Desde que me acuerdo todos los años a inicios de enero hasta 1956, mi familia se trasladaba a las instalaciones del colegio “Armando Filomeno” propiedad de mi tía Teresa para pasar unos 75 días del verano alojados precariamente (ver crónica "La casa de las tías: refugio de los Filomeno" del 20 de abril de 2013). De esa manera estábamos cerca a la playa a donde podíamos bajar a pie por la Bajada Balta.
Desde esa época quedaron en mi memoria algunos hechos. Quizás el primero, en nuestra casa del Rímac, hasta el verano de 1948 en el jirón Virú y desde 1948 en el jirón Marañón, el acomodo de colchones, maletas y cajas con ropa y algunos enseres de cocina para trasladarlos en algún pequeño camión hasta el colegio miraflorino.
UN CINE EN EL PARQUE DE MIRAFLORES
También recuerdo claramente que en el parque central de Miraflores, a la altura más o menos de la cuadra 3 de la avenida Larco, existía el cine Ricardo Palma que tenía platea, platea alta y “cazuela” y donde los sábados pasaban series de alrededor de 15 capítulos y de unos quince minutos cada uno. En esa época las conocíamos como seriales. Hasta donde me acuerdo un sábado pasaban los primeros seis capítulos, de manera que los niños quedaban “enganchados” y en los tres sábados siguientes se proyectaban tres capítulos cada vez, completados por algunos cortos con dibujos animados. Con tres “seriales” cubrían los tres meses de verano que eran también los meses de vacaciones escolares. Las series que más recuerdo son, en primer lugar, el Capitán Maravilla, presentada con el nombre de Capitan Marvel, una versión más antigua de Superman. Se trataba de un joven delgado al que le bastaba gritar “Shazam” para automáticamente convertirse en un superhéroe un poquito subido de peso listo para volar uniformado con capa y todo. Alguna vez vi al personaje en revistas y tenía uniforme rojo con un rayo dorado en el pecho y una capa blanca, pero en el cine nunca lo aprecié así porque se proyectaba en blanco y negro.
Otras seriales que quedan en mi memoria son algunas cuyo héroe principal era Flash Gordon y las dificultades que tenía en sus viajes interplanetarios, que incluían la llegada al planeta Mongo. Evidentemente las naves espaciales que allí se exhibían eran bastante rudimentarias, pero causaban la admiración de los pequeños espectadores.
Para llegar al cine íbamos caminando por las dos cuadras de calle Lima desde Shell hasta terminar el costado de la Iglesia. En la primera cuadra estaba la ferretería Ridella, una tienda muy completa ya que se podía conseguir prácticamente todo lo que en esa época existía en su rubro. Pero a mí y a mis hermanas nos interesaba más la tienda del costado: Field ya que vendía galletas, caramelos y otras golosinas. Otra tienda que también nos interesaba al comenzar la cuadra siguiente era una muy pequeña que vendía helados D’Onofrio.
CAMINATAS POR CALLES Y ALAMEDAS
Mis caminatas en las calles cercanas al colegio por esos años están asociadas a árboles. Las moras en calles como Porta, Bellavista, Recavarren o Berlín, unas más estrechas que otras, en las que corrían acequias entre la vereda y la pista. Por allí discurría el agua que regaba los árboles de mora que se situaban a ambos lados de la calle. Los niños trataban de coger las pequeñas frutas muy dulces antes que se cayeran de maduras, pero cuidando que no estuvieran verdes porque en esos casos su sabor era desagradable. Otros árboles que recuerdo de esos años eran los enormes ficus de cerca de 20 metros que cubrían toda la extensión de la alameda Pardo desde el hoy conocido como óvalo del Pacífico, pasando por el llamado primer óvalo situado a unas 10 cuadras y llegando al segundo óvalo unas tres cuadras más. Era una sensación especial en esos días calurosos y soleados de verano, caminar bajo la sombra de esos inmensos árboles.
Mis recuerdos infantiles en Miraflores también tienen que ver con la Bajada Balta, recientemente renovada. Por allí caminábamos hacia la playa, mirando pasar por el centro a automóviles que bajaban y subían lentamente por la pista empedrada, mientras nos cruzábamos con grupos familiares que subían cansados pero felices o éramos pasados por jóvenes que bajaban presurosos y ansiosos a la playa. Al final de la bajada estaba la instalación conocida como Baños de Miraflores, construcción de madera con algunos espacios para encuentros de grupos y, principalmente, pequeñas cabinas que se alquilaban para cambiarse y dejar la ropa. La playa era empedrada y, como otras playas de Lima y Callao en esa época, tenía una gruesa soga amarrada, por un lado, a un enorme fierro plantado entre las piedras de la orilla, y en el otro extremo a un riel situado a unos cuarenta o cincuenta dentro del mar. Esa soga era para que los bañistas menos duchos o más temerosos se agarraran tanto para ir avanzando poco a poco como para quedarse sin moverse mientras se recibía el golpe de las olas.
Algunas tardes en los veranos del 1955 y 1956, después de habernos tratado en el primer año de secundaria, nos reuníamos con Petronio Tam Yi, Rufino Ishii Ito y Harry Valdivieso en un patio grande que quedaba detrás de un negocio –creo que zapatería- de la familia Tam en la calle Esperanza. Si bien Petronio vivía en Barranco llegaba a la tienda creo que con alguna hermana mayor. Como tanto Harry como Rufino vivían a dos o tres cuadras del negocio y el colegio de mi tía a unas seis, era muy fácil encontrarnos para pelotear un poco, intentar algún juego o sólo conversar.
ALMUERZOS MIRAFLORINOS DE MI ADOLESCENCIA
Pero ya dejada la niñez y ya no en los veranos, sino en los inviernos de 1957 y 1958 almorzaba de lunes a viernes en Miraflores. Dos días con las cuatro tías solteras al final de la alameda Pardo, en la casa recordada en el primer párrafo de esta crónica. Un día donde la tía María Rosa, la única hermana casada de mi padre también por la zona de Santa Cruz, al igual que la casa de una de sus hijas mayores –mi prima Isabel- cuyo hijo mayor era dos años menor que yo donde almorzaba otro día. Y finalmente, al borde de Miraflores y muy cerca de Barranco, en la avenida Reducto en la casa de Ricardo, uno de los hermanos menores de mi padre, donde almorzaba con él, su esposa Palmira y mis tres primos. Las dos horas y media que tenía desde que salía del colegio a las 12 y media del día y las tres de la tarde que regresaba, significaba no sólo que tenía tiempo para almorzar sino para movilizarme pausadamente en un bus que del borde de Surquillo se dirigía hasta el Callao pasando por la zona de Santa Cruz o en el tranvía que se dirigía a Barranco. Y también caminar un poco por las calles tranquilas de un distrito que era casi exclusivamente residencial.
Algunas veces avisaba a mis familiares que no iría a almorzar y me dirigía con mi compañero César Carmelino a almorzar en su casa en la calle Francisco de Paula Camino, apenas a dos cuadras del parque central de Miraflores, donde disfrutaba de la comida casera que preparaba su madre, doña Hermelinda. Allí comenzamos a conversar sobre la situación política del país, terminado el gobierno de Odría e iniciado el de Prado. A finales de 1958 en esa casa miraflorina se gestó mi decisión de ingresar al Partido Demócrata Cristiano, a pesar de no tener ningún conocido en esa agrupación política, Y aunque en ese momento no lo suponía, esa sería la casa que me serviría de refugio veinte años después cuando estando viviendo en la clandestinidad, quise encontrarme con mi esposa e hijos (ver crónica "Hace 35 años fui un papá de la calle" del 24 de mayo de 2013).
Alfredo: Gracias nuevamente a tus recuerdos de nuestra amistad desde la época escolar, esta vez más sensible para mi, que te hayas acordado de mi madre y de su casa miraflorina, ahora converetida en un restaurante de lujo. Lástima que no es nuestra ni la casa ni el restaurante, porque mi madre decidió venderla. Pero quedan los recuerdos gracias tu fabulosa memoria, algunos que no recordaba pero con tus crónicas las he recordado. Un abrazo. César Carmelino.
ResponderBorrarEstimado señor Filomeno, buscando temas del antiguo Miraflores me encuentro con sus comentarios del colegio Armando Filomeno, que estaba ubicado frente al actual parque Kennedy. Quien esto escribe y su hermano Tito estudiamos en dicho plantel en los años 1948 y 1949. Recuerdo a la directora y a una de sus hermanas. El local era grande y antiguo y creo que tenía en el fondo un abrevadero para caballos y unas argollas para amarrar riendas, por lo que presumo fue un hermoso solar de fines del XIX. En la entrada del colegio habían dos escaleras que conducían a unos altillos ocupados probablemente por los guardianes. Eran los tiempos de los ficus, los árboles de mora, los pinos gigantes, la comisaría frente a la iglesia y el cine Ricardo Palma, demolido al ampliarse la avenida Diagonal. Saludos:
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