En los primeros días de mayo de 1973, cuando
contesté el teléfono escuché: “María Elena me acaba de llamar, dice que no va a
poder comprar la casa y nos cede su opción”. Era Ana María, mi esposa, y antes que
pudiera hacerle algún comentario añadió que lo hablaríamos más tarde. Se
despidió y cortó. Quedé mudo con el teléfono en la mano. Las conversaciones
telefónicas desde nuestras oficinas eran siempre muy cortas. Generalmente
cuando tenía que advertirle demoras en llegar a nuestro departamento por
razones laborales. O para adelantar noticias importantes. ¡Y vaya que era
importante la posibilidad de comprar casa…!
Nos
habíamos casado a inicios de agosto de 1972 y vivíamos en el cuarto piso de un
edificio en la avenida Pershing casi frente al hospital Militar. Ana María y yo
nos sentíamos cómodos en el departamento y, en las primeras semanas de 1973,
comentamos que seguramente no tendríamos problema para renovar el contrato del
alquiler por un año más. Se vencía el 31 de julio. Además de estar al día en
los pagos, la relación con el dueño era muy cordial.
Cuando
-cada dos semanas- subíamos las escaleras cargando las bolsas de compras del
supermercado, no nos sentíamos cansados. Con 25 años ella y con 30 yo, sabíamos
que podríamos mantener ese ritmo por varios años más. Pero en algún momento
comenzamos a preguntarnos cómo sería la subida cuando hubiese hijos, cunas
portátiles, cochecito de paseo, bolsas de ropa y pañales y varios implementos
más que cargar. Necesitaríamos vivir en un edificio con ascensor… nos decíamos.
SE NOS OCURRIÓ QUE PODÍAMOS COMPRAR CASA
Teníamos
unos siete meses de casados cuando nos planteamos comprar una casa. No era algo
imposible en esa época, cuando los dos integrantes de la pareja trabajábamos.
Ayudaba mucho la estabilidad económica existente. Faltaban pocos años para que
comenzaran medidas económicas restrictivas como los llamados “paquetazos” y
para que las parejas jóvenes dejaran de pensar en la compra de una casa y se
plantearan adquirir un departamento.
Para las
compras eran importante las mutuales, instituciones financieras que facilitaban
la adquisición de casas. Pero también -como fue en nuestro caso- ayudaba mucho
la existencia de cooperativas de crédito que servían para obtener préstamos de
dinero con intereses razonables.
Desde
antes de casarnos nos habíamos inscrito en la Cooperativa de Ahorro y Crédito
Santa Rosa de Lima, ubicada en el distrito de Lince, la que ya había facilitado
préstamos a mis padres y hermanas. A inicios de julio de 1972, habíamos
conseguido un crédito de sesenta mil soles -treinta mil para cada uno- que nos
había servido para varios gastos de nuestro matrimonio, incluyendo el viaje de
luna de miel al norte del país, así como para compras de muebles y lámparas
para todo el departamento. También para adquirir algunos artefactos eléctricos.
Aunque el préstamo era para pagarlo en tres años, teníamos previsto terminar de
cancelarlo en uno, es decir a fines de junio de 1973. Nuestro objetivo era,
inmediatamente después, pedir un nuevo préstamo, esta vez por cien mil soles,
que podría servirnos para pagar la cuota inicial de nuestra casa.
Buscando
tener alguna idea para nuestra compra, desde abril habíamos comenzado sin mayor
apuro a visitar algunas urbanizaciones cercanas a la avenida La Marina, tanto
en los distritos de San Miguel como Magdalena con la finalidad de vivir entre
las casas de nuestros padres. Lo hacíamos con tranquilidad porque sabíamos que
no podríamos avanzar hasta agosto, mes en el que calculábamos podríamos obtener
el siguiente préstamo de nuestra cooperativa.
PROPUESTA EN EL MOMENTO PRECISO
Cuando
María Elena Zimmermann llamó a Ana María, habían pasado cerca de tres años desde
que ambas se conocieron en EPCHAP, Empresa Pública de Comercialización de
Harina y Aceite de Pescado, flamante empresa en la que coincidieron empleados
provenientes de distintas empresas privadas. Y aunque trabajaron menos de un
año juntas, hicieron muy buena amistad. María Elena pasó a trabajar al Banco
Central Hipotecario del Perú, BCHP, pero siguieron en contacto telefónico y
también se reunían cada cierto tiempo a conversar.
A
mediados de 1971, María Elena le había contado que el BCHP estaba construyendo
conjuntos habitacionales, entre ellos uno en Surco y que estaba abierto el
registro para quienes quisieran postular a alguna de las casas de esa urbanización.
María Elena se había inscrito y, sabiendo que teníamos previsto casarnos, le
dijo que las casas estarían listas en el segundo semestre de 1972 y que podríamos
registrarnos. Aunque no había que hacer pago alguno, en esa época yo estaba sin
trabajo, por lo que convinimos en que resultaba iluso pensar en comprar casa.
Casi dos
años después, el ofrecimiento de María Elena llegaba justamente cuando
estábamos haciendo averiguaciones sobre adquisiciones de casa. Esa noche
conversamos entusiasmados sobre la propuesta, aunque no teníamos mayores datos
sobre la casa. Pero también estábamos preocupados por cómo afectaría a María
Elena ceder su opción. A la mañana siguiente, mi esposa llamó a su amiga y
quedó en buscarla un par de días después.
Conversamos
un domingo cerca del mediodía. Lo primero que quedó claro es que, si no nos cedía
la opción, simplemente quedaría un casillero en blanco por si algún interesado
preguntaba si aún quedaba alguna casa. María Elena no se afectaba ni laboral ni
económicamente. Además, no quedaba descartada para inscribirse en otro proyecto
habitacional que en esos momentos se presumía haría el banco.
Nos dijo
que la urbanización estaba prácticamente terminada y que se calculaba que desde
fines de ese mes de mayo y entre junio y julio se entregarían las 960 casas. (En algunas otras crónicas he escrito erróneamente
que el total de casas era alrededor de 1500). Nos comentó también que el banco estaba
comunicándose con una buena cantidad de inscritos que no habían dado señales de
vida, comprobando que varios se habían apuntado “por si acaso”. Y que se iban
produciendo retiros de algunos inscritos. Esto nos lo dijo por sí no nos
gustaba la ubicación o el modelo de la casa que a ella le hubiera
correspondido, que era de 115 metros cuadrados de terreno, de los que 89
estaban techados.
ENCONTRAMOS LO QUE BUSCÁBAMOS
Ese
mismo domingo en la tarde nos dirigimos a Surco, a tres o cuatro cuadras de lo
que es actualmente el Óvalo Higuereta y comenzamos a recorrer la urbanización
La Capullana. Eran alrededor de unas quince manzanas, donde casi un millar de
casas se distribuían entre jardines, parqueos para vehículos y pasajes
peatonales. Además, había tres parques con pequeños centros comerciales cada
uno.
Comprobamos
que había cinco tipos de casa, con cinco similares pero construidas con el
plano invertido. Tres de dos pisos. La escogida por María Elena era la más
pequeña, de un piso y dos dormitorios, denominada tipo D. Nosotros no teníamos
hijos, pero aspirábamos a tenerlos, preferíamos una de tres dormitorios. Y nos
gustó una también de un piso, que tenía un patio rodeado de rejas en la entrada
que tenía tres dormitorios. Descartamos los tres modelos de dos pisos. Si
compramos casa acá, nos dijimos, será la primera y última y cuando pasen los
años subir escaleras resultará una incomodidad. No sabíamos que en realidad
estábamos haciendo una premonición.
Dejamos
la urbanización convencidos que allí nos gustaría vivir y además en qué tipo de
casa. Se lo comunicamos a María Elena y le dijimos que iríamos al banco para
ver costos y buscar la forma de financiar la compra y que seguramente,
necesitaríamos unas semanas. No se preocupen, yo puedo mantener mi opción por
un mes más o menos, nos dijo…
En la
semana siguiente visitamos la oficina del BCHP en Miraflores, en la esquina de
las avenidas Larco y Alfredo Benavides. Mirando los planos del modelo de casa
que habíamos escogido, nos ratificamos en nuestra primera impresión. Amplia
sala comedor, tres dormitorios, baño, cocina, cuarto y baño de servicio, dos
pequeños jardines interiores, un patio de servicio y en la entrada, un patio
exterior grande con jardín y enrejado. Era el modelo con mayor terreno, 151
metros cuadrados, y tenía 104 metros techados, denominado tipo I. Recuerdo que
el precio al contado de “nuestra” casa era de 505 mil soles, el modelo escogido
por María Elena de cerca de 400 mil y los tres modelos de dos pisos entre 600 y
750 mil. Pero, por cierto, la venta era con hipoteca, pagadera en 20 años.
SUMANDO Y RESTANDO, LA COMPRA ERA POSIBLE
Aunque
no habíamos iniciado ningún trámite, nuestros cálculos siempre fueron
considerando los costos del modelo escogido. Había que pagar poco más de 120
mil soles de cuota inicial y 13500 trimestrales durante veinte años. Había
también la opción de pagar más o menos la mitad de la cuota inicial y el saldo
en 24 cuotas mensuales de 3600.
Comenzamos
a hacer cuentas. Pagábamos mensualmente 7800 soles a la cooperativa, casi el
triple de lo que nos correspondía, para pagar en 12 meses un préstamo a 36. Y,
además, tres mil por el alquiler del departamento. 10800 soles en total. Si
comprábamos la casa, tendríamos que reservar 4500 para la cuota trimestral,
3600 por el saldo de la cuota inicial y unos 3700 por el nuevo préstamo de la
cooperativa. En total 11800 soles mensuales por dos años, ya que luego
quedaríamos aliviados al dejar de pagar el saldo de la cuota inicial.
Respiramos tranquilos, ya que los mil soles de diferencia resultaban
manejables. Nuestro problema era apresurar el nuevo préstamo, para lo cual
teníamos que terminar de pagar el otro…
Mientras
hacíamos nuestras cuentas, pensábamos que los dos años que demoraríamos en
completar el pago de la cuota inicial se nos pasarían rápido, considerando que
felizmente ambos teníamos trabajos bien remunerados, no teníamos hijos y, por lo
tanto, todos nuestros gastos eran predecibles. Además, salvo con la cooperativa,
no teníamos deudas ya que todas nuestras compras habían sido al contado.
Para el
Día de la Madre, después de almorzar con mis suegros, fuimos a casa de mis
padres. Conversamos con ellos y con dos de mis hermanas sobre nuestras
preocupaciones financieras. Y ocurrió algo curiosísimo. Una de ellas -Silvia- y
su esposo Julio tenían unos veinte mil soles que sólo los utilizarían un par de
meses después. No recuerdo si se trataba de ahorros o un préstamo de la
cooperativa. Tampoco en qué los iban a gastar. Sí recuerdo que les pedimos que
nos prestaran 15600 y que les pagaríamos una mitad a fines de mayo y la otra a
fines de junio. Al día siguiente, después que mi cuñado me entregó el dinero, fui
a la cooperativa a pagar todo lo que debíamos del préstamo del año anterior…
TRÁMITES, ENTREVISTAS, CONSTANCIAS
El mes y
medio posterior a cancelar la deuda, fue intenso. Se cumplió el mes de plazo para
poder hacer el pedido del nuevo préstamo, tuvimos la entrevista de rigor con el
comité de crédito, que le dio especial importancia a que el préstamo sería para
la cuota inicial de una casa. Creo que fue en los primeros días de julio que
nos dieron los dos cheques: 50 mil soles para cada uno.
Paralelamente
estuvimos en comunicación con el funcionario del banco responsable de las ventas
y a mediados de junio, ya la opción había dejado de estar a nombre de María
Elena y había pasado a nombre nuestro. Comenzamos el acopio de documentos:
constancias de ingresos de ambos de nuestros respectivos centros de trabajo, el
“certificado negativo de propiedad” de Registros Públicos, copias de nuestras
libretas electorales -el DNI de entonces- y copia de nuestra partida de
matrimonio.
Creo que
fue finales de junio cuando le planteamos al funcionario bancario que queríamos
cambiar de modelo de casa. En lugar del tipo D, preferíamos el tipo I, dijimos.
Para nuestra tranquilidad nos dijo que, aunque en ese momento no podía realizar
el cambio, era prácticamente seguro que en las siguientes semanas hubiese
desistimiento de alguien que se hubiese inscrito para el modelo I. Déjenme unos
quince días y espero avisarles que hay una casa del modelo que ustedes quieren,
nos dijo.
MANZANA C LOTE 54
Alrededor
del 20 de julio recibí una llamada. Hay dos casas del modelo que ustedes quieren
en la manzana C, me dijo el funcionario. Quisiera que, de ser posible, mañana
mismo me comunicaran cuál de las casas escogen. Saliendo del trabajo, nos encontramos con Ana
María y nos dirigimos a Surco. Ubicamos la manzana C y comenzamos a buscar los
números. Era de noche y aunque ya un buen número de casas estaban habitadas, las
vacías lógicamente estaban a oscuras. Solamente contábamos con las luces del
alumbrado público. Una de las casas quedaba en el jirón Tamarindos y no tenía la
reja porque estaba colocada “de costado” por así decirlo y el frontis en lugar
de tener reja con vista a algún jardín, tenía más bien vista a la pared
posterior de una casa con la que limitaba. Nos miramos algo decepcionados. Pero
cuando dimos la vuelta a la manzana, llegamos a una avenida de dos pistas
llamada Hoja Redonda y entramos a un amplio parqueo buscando la segunda casa
cuyo número nos habían proporcionado, descubrimos que esa era la que queríamos.
Si bien alrededor de la mayoría de las casas había jardines, esa era la que más
superficie de jardín tenía entre las diez o doce casas que daban a ese parqueo.
La encontramos, nos dijimos.
A esa
hora no había forma de hallar algún guardián que nos abriera la puerta de esa
casa. Pero no dudamos que esa debía ser la nuestra. Al retirarnos, no nos
imaginábamos que antes de un año esa vía dejaría de llamarse Hoja Redonda para
convertirse en avenida Ayacucho, considerando que 1974 fue el año del
Sesquicentenario de la Batalla de Ayacucho.
Al día
siguiente, comunicamos al banco nuestra decisión y comenzó el papeleo final
para que culminara la compra de nuestra casa. El 26 en la tarde, nos comunicaron que ya estaba listo todo para firmar el contrato de
nuestra adquisición. Si vienen mañana antes del mediodía, podrán pasar las
Fiestas Patrias en su casa, nos dijeron.
El 27 de julio, víspera de Fiestas Patrias, siempre
se siente como día feriado. Aunque es laborable, desde que tengo memoria se
trabajaba hasta mediodía y muchas veces se realizaba almuerzos de
confraternidad. Ese año no tenía por qué ser distinto para todos, pero sí para
Ana María y para mí. Después de dejarla en EPCHAP antes de las ocho de la mañana,
llegué a mi oficina y luego de despachar algunos asuntos, indiqué que saldría
por un par de horas. Como la oficina de Ana María estaba a seis o siete cuadras
de distancia, la recogí en el camino y nos dirigimos a Miraflores a las oficinas
del Banco Hipotecario.
A las diez y media de la mañana, salimos
felices del banco. Acabábamos de firmar el contrato y realizar los pagos. Estaba
todo finalizado. Éramos dueños de una casa. Claro que con una hipoteca a veinte
años. Teníamos en nuestras manos un papel que indicaba al guardián de la
manzana C de la urbanización, que nos entregara las llaves de la casa 54.
SIETE VIAJES EN AUTO Y UNO EN CAMIÓN
Nos apresuramos en regresar a nuestras
oficinas. En unas tres horas, ambos teníamos almuerzos con nuestros compañeros
de trabajo. Cuando nos reencontramos cerca de las cinco de la tarde, nos dimos
cuenta de que, aunque nos apresuráramos, íbamos a ingresar a nuestra nueva casa
a oscuras. Lo dejamos para el día siguiente…
Esa noche recordamos que, a inicios de mayo,
mientras realizábamos cálculos de nuestros ingresos y gastos considerábamos que
no teníamos hijos. Pero desde muy pocos días antes, sabíamos que en siete meses
y medio nacería nuestro primer hijo. Lo que ni siquiera imaginábamos era que
antes de dos años volveríamos a ser padres, ni que trece meses después tendría
que dejar mi trabajo y conseguir otro, pero ganando treinta por ciento menos…
El 28 de julio es el aniversario patrio del
Perú. Como todo día feriado, había poco tránsito. El viaje desde Magdalena
hasta Surco lo hicimos bastante rápido. Poco después de las ocho de la mañana
llegamos a las afueras de la casa que habíamos comprado. En pocos minutos
logramos encontrar al guardián. Se quedó con el papel que le entregamos, buscó en
una bolsa, sacó un manojo de llaves y nos hizo una señal para que lo
siguiéramos, abrió la reja y luego la puerta principal y nos hizo pasar.
Aunque suene sorprendente, fue la segunda vez
que contemplamos la casa desde el parqueo y la primera vez que la pisamos por
dentro…
Luego de chequear que todo estaba bien, el guardián nos dejó nuestras llaves y se retiró. Mientras Ana María y yo dábamos vuelta en la casa vacía apareció una joven que se ofreció a encerar los pisos. Mientras lo hacía, buscamos dónde tomar desayuno en el pueblo de Surco -también lo denominan Surco viejo- que no parecía pertenecer a la ciudad de Lima sino una de las tantas pequeñas localidades costeñas cercanas a la carretera Panamericana. Ese día en la tarde, tres veces al día siguiente y el 30 después de regresar del trabajo, realizamos traslados en el Volkswagen de artefactos pequeños, vajilla, ropa, libros y adornos, desde el departamento a la casa. En alguno de esos momentos, un electricista sacó las lámparas que colocaría luego en la casa. En esos días tuvimos la invalorable ayuda de Temístocles Olivares, un gran amigo desde los años sesenta. En la mañana del 31 de julio de 1973 un camión contratado trasladó nuestros muebles y artefactos grandes. Ana María les iba diciendo dónde debían dejarlos. Poco después de mediodía todo estaba ya ordenado…
Instalados ya ese día final de julio, tuvimos
la sensación de que sería nuestra casa por mucho tiempo, pero no creo que
imagináramos que cumpliríamos cincuenta años en ella como ha sucedido en estos
días.
Bravo. muy linda y aleccionadora historia.
ResponderBorrarAlfredo, Anita. Que tal recuerdo. El tiempo voló. Compartí con ustedes algunas vicisitudes de su nuevo hogar. Les felicito, un abrazo grande
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