y a su esposa Carmen. Poco después de llegar a
París, en el local donde estaba prevista la primera reunión en esa ciudad los
habían encontrado. Efraín, cusqueño como Leonidas, era un experimentado
periodista que en enero de 1950 había sido cofundador de un ya legendario tabloide
“Última Hora” y en 1956, a los 26 años, fue elegido diputado por el Cusco. En
1970 había dirigido "Expreso" y "Extra", expropiados por el
gobierno militar y administrados por sus sindicatos. Desde hacía unos dos o
tres años residía en Praga, capital de la en ese entonces Checoslovaquia,
ejerciendo como principal funcionario para América Latina de la Organización
Internacional de Periodistas. En esos días estaba gozando de sus primeras
vacaciones en mucho tiempo y se había dirigido a conocer París con su esposa. Vladimir
se ofreció a guiarlos cuando se despidieron de Leonidas y Rafo y horas después,
cuando ya participábamos Arturo y yo del reencuentro, Efraín dijo que era una
gran ventaja pasear en París con alguien que conocía tan bien la ciudad y que
además era cusqueño.
Los siete nos fuimos a la casa de Pierre de
Zutter donde comeríamos y conversaríamos un buen rato. Nos trasladamos en metro
y comprobamos que en París como en Bruselas, Vladimir no pagaba pasaje. A
diferencia de la capital belga donde fingía poner el boleto en una ranura y
recogerlo en el otro, como en el metro de París había que pasar el boleto para
que se destrabara el torniquete de metal, Vladimir corría como si estuviera a
punto de perder una conexión y terminaba encajándose en el espacio por donde
normalmente sólo cabía una persona y pasaba con ella. Esa noche antes de llegar
a la casa de Pierre, entramos a una estrecha botillería y compramos un par de
botellas de vino para no llegar con las manos vacías. Al momento de
depositarlas en la mesa, vimos a un sonriente Vladimir poniendo dos botellas
más. Nos miramos las caras con Rafo y Arturo pero ninguno quiso preguntarle cómo se las había agenciado.
Fue una simpática y larga charla en el
acogedor departamento de Pierre. Al salir quedamos en vernos con Carmen y
Efraín al final de la tarde siguiente, ya que nosotros tendríamos actividades durante
el día. Vladimir quedó en acompañar desde temprano a la pareja. Nosotros nos
dirigimos al hotel y recién pude comprobar lo pésimo que era. No recuerdo cómo
lo conseguimos, sí que esa primera noche
en París fue incomodísima y peor aun el uso del baño común a la mañana
siguiente.
NO TENÍAMOS DINERO PERO NO HABÍA QUE EXAGERAR
Poco después tuvimos nuestro primer encuentro
del día. Era una amplia conversación con Jorge Timossi, periodista argentino de
nacimiento y cubano por adopción, fundador de Prensa Latina, la agencia cubana
de noticias quien nos buscó en el hotel. Nos salimos hacia un café cercano. De
unos cuarenta años, muy delgado y de fácil conversación, Timossi nos dijo que
no podíamos quedarnos en ese hotel. Cuando no se tiene dinero hay que conseguir
un hotel austero no una pocilga, fue más o menos lo que nos dijo. Estuvimos más
de una hora conversando de toda América Latina, pero sobre todo de la situación
peruana y también la de Chile. Hay que tener en cuenta que Timossi estuvo a
cargo de Prensa Latina en Chile hasta el golpe militar de Pinochet y realizó la
última entrevista al presidente Allende cuando ya los militares comenzaron a
atacar desde tierra y aire La Moneda, sede del gobierno chileno.
Al terminar nuestra conversación, Timossi nos
dijo que un asistente suyo –que había llegado poco antes- nos esperaría
mientras sacábamos nuestro equipaje y nos acompañaría al Regina Pazzy, hotel
que nos había conseguido. Les costará algo más pero estarán en un sitio más
cómodo y limpio, además de mejor situado, nos dijo mientras se despedía
sonriendo con sus grandes dientes medio salidos destacando en su cara alargada.
Años después cuando me enteré que su amigo el gran humorista y dibujante argentino
Quino se había inspirado en él para plasmar a Felipe, uno de los personajes y
amigos de la inolvidable Mafalda, no pude menos que sonreír recordando su cara
en esa despedida en París.
Alrededor de mediodía llegamos al nuevo hotel.
Era otra cosa. Nada lujoso, más bien austero, pero todas sus instalaciones eran
cómodas y limpias. Sólo tuvimos tiempo de dejar nuestro equipaje porque
teníamos que continuar las actividades previstas para ese día.
Al final de la tarde nos volvimos a reunir con
Efraín Ruiz Caro y su esposa que por cierto estaban con Vladimir, quien los
había acompañado todo el día. Nos contaron durante un buen rato sobre sus
largas caminatas por las calles de París y hablaban con entusiasmo sobre lo
hermosa que era la ciudad. Diez años después valoraría yo más las apreciaciones
de estos amigos, ya que en mayo de 1987 conocería la ciudad donde ellos vivían
en esa época y definitivamente si alguna ciudad puede competir en belleza con
París es Praga. Poco después Vladimir se despidió efusivamente de Carmen y
Efraín, quienes viajarían de regreso a Praga no recuerdo si esa misma noche o
en la mañana siguiente. Con nosotros quedó en buscarnos durante el fin de
semana.
COMPRADORES DE CARTERAS PARA JAPONESAS
Una vez que se fue Vladimir, nuestros amigos
nos contaron varias trastadas que nuestro auto designado guía había hecho. En
la mañana hicieron un recorrido por el centro histórico por más de tres horas,
pero cerca del mediodía les dijo que irían unos minutos a una tienda y se
desviaron un par de cuadras de la ruta que venían siguiendo. En una esquina
les dijo que lo esperaran unos minutos. Se acercó a una tienda frente a cuya
vidriera había cuatro o cinco damas japonesas. Vladimir habló con ellas, una
señaló la vidriera y le puso algo en la mano. Vladimir ingresó y minutos después
salió con una elegante bolsa que entregó a una de ellas. Luego habló con dos
más quienes también algo le entregaron. Después de eso con un gesto llamó a
nuestros amigos. Al acercarse vieron que detrás de la vidriera había una amplia
gama de finas y bonitas carteras de cuero. Efraín por favor compra esa cartera,
le dijo mientras señalaba una y le entregaba dinero. Y tu Carmen entra cuando
salga tu esposo y compra esa, mientras le mostraba otra y también le entregaba
dinero. Ambos sorprendidos obedecieron mecánicamente y entraron a la tienda
-que era pequeña pero muy elegante- e hicieron las compras. Al salir entregaron
las bolsas a Vladimir que a su vez las dio a dos alborozadas japonesas e inmediatamente,
después de algunas venias al grupo de señoras orientales, les dijo: Volvamos a
nuestro paseo por las calles de París.
Cuando diez minutos después caminaban por una
amplia avenida parisina, Vladimir sació la curiosidad de los esposos. Esa
tienda era de antiguo combatiente antifascista en la Segunda Guerra Mundial y
sus carteras eran muy apreciadas. Pero no vendía más de una por persona. Sin
embargo, ni una les vendía a alemanas, italianas o japonesas. Para él seguían
siendo parte del Eje al que había enfrentado en la guerra. Y aunque tenía un
par de vendedoras, estaba siempre atento a
escuchar a los clientes que entraban por si les captaba algún dejo alemán o
italiano. Pero a las japonesas no necesitaba escucharlas sino sólo verlas y por
cierto que ni siquiera les permitía entrar, mientras señalaba un letrero que en
distintos idiomas decía “La casa se reserva el derecho de admisión”.
Quizás precisamente por ser algo prohibido las
japonesas se habían pasado la voz y estaban en la esquina y tímidamente
esperaban a quién pedirles el favor de comprarles una cartera… De eso se había
dado cuenta casualmente Vladimir en uno de sus viajes periódicos y desde entonces
cada vez que llegaba a París iba a comprar carteras, ganándose una comisión de
unos 40 dólares cada vez. Ese día había triplicado sus ingresos.
ERAN DISTINGUIDOS CIENTÍFICOS AUNQUE NO LO
SABÍAN
Alrededor de la una y media de la tarde se
detuvieron en un portón que tenía una placa de bronce al costado. Vladimir tocó
el timbre, algo dijo por el intercomunicador y cuando se abrió la puerta les
dijo a nuestros amigos que allí almorzarían. Por la escalera de mármol y
alfombrada llegaron a un segundo piso con paredes enchapadas en madera, algunas
salitas, un comedor amplio y varios reservados. Saludó a quien podía ser
administrador del local y algunas palabras les dijo de las cuales lo único que
entendieron era la mención al Perú. También les mostró un reservado que estaba
listo para ellos. Cuando Efraín le dijo en voz baja que quizás el lugar era muy
caro, le dijo que no se preocupara que él se encargaría. No escogieron ninguna
carta pero les fue servido un excelente menú con vino incluido. Al momento del
café final ingresó el administrador quien se dirigió a Efraín y por los gestos
se entendía que estaba feliz de atenderlos a la vez que preocupado por si algo
no hubiese sido de su agrado.
Poco después al momento de despedirse les
mostraron un libro de visitantes solicitándole que pusiera algunas palabras. La
tapa del mismo le llamó la atención a Efraín porque creyó leer algo así como sociedad
científica -société scientifique, en
francés- y no la palabra club o restaurant y miró sorprendido a un impasible
Vladimir.
Este le dijo que le dictara algunas palabras de agradecimiento y luego firmara.
Efraín estaba seguro que su paisano había escrito cualquier cosa. Luego de
despedirse de un feliz administrador, bajaron las escaleras y allí se fijaron
que en la placa estaba escrito algo también que sonaba a sociedad científica. Ya
a una media cuadra, Vladimir les había explicado que efectivamente, era el local de una sociedad científica en cuyo
comedor los científicos extranjeros eran recibidos como invitados. A él lo
conocían por ser estudiante de post grado universitario que en varias ocasiones
había llevado a reconocidos académicos o científicos peruanos. Y sonriendo
añadió mientras los esposos no salían de su asombro: ayer llamé por teléfono
para anunciarles que llevaría a almorzar a un reconocido químico peruano y a su
esposa profesora universitaria…
No pudimos dejar de reírnos. Y Arturo dijo ácidamente:
han tenido suerte, almorzaron bien y fueron presentados como científicos,
mientras que en nuestro primer almuerzo en Bruselas la semana pasada comimos
mal y fuimos presentados como pordioseros…
Después
de eso comprendí que Vladimir nunca dejaría de sorprendernos. Pude comprobarlo
un par de días después, cuando le conté que en Madrid buscaría una oferta de
sobretodos para reemplazar el ya raído que tenía y me reclamó por no habérselo
dicho en Bruselas. Pero eso será otra historia…
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