viernes, 26 de mayo de 2017

CUANDO MI ABUELO DESPLAZÓ A SÁNCHEZ CERRO (1933)

Mi abuelo, Armando Filomeno, dedicó 47 de sus 71 años de existencia a la enseñanza en una escuela primaria del Rímac de la que fue director. Tengo pendiente una crónica sobre su vida, aunque algo ya he escrito sobre él (Ver crónica “Filomeno, apellido en el Perú hace 275 años…” del 24 de abril de 2015). Y esa crónica -que incluirá las muestras de gratitud y solidaridad en su velorio y entierro- seguirá pendiente ya que en esta ocasión sólo contaré un episodio sucedido casi dos años después de su muerte cuando su nombre desplazó al de un ex presidente de la república fallecido poco antes.

Durante el último año y medio de vida del abuelo, el Perú vivió en constante turbulencia política y tuvo como presidentes o encargados de la presidencia a Augusto B. Leguía, general Manuel María Ponce, comandante Luis Sánchez Cerro, monseñor Mariano Holguín, Ricardo Leoncio Elías Arias, comandante Gustavo Jiménez, David Samanez Ocampo y nuevamente Sánchez Cerro. Mi abuelo murió el 9 de diciembre de 1931, al día siguiente que asumió la presidencia de la república el comandante Sánchez Cerro. Pero nadie tenía que suponer, luego de esa casi coincidencia, que sus nombres se cruzarían otra vez en octubre de 1933.

EL “ONCENIO” SE ACABÓ

Leguía había gobernado el país desde 1919 en que entre junio y octubre, sucesivamente, había ganado elecciones, dado un golpe militar por si se desconocía su triunfo y asumido la presidencia constitucional por un primer periodo. Luego, en octubre de 1924 había iniciado su segundo gobierno -previo cambio constitucional que impedía la reelección, por cierto- con férreo control de la vida política del país y en octubre de 1929 había iniciado un muy cuestionado tercer periodo presidencial. Antes de un año después, el 25 de agosto de 1930, con protestas en la calle y levantamientos militares en todo el país, se vio obligado a renunciar, acabándose su llamado “oncenio”. Leguía inicialmente estuvo detenido en un buque de la Armada, pero luego fue trasladado a una prisión con pésimas condiciones de salubridad y sin la atención médica que requería. Sin dejar su condición de detenido, murió en febrero de 1930.

Leguía había presentado su renuncia a un grupo de jefes militares insurrectos que en ese momento constituyeron una Junta Militar presidida por el general Manuel María Ponce. Esa junta sólo duró dos días, ya que el 27 de agosto se realizó una reunión con jefes militares llegados de distintas ciudades del país también sublevados contra Leguía. En esa ocasión Sánchez Cerro recién llegado de Arequipa, donde había encabezado la sublevación, fue nombrado como presidente provisional.

Ya instalado en palacio de gobierno, Sánchez Cerro se enfrentó a una situación política y social que le costaba manejar. Las movilizaciones de los sectores populares que habían sido reprimidas en el “oncenio” y las proclamas de dirigentes políticos regresados del exilio o salidos de las prisiones se hacían oír por todo el país. Pero sobre todo, Sánchez Cerro comprobó que no contaba con el apoyo firme de los mandos militares -la fuente inicial de su poder- ya que las conspiraciones se producían a cada rato…

TRANSICIÓN ENREDADA

Sánchez Cerro renunció a la presidencia el primero de marzo de 1931 ante una Junta de Notables convocada apresuradamente y presidida por monseñor Mariano Holguín, Obispo de Arequipa y en esos momentos Administrador Apostólico de la Arquidiócesis de Lima a quien le delegó la jefatura del Estado. Holguín tuvo el encargo por muy pocas horas mientras dirigía una caótica asamblea de más de doscientas personas que no encontraban cómo ponerse de acuerdo. Finalmente, se creó una Junta Transitoria encabezada por el presidente de la Corte Suprema de Justicia, Ricardo Leoncio Elías Arias, quien ejerció el cargo sólo por cuatro días y fue depuesto por el comandante Gustavo Jiménez, quien pasó a encabezar la Junta Transitoria de Gobierno y luego de cinco días de numerosas gestiones y consultas, entregó el control del país a David Samanez Ocampo y Sobrino como presidente de una Junta Nacional de Gobierno.

Samanez era un veterano político muy respetado que había tenido intensa aunque intermitente actividad política vinculada al Partido Demócrata de Nicolás de Piérola desde cuarenta años atrás. Incluso había encabezado a mediados de los años noventa del siglo anterior y en los primeros años del siglo 20 “montoneras”, es decir grupos de civiles armados contra las fuerzas del orden en el Cusco. Fue diputado entre 1895 y 1896 y senador desde 1917 hasta 1923 en el que fue apresado para después ser desterrado por el gobierno de Leguía.

Los ocho meses en los que Samanez estuvo a cargo del gobierno y durante los cuales se realizaron las campañas electorales para las elecciones programadas para octubre, fueron de amplia libertad para los partidos aunque actuando con energía para impedir los excesos en una etapa en que hubo violentos enfrenamientos entre los partidarios de los distintos candidatos. Samanez no tuvo injerencia en las actividades del Jurado Nacional de Elecciones.

Luego de su renuncia, Sánchez Cerro se embarcó a Europa indicando que volvería para ser candidato respondiendo a “la llamada de mis conciudadanos” y efectivamente regresó meses después. Sus aspiraciones no estaban descaminadas. En el poco tiempo en el gobierno había tenido creciente apoyo popular manipulando, según algunos observadores, sus características físicas dado que era el primer presidente afro descendiente y con rasgos indígenas. No aceptado por muchas instituciones y sin apoyo pleno de sus compañeros de armas, Sánchez Cerro pensaba legitimarse con el respaldo de los votos y se consideraba seguro ganador de los comicios.

Aunque hubo dos otros candidatos, la lucha electoral se polarizó entre Sánchez Cerro, quien acababa de fundar el partido Unión Revolucionaria y el entonces joven Víctor Raúl Haya de la Torre, fundador del Partido Aprista Peruano y que sería su líder indiscutido por más de medio siglo. Las elecciones se realizaron el 11 de octubre y luego de múltiples disputas y cuestionamientos, el Jurado Nacional de Elecciones proclamó presidente electo a Sánchez Cerro quien obtuvo 152,062 votos superando los 106,007 de Haya. El jurista José María de la Jara y Ureta alcanzó 21,921 y el veterano político Arturo Osores 19,653. Los apristas denunciaron fraude y se negaron a reconocer el triunfo del comandante. Sin embargo, el 8 de diciembre, más de una veintena de congresistas apristas elegidos se integraron al nuevo Congreso, con atribuciones de Constituyente que se instaló ese día y ante el cual Samanez hizo entrega de la jefatura de gobierno a Sánchez Cerro.

UN PARQUE A LA ENTRADA DEL RÍMAC QUE YA NO EXISTE

Regresemos a mi abuelo, quien como ya he señalado, falleció al día siguiente de instalado el nuevo gobierno. A los tres días de su muerte se publicó en El Comercio una carta que don Félix Enrique Bravo dirigió al alcalde del Rímac, Alberto Samamé, destacando la importancia que la labor docente del desaparecido maestro había tenido para el distrito y señalando: “Hombres de la talla de don Armando Filomeno, no pueden ni deben ser olvidados; y, por eso, propongo como merecido homenaje, que la actual Plaza donde ubica el Estanco del Tabaco sea denominada Plaza Armando Filomeno”.

Pero ¿de qué plaza estaba hablando? Si uno llega ahora al Rímac, luego de atravesar el hoy llamado puente Trujillo –y que por cerca de cuatro siglos se conoció como el Puente de Piedra- no sólo habrá cruzado el río Rímac, como sucedía hasta hace alrededor de cuarenta y tantos años, sino también habrá pasado sobre la Vía de Evitamiento que conecta la carretera panamericana norte con la carretera panamericana sur. Al finalizar el puente y antes de ingresar a la segunda cuadra del jirón Trujillo, ya que la primera no existe, hacia la derecha hay un terreno de cascajo de unos quince metros de frente donde creo existen ahora algunos juegos infantiles construidos por el municipio que se va anchando para terminar unos cincuenta metros atrás en la antigua fachada del desaparecido Estanco del Tabaco. Ese terreno era un parque cerca de tres veces más amplio, una área verde con árboles muy bien cuidados, que tenía más o menos 40 ó 45 metros de frente hasta la década del 70 en que se cercenó para construir varios metros abajo la vía rápida que une los dos tramos mencionados de la carretera panamericana. Hasta los años 30 del siglo pasado era conocido como plaza, plazuela o parque del Estanco del Tabaco y debió sustituir en algún momento del cual no tengo ninguna precisión a la primera cuadra del jirón Trujillo.

EL GOBIERNO REPRESOR DE SANCHEZ CERRO

Volvamos esta vez a Sánchez Cerro cuyo segundo gobierno duró menos de año y medio. Tuvo algunas medidas favorables a los sectores populares que le habían dado el triunfo electoral como vacaciones remuneradas para los obreros, la instalación de comedores populares y la supresión de la ley de conscripción vial que era en la práctica un servicio militar en que el joven conscripto se dedicaba a trabajar gratis en la construcción de carreteras.

Sin duda que lo más importante en ese periodo fue la promulgación el 9 de abril de 1933 de la Constitución Política del Perú, fruto de quince meses de trabajo de los constituyentes y en cuyo texto se señalaba que el mandato presidencial duraba cinco años y que no había reelección inmediata del presidente. Asimismo, los actos del presidente debían refrendarlos los ministros entre otros puntos. Por otro lado, se reconocía la libertad de culto y se instituía el divorcio. Se estableció dos cámaras legislativas y se suprimieron las vicepresidencias de la república.

Pero la constitución también establecía la ilegalidad de los partidos de “organización internacional” y el impedimento de sus miembros de desempeñar alguna función pública. Esta norma serviría en los años siguientes para perseguir “legalmente” al Partido Aprista y el Partido Comunista.

Bastante antes, apenas al mes de iniciar sus funciones, el Congreso aprobó a propuesta del gobierno una “Ley de Emergencia” que para “defender el orden público y la paz social” lo autorizaba a multar, expatriar y confinar, así como suspender el derecho de reunión y clausurar locales de instituciones. Sánchez Cerro solicitó y obtuvo del Congreso -en que tenía amplia mayoría- las normas que le permitieran legalmente realizar una amplia represión. Justamente en base a esa ley, entre el 17 y 20 de febrero de 1932, se detuvo a 22 congresistas apristas y uno del Partido Descentralista y fueron desterrados sin ninguna contemplación. La misma mayoría sirvió para que el Congreso ascendiera al comandante a general de brigada.

ATENTADO Y BARBARIE

Unos quince días después de la detención de los parlamentarios, el 6 de marzo, se produjo un atentado contra Sánchez Cerro, cuando llegaba a una ceremonia en la iglesia Matriz de Miraflores. El joven aprista José Melgar Márquez logra acercarse a él y le dispara al corazón a unos cuatro metros de distancia. El presidente se salva porque un estuche metálico de sus anteojos desvía la bala y queda herido en un pulmón. El atacante es herido y apresado. Aunque luego se sabría que el acto obedeció a un impulso personal, Melgar y quien fue acusado de haberle facilitado el arma Juan Seoane Corrales -hermano del líder aprista Manuel Seoane, constituyente en ese momento desterrado- fueron condenados a muerte y se aplicaron fuertes condenas a otros detenidos por presunta complicidad. El reclamo de diversas instituciones, incluyendo la Iglesia Católica, señalando que en el momento del atentado esa pena no existía logró que se cambiara la muerte por cadena perpetua.

A partir del atentado el ambiente político fue aun de mayor confrontación y se intensificaron las medidas represivas. Muchos apristas fueron detenidos, incluyendo el propio Haya de la Torre. Posteriormente, a inicios de julio se produce una insurrección aprista que toma el control de la ciudad de Trujillo y varios pueblos del departamento de La Libertad. Los insurgentes fueron reprimidos sangrientamente. Mucho se ha escrito sobre este episodio, pero el título de un libro de Guillermo Thorndike lo resume con total fidelidad: “El año de la Barbarie, Perú 1932”.

Los sucesos en Trujillo se extendieron también a los departamentos de Cajamarca y Ancash y aunque el movimiento armado aprista fue derrotado “a sangre y fuego” dejó una secuela de intranquilidad en la población y represión en el gobierno. La crisis política llevó incluso a un militar muy respetado, como el comandante Gustavo Jiménez, a revelarse contra el gobierno y proclamarse Jefe Supremo Político y Militar de la República en Cajamarca en marzo de 1933 y acabar muerto –aparentemente suicidado- luego de un enfrentamiento con las fuerzas leales al gobierno en Paiján, al norte de Trujillo.

LA PAZ Y CONCORDIA DURÓ MUY POCO

Tres semanas después de promulgada la nueva constitución, el 30 de abril alrededor de las once de la mañana, Sánchez Cerro después de pasar revista a tropas reunidas en el Hipódromo de Santa Beatriz, hoy Campo de Marte, se retiraba cuando fue sorprendido por una persona que logró acercársele y dispararle varios tiros de pistola por la espalda. Falleció tras dos horas de agonía. El autor de los disparos, trabajador eventual afiliado al Apra, fue muerto por disparos de la tropa que acompañaba al presidente. No se pudo determinar si fue una acción personal o un letal operativo partidario.

El Congreso pidió al Ejército que impusiera orden y, en forma no establecida en la novísima constitución, eligió al general de división Óscar R. Benavides para que terminara el período presidencial de Sánchez Cerro. Benavides había sido ascendido un mes antes al momento de ser designado General en Jefe del Consejo Nacional de Defensa. En los meses inmediatos, Benavides trató de imponer una política de “paz y concordia” y en agosto decretó una amnistía que liberó a Haya de la Torre y otros presos políticos apristas y permitió el regreso al país de desterrados. Esta “primavera” duró muy poco, sólo unos cinco meses y luego se iniciaría la denominada por los apristas como la “gran persecución” que se extendió desde enero de 1934 hasta 1945.

ARMANDO FILOMENO EN LUGAR DE SÁNCHEZ CERRO

Justamente en esa “primavera” se reactivó el pedido para que el parque del Estanco del Tabaco tuviese el nombre de mi abuelo. Seis concejales del municipio del Rímac presentaron el 27 de octubre de 1933 una moción en la cual, después de recordar su labor magisterial e indicar la necesidad de estimular que se siga su ejemplo, propusieron instalar un busto de bronce en el pedestal existente en el parque conocido como “Estanco del Tabaco”, colocando además una placa de bronce con la leyenda: “La Comuna del Rímac, en Armando Filomeno, a los buenos Maestros del Perú” y además que en lo sucesivo la plazuela llevara como nombre “parque Armando Filomeno”.

La moción fue aprobada ese mismo día en el Concejo Distrital que dirigía como alcalde don Emiliano Morán de la Cadena, de cuyo hijo, Eduardo Morán Bacigalupo soy amigo desde 1959. Hasta ahora no tenía idea que los nombres de su padre y mi abuelo se habían cruzado. Si supe de sus ancestros del Rímac, porque alguna vez conversé con su madre María Rosa Bacigalupo en la década del 60, y me enteré que ella conoció en ese distrito a alguna de mis tías.

Pero lo que más me sorprendió después de leer esa moción publicada en periódicos de la época fue que el pedestal existía porque se había pensado poner un busto de Sánchez Cerro… antes que éste muriera. Por lo menos así se desprende de la nota publicada al día siguiente en el periódico La Noche, con el titular “Donde se iba a erigir el busto a Sánchez Cerro se perennizará el nombre de una maestro bajopontino” que después de copiar el texto del acuerdo y resumir los fundamentos de la moción señala que hay consideraciones políticas “cuyo contraste es útil aclarar” y señala: “El pedestal existente en la plaza del Estanco estaba destinada a sufrir un busto de Sánchez Cerro, el gobernante de más ingrata memoria que ha tenido el Perú. De haberse inaugurado, bajo el engaño a la opinión y la inicua y brutal opresión de la oposición, hoy día hubiera sufrido como los de Leguía, la venganza justa o injusta de las muchedumbres”.

La referencia a las estatuas de Leguía inauguradas siendo presidente y derribadas luego de su derrocamiento, revelan que se pensó en instalarlas mientras Sánchez Cerro era presidente…

Nada sobre las circunstancias en que se aprobó poner el nombre de mi abuelo al parque donde comienza el distrito del Rímac conocía yo hasta hace unos meses. Sí de múltiples distinciones recibidas por él en vida y después de muerto que en otro momento relataré. Mi abuelo como muchos profesores del Perú recibió distinciones en papel, cartulina o bronce, pero tuvo que vivir una vida austera acorde con sus limitados ingresos. En los mismos días que los periódicos limeños hablaban de su muerte también daban cuenta del suicidio de un profesor en el Callao harto del estado de miseria en que vivía.

Me di cuenta de la desaparición del parque “Armando Filomeno” el 14 de agosto de 1976, cuando fui detenido en mi casa en Surco y dejado en custodia por mis captores en la agencia funeraria de la Policía de Investigaciones del Perú, que tenía sus oficinas en el antiguo local del Estanco del Tabaco. Me pregunté entonces si no sería yo el segundo Filomeno que desaparecería en esa zona… (Ver crónica “Durmiendo entre ataúdes” del 20 de septiembre de 2013). 

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