Creo que
en la mayoría de mis viajes al extranjero por razones políticas llegué
apresuradamente al aeropuerto, luego de terminar algún trabajo pocas horas
antes o dictándole a mi esposa en el camino alguna nota que tenía que dejar a
algún compañero, cuando no por haber dedicado a conseguir algunos dólares para
gastos mínimos. El viaje que realicé en setiembre de 1970 no fue una excepción.
Viajaba a participar en una reunión del Comité Mundial de la Unión de Jóvenes
Demócratas Cristianos, UIJDC, que se realizaría los días 6 y 7 de setiembre en Roma. Pero minutos antes de salir
de mi casa al aeropuerto me había llamado un dirigente de la Juventud DC del
Perú para preguntarme si se podía retrasar mi viaje, ya que querían tratar esa
noche algunos puntos previamente conmigo incluyendo que eventualmente alguien
me reemplazara en ese viaje.
En ese momento era algo bastante difícil: no sólo por las razones prácticas de llamar a Roma para cambiar un vuelo, en plena temporada alta, y, peor aún, eventualmente cambiar el nombre del pasajero en un solo día útil que quedaba. Es que había razones políticas, algunas que yo en ese momento podía mencionar y de hecho mencioné, pero también otras que no podía revelar hasta el fin de semana.
En ese momento era algo bastante difícil: no sólo por las razones prácticas de llamar a Roma para cambiar un vuelo, en plena temporada alta, y, peor aún, eventualmente cambiar el nombre del pasajero en un solo día útil que quedaba. Es que había razones políticas, algunas que yo en ese momento podía mencionar y de hecho mencioné, pero también otras que no podía revelar hasta el fin de semana.
CONGRESO
REALIZADO EN DOS PAÍSES
Antes de
señalar las razones políticas para que fuera yo quien viajara, corresponde señalar
–aunque debe ser motivo de toda otra crónica- que el IV Congreso de la JUDCA,
Juventud Demócrata Cristiana de América Latina, se había inaugurado en la noche
del 28 de mayo de ese año en Quito y se había suspendido luego que en la mañana
del 31 las instalaciones del hotel donde se realizaban las sesiones fueran
rodeadas y tomadas por la policía que se llevó a 13 delegados directamente al
aeropuerto para expulsarlos del país. Los otros también debíamos ser
expulsados, pero los vuelos hacia el sur ya habían salido. Justamente en esa
mañana se debía terminar con las conclusiones del congreso y la elección de las
nuevas autoridades. El presidente de la
JUDCA que en ese congreso debía terminar sus funciones era yo, mientras que el
secretario general, era el boliviano Tonchy Marinkovic, por lo que ambos inmediatamente
coordinamos con la delegación chilena, y con el secretario general de la UIJDC,
el ecuatoriano Juan Pablo Moncagatta, para terminar el congreso en Santiago un
par de meses después.
En
Chile, se eligió a la JDC de Chile para la presidencia, que se la encargó
justamente a su presidente nacional, el diputado Pedro Felipe Ramírez. Por otro
lado, se eligió al uruguayo Carlos Baráibar como secretario general. Además de las otras organizaciones para
completar las cuatro vocalías de la directiva y las dos o tres personas que
completaban el secretariado, se eligieron a las tres o cuatro organizaciones
que integrarían el Comité Mundial de la UIJDC junto con igual número de
europeos. Así como en 1967 en San Salvador, al elegir a la JDC del Perú para la
presidencia se asumía que el encargo sería para Rafael Roncagliolo, como efectivamente
sucedió hasta que éste viajó fuera del país y la JDC me nombró para que lo
reemplazara, en Santiago en 1970 se asumió que -justamente por la experiencia
acumulada en prácticamente un año de ejercicio del cargo en momentos de debate
ideológico en nuestras organizaciones partidarias- la JDC del Perú me daría el
encargo, lo cual sucedió a mi regreso de ese congreso el 11 ó 12 de agosto.
BUSCANDO
EXPERIENCIA Y CONFIANZA PERSONAL
Justamente
en ese sobreentendido –comunicado por mí apenas me lo ratificaron- se basaban
las razones políticas de mi viaje: por un lado, la secretaria general me había
encargado reunirme con cinco delegaciones que habían estado en Quito, algunas
cuyos integrantes habían sido expulsados y no habían podido llegar a Santiago
para explicarles los acuerdos tomados. El
mismo jueves que viajaba alrededor del mediodía tenía previstas reuniones en la
tarde y en la mañana del día siguiente en
Bogotá y en la noche del viernes y el sábado en Caracas. Y al regreso
tenía previsto hacer una escala en Puerto Rico, para entrevistarme con la JDC
portorriqueña que lógicamente estaba por la independización de la isla y con la
JDC de Cuba y luego pasar a Santo Domingo para encontrarme con los dirigentes
de la JDC dominicana. Pero por otro lado se consideraba que junto con Baraibar
representábamos la experiencia que complementaría a los otros integrantes
latinoamericanos del comité mundial que eran nuevos. Esas razones fueron
explicadas y entendidas por el interlocutor que me había planteado retrasar el viaje.
Pero
como dije había razones políticas que no podía revelar. El día 4 se realizaban
las elecciones presidenciales en Chile. Era muy claro que ninguno de los tres
candidatos alcanzaría la mayoría del 50 % y se pasaría a la elección en
Congreso entre los dos que obtuvieran las primeras votaciones a mediados de noviembre. El candidato
presidencial de la Democracia Cristiana de Chile era Radomiro Tomic, quien
había sido visto siempre a la izquierda de su correligionario Eduardo Frei
Montalva, presidente en ejercicio en ese momento. El candidato de la izquierda,
bajo el nombre de Unidad Popular, era Salvador Allende. Y el candidato de la
derecha era Jorge Alessandri, ex presidente que había gobernado de 1958 a 1964
y que, a diferencia de los dos primeros, no
había hecho campaña electoral congregando masas en las calles.
Cuando
había estado en Chile en los primeros días de agosto, mis amigos chilenos
estaban seguros que el impulso inicial de Alessandri se había ido frenando y
que la segunda vuelta sería entre el centro izquierdista Tomic y el
izquierdista Allende. En muchos aspectos
había cercanía entre ambos programas. Y como se conoció posteriormente hubo
entre las dirigencias de las dos agrupaciones un pacto secreto, en virtud del
cual bastaba que uno de los dos sacara una mayoría relativa de más 5 mil votos
para que su victoria fuera reconocida por el otro, mientras que se reconocería
la victoria de Alessandri solo si su margen superaba los 100 mil votos.
Pocos
días antes de mi viaje, había sido informado
por la JDC de Chile que el fin de semana podía ser crucial, debido a que si bien era segura la
segunda vuelta no era seguro que Tomic lograra ser uno de los dos que pasara a
ella. Y al quedar fuera de la competencia, la
Democracia Cristiana quedaba como fiel de la balanza. La dinámica
interna de la DC obligaba a todos sus dirigentes a participar en el debate
desde su inicio y en ese caso, me adelantaron que enviarían a Roma un cable
delegándome su representación.
CONVERSACIONES
EN BOGOTÁ Y CARACAS
Regresemos
a un día antes de la elección en Chile: el 3 de setiembre llegué a Bogotá a
finales de la tarde y pude conversar en la noche y al día siguiente con dirigentes
de la JSDC, particularmente con Felix Mendoza y Jaime Valenzuela. Ahí mismo siguieron las dificultades, por algún
problema de sobreventa o algo por el estilo mi salida de Bogotá se retrasó tres
horas por lo que llegué de noche a Caracas y prácticamente poco pude hacer,
salva alguna llamada desde mi hotel.
Al día
siguiente pude conversar con algunos conocidos como Jorge Sucre y personas
ligadas al IFEDEC. Instituto de capacitación de la DC latinoamericana, pero no
logré conectarme con los dirigentes de la juventud del COPEI, nombre de la DC
en Venezuela, que habían esperado que los contactara en la tarde anterior.
Incluso retrasé hasta la noche mi salida de Caracas pero no me fue posible
ubicarlos porque estaban fuera de la ciudad.
Me fue
muy grato conversar telefónicamente con el diputado Luis Herrera Campins,
secretario general de la Organización Demócrata Cristiana de América, quien 8
años después sería elegido presidente de Venezuela. Con Herrera, hombre
bastante inteligente al mismo tiempo que muy sencillo y campechano, había
tomado desayuno en su casa y conversado en una larga sobremesa en el mes de febrero
de ese año, con ocasión de una reunión de la directiva de la JUDCA en esa
ciudad. Pero más allá de esa satisfacción personal, al no poder conversar con
los dirigentes juveniles, me quedó claro que tendría que incluir Caracas en mi
viaje de regreso.
Así como
el retraso en salir de Bogotá me alteró la agenda de Caracas, el retraso de
salir de Caracas hizo que nadie estuviera esperándome en Roma en la tarde del
domingo y el tener sólo teléfonos de las oficinas de la UIJDC hizo imposible
saber qué hotel me tenían reservado. Terminé ubicándome en el pequeño hotel Internazionale en una calle por el
centro de la ciudad, lo suficiente modesto como para poder pagarlo, pero con un
precio que podía asegurarme una habitación estrecha pero muy limpia y un baño
común que no cobrara la ducha como extra, como alguna vez me había pasado en
Bruselas (ver
crónica "Dominga al señor no le entiendo", del 1º de noviembre de 2012). Aproveché para caminar unas cuadras y
llegar a la Via Veneto, famosa por sus cafés donde se reunían a conversar
intelectuales y artistas y los precios eran carísimos.
Como había disfrutado de una comida, dos desayunos y un almuerzo en el vuelo,
me limité a tomar pausadamente un café mientras veía circular poca gente, ya
que se trataba del final de un domingo. Era la etapa final del verano y a esa
hora el calor era soportable.
LAS
PREOCUPACIONES DE LOS JÓVENES DC
Al día
siguiente temprano y dejé mi equipaje listo antes de acudir a las oficinas de
la UIJDC para la instalación de la reunión del Comité Mundial. Allí me encontré
con Moncagatta, Baráibar y el guatemalteco Danilo Rodríguez, entre otros
latinoamericanos, y el italiano Gilberto Bonalumi, secretario general de la JDC
de su país a quien había conocido meses atrás en Lima cuando hizo una gira por América Latina acompañado
de Alfredo Di Pace, secretario de relaciones internacionales de la
organización. Moncagatta me comunicó que
había llegado un cable de Pedro Felipe Ramírez, delegándome la representación
de la JDC de Chile. Había justamente ocurrido que la Democracia Cristiana
chilena había quedado como el fiel de la balanza al obtener su candidato Tomic
sólo el 28.11 % de los votos frente al 36.62 % de Allende y el 35.27 % de
Alessandri, entre los que debía definir el Congreso. Los menos de 40 mil votos
de diferencia significó el inicio inmediato de presión para que los
parlamentarios DC no votaran por Allende.
Tal como lo mencione en otra crónica, esa
reunión tenía como trasfondo los importantes cambios que se venían produciendo entre
los jóvenes democristianos latinoamericanos al influjo del Concilio Vaticano II
y la Teología de la Liberación. Los esfuerzos de acercamiento con las
organizaciones europeas, dadas posiciones cada vez más encontradas, las
lideraban los jóvenes italianos. En esa perspectiva, al momento de elegir al nuevo
presidente de la UIJDC se llegó por consenso a Bonalumi quien poco después
iniciaría una carrera parlamentaria que incluyó cuatro elecciones para
diputado entre 1972 hasta 1987 y una para senador entre 1987 y 1992. Un
dirigente juvenil guatemalteco fue elegido vice presidencia.
Alto, rubicundo y de sonrisa espontánea, el
dirigente italiano todavía no cumplía 30 años lo que a los latinoamericanos nos
llamaba la atención acostumbrados a dirigentes juveniles europeos bastantes
mayores. En el almuerzo del segundo día invitado por la JDC de Italia, Bonalumi me sentó frente a él y comenzó a
pedir para ambos una serie de platos, mientras comentaba a sus paisanos que
meses antes en Lima yo había comido más que él durante un almuerzo en el “Rincón
Gaucho” restaurante de comida argentina que en esa época quedaba en el Parque
Salazar de Miraflores.
En algún momento Moncagatta, hablando al mismo
tiempo en castellano e italiano, con el asentimiento de Bonalumi nos planteó a Baráibar y
a mí que él después de alrededor de cinco años de estar al frente de la
secretaria general de la UIJDC tenía previsto regresar a su país y que era
necesario plantear su recambio. Añadió que de acuerdo con lo conversado con los
europeos se había llegado a la conclusión que continuara un latinoamericano, aunque
era evidente que no se podía elegir en esa reunión porque no estaba en la
agenda, planteó un mecanismo. Se había previsto
para los meses siguientes un viaje de los nuevos presidente y vicepresidente a
América Latina, acompañados de Moncagatta. En esa oportunidad se llevaría una
terna de candidatos a la secretaria general para consultarla con las
dirigencias de las juventudes DC de cada país y, de haber consenso, en la
siguiente reunión del Comité Mundial se ratificaría.
Después que a Carlos Baráibar y a mí nos pareció
una buena fórmula, Juan Pablo Moncagatta dijo que ya tenían pensado en uno de
los integrantes de la terna: yo. Ante mi sorpresa, añadió que pensaban que
tenía la legitimidad para ser elegido, luego de haberse logrado solucionar el
impasse de la interrupción del IV Congreso de la JUDCA y conseguido su
culminación. No tienes que aceptar ahora, me dijo, ya que por experiencia
propia sé que significa un cambio radical trasladarte a vivir a Roma sin
haberlo ni remotamente pensado. Me quedé un rato callado. Piénsalo bien y
después de la visita al Papa lo conversamos me dijo.
DESAPARICIÓN DE QUIEN SERÍA PARLAMENTARIO
REPETIDAMENTE
Es que en la mañana del miércoles 9 teníamos
previsto una audiencia privada con el Papa Paulo VI en Castel Gandolfo. Salimos de nuestro hotel alrededor de las 10 y
30 de la mañana para dirigirnos a ese pequeño pueblo a orillas de un lago, donde
queda la residencia veraniega de los Papas. Aunque situada a unos 20
kilómetros fuera de la ciudad, el intenso tránsito romano hizo que nos
demoráramos unos 90 minutos en llegar. Llegamos con bastante anticipación a la
antigua e imponente edificación. Una vez adentro esperamos en un salón el
momento de la audiencia. Pasaron los minutos y más de uno miraba repetidamente
el reloj para comprobar que se acercaba la hora de la audiencia: 12:45. Todos
hablábamos en voz baja hasta que de pronto alguien levantó la voz para advertir: “No está Baráibar”. Efectivamente
el dirigente uruguayo no estaba y todos recordamos haber llegado con él.
Creo que fue sólo un minuto antes de la hora que reapareció Carlitos con su tranquilidad de siempre. Y
satisfaciendo su curiosidad también de siempre. Venía de recorrer diversas
habitaciones privadas y, por lo que
contó luego, había llegado quizás hasta la misma recámara del Papa. Tenía esa
misma tranquilidad cuando lo recogí en una esquina de Miraflores hacia 1974
cuando estaba por culminar su mandato de secretario general de la JUDCA y se
suponía que no tenía que tomar contacto con un renunciante a la Democracia
Cristiana como yo. Y tenía esa misma curiosidad cuando me buscó y encontró en
una reunión de cientos de personas en Berlín a mediados de junio de 1988.
Pero esa mañana en Roma no sabíamos que nos
encontraríamos 18 años después en la capital de la hoy desaparecida República
Democrática Alemana él como secretario político del Frente Amplio de Uruguay y
yo como secretario general del Partido Socialista Revolucionario del Perú. Menos
nos íbamos a imaginar que en el año 2014 estaría en su cuarto año como senador,
luego de haber sido diputado por Montevideo por lo menos en tres periodos
consecutivos. Carlos además fue diputado DC elegido en 1971 dentro del el
Frente Amplio hasta que el parlamento fue disuelto en junio de 1973 por el presidente
Juan María Bordaberry con el apoyo de las Fuerzas Armadas en el marco de una
dictadura cívico-militar que se extendió hasta febrero de 1985, etapa en se
prohibió los partidos políticos y los sindicatos, se impidió la libertad de
prensa y se produjo la persecución, encarcelamiento y hasta el asesinato de
opositores al gobierno.
A SOLAS CON PAULO VI
Volvamos a Castel Gandolfo. A la hora prevista
apareció en la sala el Papa Paulo VI. Algunos lo saludaron besándole el anillo.
Otros le dimos la mano. No era una falta de respeto sino en todo caso de
ignorancia del protocolo eclesiástico. Nos invitó amablemente a sentarnos. La
conversación fue de unos quince minutos, se sorprendió por el hecho que la mitad
de los diez presentes éramos latinoamericanos y recuerdo que habló de las
desigualdades y deseo de justicia que había en el Tercer Mundo. Pero más allá
de lo que dijo, lo que impresionaba más era el tono calmado y la mirada serena
y firme con la que nos miraba a todos.
Cuando se despidió de nosotros, salimos de la
residencia en silencio y con una sensación de paz. Por ver al Papa salir a una
ventana alta y alejada por pocos minutos, miles de personas esperaban horas en
la Plaza San Pedro. Nosotros habíamos estado conversando a solas con él en un
espacio de no más de veinte metros cuadrados por un cuarto de hora…
Después de almorzar en
un restaurante en Castel Gandolfo regresamos a Roma para continuar algunas
conversaciones bilaterales y preparar la clausura de la reunión a la mañana
siguiente. Luego de terminada la última sesión, la mayoría tenía previsto salir
de regreso esa misma tarde. Poco antes que saliera hacia el aeropuerto, Juan
Pablo Moncagatta me pidió conversar con él. Nos tomamos un café. Me preguntó lo
que había decidido. Puedes poner mi nombre en la terna para reemplazarte, le
dije.
No sabíamos cómo caería mi nombre entre las
propuestas que meses después se plantearían, pero no nos podíamos imaginar de
dónde saldría el obstáculo mayor que hizo inviable la propuesta. Pero eso es
otra historia, como también lo es mi regreso accidentado a Lima, sin conocer
ningún plato de comida francesa en París, con una sola comida en 28 horas en
Madrid, ingresando sin pasaporte en San Juan y sin dinero para trasladarme del
aeropuerto a la ciudad en Caracas…
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