jueves, 21 de julio de 2016

EL AVIÓN CON CABINA DE MADERA (1972)

Siempre había considerado sobria al mismo tiempo que acogedora una habitación cuyas paredes estuvieran forradas en madera. Sin embargo no me sentí muy cómodo en la mañana del lunes 7 de agosto de 1972, cuando subí en Trujillo al avión cuatrimotor que nos llevaría a Piura. Viajaba con Ana María mi esposa desde el viernes anterior y al ingresar comprobé que era el avión de Faucett -hoy desaparecida, pero por esa época prestigiosa y antigua línea aérea nacional y, en esos momentos, la única además- cuya cabina de pasajeros estaba forrada en madera y en el que me había embarcado en varias oportunidades antes.

Las primeras veces que había subido a ese avión me había llamado gratamente la atención. Incluso en la parte de atrás en lugar de dos filas de asientos, tenía un semicírculo no estoy seguro si también con una mesa redonda, que en los momentos en que el avión alcanzaba la velocidad de crucero si uno viajaba con otras personas resultaba un lugar ideal para conversar en grupo. Además de esa peculiar salita de reuniones, ese avión se distinguía porque los asientos de su primera fila estaban de espaldas a la cabina y de cara a la segunda fila.
CUANDO ME TOCÓ MIRAR QUE UN MOTOR DEL AVIÓN SE APAGABA
Mi desapego con ese avión se había producido en la tarde del 20 de abril de ese mismo año. Viajaba de Arequipa a Lima acompañado por funcionarios vinculados a los ministerios de Trabajo, Interior e Industria y Comercio con los que coordinábamos actividades. Regresábamos de una evaluación de la situación laboral y sindical en Arequipa. Yo era jefe de la Unidad de Organizaciones Sindicales del Área Laboral del Sistema Nacional de Apoyo a la Movilización Social, SINAMOS. Esas coordinaciones duraron unos tres meses, luego de los cuales pudimos comprobar las enormes diferencias de enfoque con los otros sectores por lo que José Luis Alvarado, director general del Área Laboral, le planteó a Leonidas Rodríguez Figueroa, jefe del SINAMOS, dejar el trabajo conjunto con esos sectores y Leonidas lo aceptó.

Esa tarde de abril yo iba en la primera fila a lado del pasillo y frente a mí se encontraba el comandante del Ejército Juan Estrada Bracamonte. A lado de ambos se sentaban dos otros funcionarios. Veníamos conversando tranquilamente y yo por la posición que tenía podía ver las hélices del avión girando sin cesar. Más o menos a la mitad del vuelo, a la altura de Nazca, vi que salía humo de unos de los motores y comenzó a disminuir  la velocidad con que giraba la hélice hasta que se detuvo totalmente. Se lo comenté a Estrada quien dijo que habría que hablar con alguien de la tripulación pero sin crear pánico.

Poco después me rozó el brazo al salir de la cabina un uniformado que luego me enteraría que era el ingeniero de vuelo. Avanzó por el pasillo hasta el final, habló algo con las aeromozas y regresó. Todo el camino lo hizo sonriendo. Le señalé la hélice paralizada, mientras que Estrada le indicó que creía que estábamos volando a menos velocidad. No se preocupen, no hay mayor problema, voy un momento donde el piloto y vuelvo para conversar con ustedes, pero por favor no corran las voz entre los pasajeros para que no hayan sustos innecesarios, nos dijo. Abrió la puerta y desapareció por varios minutos.
Regresó para hablar con nosotros. Lo hizo inclinándose sonriente para indicar que si bien estábamos volando con tres motores sólo significaba que tendríamos un atraso de unos 10 minutos en nuestro vuelo. Si se presenta algún problema adicional, que consideramos muy improbable, aterrizaremos en el aeropuerto de Pisco, añadió. Hay que tomar las cosas con mucha tranquilidad, nos dijo antes de regresar a la cabina. Sin embargo, como al comenzar a abrirse la puerta yo era el único que podía mirar, había notado que la cara del ingeniero cuando salió era de preocupación y no de tranquilidad, aunque al terminar de abrirla lucía una sonrisa tranquilizadora.

Unos quince minutos después se asomó nuevamente para comunicarnos que el vuelo seguiría ya que no había ningún problema y que con tres motores estaba volando perfectamente. Una inesperada respuesta de Estrada lo hizo sonrojarse y despedirse apresuradamente. Sin embargo cuando ya estábamos sobre Lima, volvió a aparecerse para indicarnos que no nos preocupáramos cuando en un par de minutos se apagará un motor del otro lado del avión. Lo hará el piloto para equilibrar la fuerza al momento de aterrizar, nos dijo. Y así fue. Nuestro aterrizaje fue normal, sin ningún sobresalto. Y al salir del avión por las conversaciones que escuchamos de los pasajeros, nuestra impresión fue que salvo nosotros nadie más se había dado cuenta que la mitad del vuelo lo habíamos hecho con solamente tres motores.
Felizmente yo siempre me he sentido tranquilo durante los vuelos (ver crónica “A 10000 metros de altura no hay nada que hacer” del 24 de mayo de 2013) y esa oportunidad no fue la excepción.

NINGÚN PROBLEMA EN EL VUELO PESE A MI PREOCUPACIÓN
El recuerdo de esa tarde de abril me hizo sentir incómodo la mañana de agosto que volaba con mi esposa a Piura. Sin embargo, el vuelo fue muy tranquilo, salvo los diez minutos previos a acercarse a la ciudad norteña en que el avión se movió bastante. Pero eso siempre había sucedido al volar por esa zona en cualquier avión y alguna vez me explicaron que tenía que ver con el inmenso desierto al cual el avión se iba acercando. Al bajar mire la cabina cubierta de madera y pensé que por la falla en una ocasión, no debía sentirme incómodo en ese avión.

UN VUELO ABSURDO
Y seguramente no existiría en mis recuerdos, si no fuera por un tercer viaje realizado ese mismo año 1972. Tenía que ir a Trujillo para dar una charla en un seminario de capacitación a promotores de SINAMOS. Como el viaje por tierra duraba entre 8 y 9 horas, optaron por que viajara en avión. Me consiguieron un vuelo en la mañana ya que otro debía llegar a las 5 y 30 de la tarde y cualquier leve retraso podía afectar mi programa ya que mi charla estaba programada para las 7 de la noche.

Estuve en el aeropuerto a las siete de la mañana del 16 de diciembre para embarcarme en un vuelo que realizaba una ruta con múltiples escalas. Me parece que el vuelo de ida era Lima -Trujillo - Piura - Talara - Tumbes y de regreso Tumbes - Piura - Chiclayo - Trujillo - Lima. Cuando subí las escalinatas comprobé que era avión con la cabina forrada en madera. Seguro que se demorará bastante en salir, me dije, pero felizmente yo bajo en la primera escala. Fue una grata sorpresa cuando a las 8:30 el avión despegó sin problemas.
Unos 50 minutos después sentí que se encendían los parlantes. Van a anunciar que estamos por aterrizar en Trujillo, me dije, pero escuché: “Señores pasajeros, por mal tiempo en la ciudad de Trujillo, seguimos viaje a la ciudad de Chiclayo…”. Bueno, pensé, conseguiré una movilidad de Chiclayo a Trujillo. Unos 30 minutos después se volvieron a encender los parlantes. Me puse a mirar la acogedora cabina y ya no me extrañó escuchar: “Señores pasajeros, por mal tiempo en la ciudad de Chiclayo, seguimos viaje a la ciudad de Piura…”.

Cuando anunciaron que íbamos a aterrizar en Piura también dieron una serie de instrucciones a los pasajeros. Quienes viajaban con destino a Talara y Tumbes debían permanecer en el avión. Los demás tendrían que desembarcar para recoger su equipaje y quedarse los que se dirigían a Piura y esperar durante una hora que el avión los recogiera en su vuelo de regreso los que debieron arribar a Trujillo y Chiclayo.
Soportando el calor del mediodía piurano calculé que no tenía sentido pensar en un auto colectivo que me llevara a Chiclayo y allí buscar otro para ir a Trujillo. Traté de ubicar a Héctor Ferrer, responsable del Área Laboral en Piura, pero el único teléfono público en funcionamiento en la sala de espera tenía demasiada demanda. Después de casi media hora logré comunicarme, pero sólo con uno de los promotores y le pedí que avisara a mi oficina en Lima para que advirtieran a los funcionarios de Trujillo los problemas que venía teniendo en el viaje.

Cuando poco antes de una hora regresó el avión respiré aliviado, aunque me preocupó que desembarcaran algunos pasajeros que venían desde Lima. Averigüé que sólo habían dejado a los que se dirigían a Talara y que estaban dejando en Piura a los pasajeros de Tumbes para recogerlos en menos de un par de horas después, debido al mal tiempo que impedía aterrizar en la mencionada ciudad.
¿ITINERARIO O LABERINTO?

Cuando salimos alrededor de la una de la tarde, logre hablar con un asistente de vuelo que me dio el itinerario que tendría el avión en las siguientes horas que eran para marear a cualquiera. Todos los pasajeros desembarcaríamos en Chiclayo y allí se embarcarían los pasajeros con destino a Piura y Tumbes. El avión regresaría a Piura para dejar pasajeros y recoger a los que habían embarcado en Lima con destino a Tumbes, así como a los pasajeros que se embarcaban a Piura para dirigirse a Lima o puntos intermedios. Después de dejar y recoger pasajeros en Tumbes –salvo quienes quisieran viajar a Piura que no embarcarían- regresarían a Chiclayo para embarcar a los que habíamos salido en la mañana teniendo Trujillo como destino y a los pasajeros que embarcaban a Lima. Si el lector se siente confundido por tantos movimientos de ese vuelo, deben imaginar cómo estaríamos los sufridos pasajeros. Sabiendo que estaríamos arribando a Chiclayo cerca de las dos la tarde, pregunté a qué hora estaríamos en Trujillo y el asistente me indicó que como todo estaba ya programado y no habría mayor tiempo de espera en los aeropuertos de Piura, Tumbes y Chiclayo seguramente alrededor de las 5 o 5 y 30 de la tarde.
Al bajar del avión lo hice con el alivio que llegaría a dar mi charla. Nos dijéramos que debíamos estar a las 4 de la tarde, ya que media hora después aterrizaría nuestro vuelo para volver a salir antes de las cinco. Antes de dejar las instalaciones del aeropuerto apunté el teléfono del aeropuerto.

Almorcé tranquilamente y como el aeropuerto se encontraba a no más de 10 minutos del centro de la ciudad, a las 4 llamé para averiguar la hora del aterrizaje de mi vuelo. A las cinco de la tarde fue la respuesta aunque la voz que escuché no sonaba muy convencida. Estuve en el aeropuerto bastante antes de esa hora y del avión nada se sabía. Recién a las 5:45 nos dijeron que el avión aterrizaría en 10 minutos. En esos momentos pensé que sí a las dos de la tarde hubiera buscado un colectivo al salir del aeropuerto habría ya llegado a Trujillo, me habría instalado en un hotel y estaría conversando con algunos amigos una hora antes de comenzar a hablar.

POR TIERRA HUBIESE DEMORADO 8 HORAS, POR AVIÓN FUERON 15

El avión aterrizó poco después de las 6 de la tarde, bajaron algunos pocos pasajeros ya que la gran mayoría de los embarcados en Piura y Tumbes tenían Lima como destino. Pasó más de media hora y los pasajeros en la sala de embarque, principalmente los 8 ó 10 que veníamos desde Lima, comenzamos a inquietarnos por la demora en abordar. Comenzaron gritos aislados de protesta que fueron aumentando tanto que los encargados lucían asustados. A las 7 y 15 de la noche, más por la presión que por decisión de la empresa, se procedió al embarque. El avión se cerró y los pasajeros tuvimos que soportar casi una hora sentados sin aire acondicionado y sin tener ninguna información sobre lo que estaba pasando.
Recién a las 8:30 de la noche salió el vuelo con destino a Trujillo. Iba pensando que estaba claro que no sólo había perdido mi charla sino que ni siquiera iba a llegar a la clausura del evento que se estaba realizando en esos precisos momentos. Como era sábado me sería difícil buscar al día siguiente a los funcionarios para explicar mi ausencia. Además como para el regreso sólo se había logrado conseguir un pasaje para las once de la noche del domingo, tendría todo el día en blanco, ya que tenía previsto programar conversaciones para ese día con algunos de los asistentes al seminario.

El descenso del avión para aterrizar me sacó de mis preocupaciones y me dije que por fin se acababa este vuelo absurdo. No fue así, cuando parecía que estábamos para tocar tierra el avión se elevó. Hubo un silencio sepulcral mientras que el avión hacia un giro para regresar. Unos minutos después el avión bajaba otra vez con la intención de aterrizar mientras que todos los pasajeros nos prendíamos de los brazos de los asientos. Una vez más sentimos un vacío en el estómago cuando volvió a elevarse. Algunas personas comenzaron a gritar de miedo y algunas incluso a llorar. En la tercera tentativa el avión aterrizó finalmente mientras que los nervios de los pasajeros se expresaban en aplausos. Eran las 9 y 20 de la noche. Unos veinte minutos después estaba subiendo a un taxi para dirigirme al Hotel San Martín. Habían pasado 15 horas desde que había llegado al aeropuerto internacional Jorge Chávez para un vuelo que no debía demorar más de una hora.
Mientras me juraba no volver a subir al avión de cabina cubierta de madera, me reí solo, recordando el vuelo de abril en que veníamos desde Arequipa y el diálogo del comandante Juan Estrada con el ingeniero de vuelo, cuando se detuvo un motor y que hizo que éste se sonrojara:
·        No hay problema, mi comandante, el avión está volando perfectamente…
·        ¿Estás seguro…?
·       Es que este avión está hecho para volar con tres motores…
·        Oye carajo y si es así, por qué mierda hacen cuatrimotores y no trimotores…
·       

Felizmente no me tocó volar en ese avión otra vez y nunca más me encontré con esa cabina enchapada en madera…

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