viernes, 25 de septiembre de 2015

VIVIR CON HIPERINFLACIÓN (1976-1990)

Después de soportar los efectos en los precios de una devaluación cercana al 50% en el mes de agosto de 1967 (ver crónica “El jovencito que le dice carajo al presidente, no…“ del 24 de marzo de 2014), los peruanos no habíamos sufrido fenómenos de alzas significativas en los ocho años siguientes. Fue recién meses después el inicio del gobierno de general Francisco Morales Bermúdez quien había “relevado” al general Juan Velasco Alvarado el 29 de agosto de 1975, que los precios comenzaron a subir incesantemente. Esta crónica no pretende describir la inflación como fenómeno económico sino mostrar cómo afectó la vida diaria de los peruanos.

Recuerdo cuando a fines de mayo de 1976 entregué un cheque de 193 mil soles que era el precio de un auto que había comprado, pero cuando me lo entregaron tres meses después, tuve que pagar 102 mil soles más. Me acuerdo que después del esfuerzo inicial para juntar el dinero -ahorros, préstamos de cooperativas, incluidos- decidí conseguir la inesperada diferencia de más del 50 % añadiendo las gratificaciones por Fiestas Patrias y préstamos familiares porque intuí que ingresábamos a una época en que me iba a resultar cada vez más difícil tener un auto nuevo para mi familia (ver crónica “El Volkswagen rojo“ del 14 de septiembre de 2013).

NUNCA PENSÉ QUE TENDRÍAMOS INFLACIÓN COMO EN CHILE

Esta intuición no fue casual. Por alguna razón, en esa ocasión me acordé que diez años antes, en abril de 1966, cuando llegué por primera vez a Santiago de Chile, tenía dudas sobre la denominación de la moneda, ya que algo había leído sobre el cambio de pesos a escudos. Esto se debió a que desde el primero de enero de 1960 se había adoptado el escudo, equivalente a 1000 pesos debido a la creciente inflación y las dificultades que había para llevar la contabilidad con números tan altos. Sin embargo, a poco de instalarme escuché hablar de pesos -en realidad de miles de pesos- que me hizo recordar los primeros días de agosto de 1958, cuando treinta y dos alumnos de la Gran Unidad Escolar “Ricardo Palma” estuvimos en Arica durante nuestro viaje promocional (ver crónica “A paso de tortuga de Lima a Arica”, del 16 de febrero de 2013). En esa oportunidad, si bien pagamos en soles nuestras compras, el vuelto lo recibimos en pesos.

Lo que sucedía en Chile es que pese a los más de seis años transcurridos, mucha gente estaba acostumbrada a seguir hablando en pesos lo que llegaba a absurdos de preguntar a una vendedora de fruta por una manzana y contestara dos mil y no dos porque no pensaba en escudos sino en pesos. Incluso tiempo después, un diputado democristiano peruano que participaba de una reunión interparlamentaria salió de su hotel y se le antojó comer una hermosa manzana, la pidió, pagó y regresó al hotel donde recién cayó en cuenta que había pagado mil escudos cuando el precio era sólo de uno. Cuando se dio cuenta que había pagado mil dólares por lo que valía sólo 10 centavos, regresó en busca de la vendedora quien, por supuesto, ya había desaparecido.

Entre abril de 1966 y fines de 1972 estuve cinco veces en Santiago de Chile. Una de las cosas que más me impresionó en esos viajes fue el incremento enorme de la devaluación y la inflación, de tal manera que el escudo que se cotizaba alrededor de 3 por dólar en 1966 subió a más 100 en 1972. La inflación fue tan alta que hubo necesidad de cambiar nuevamente a pesos en 1975.

INTUÍ QUE VENDRÍAN ALZAS, PERO TAN GRANDES…..

Lejos estaba de pensar en esos años que visité Chile, que en el Perú íbamos a vivir fenómenos semejantes. Pero lo ocurrido en la década de los 80, especialmente en sus últimos años, superó las más pesimistas proyecciones que en el año 1976 imaginé al comprar mi Volkswagen que había encarecido enormemente en sólo tres meses, como lo conté párrafos antes.

En muchos de los países de América Latina se ha pasado por épocas de inflación, fenómeno por el cual el dinero que uno tiene cada día vale menos. No creo, sin embargo, que ninguno de estos países haya pasado por una hiperinflación de la magnitud que sufrió la economía peruana en la década de los años 80.

Pensando que los mayores de 40 o 45 años sufrieron la hiperinflación y que quienes tienen 30 o 32 años algo recuerdan de esa época, pero que los menores de 30 no tienen ninguna idea, quiero hacer algunos cálculos. La actual moneda peruana se llama “nuevo sol” y cada dólar equivale actualmente a aproximadamente 3.25 nuevos soles. Pero, si queremos utilizar la moneda peruana que estuvo vigente hasta finales de 1990, tendríamos que decir que cada dólar equivale a 3 millones y doscientos cincuenta mil intis. Y, si se nos ocurriera utilizar la moneda que se usaba hasta los últimos días de 1985, diríamos que un dólar equivale a 3 mil doscientos cincuenta millones de soles.

Ahora resulta hasta sarcásticamente divertido hacer comparaciones. Hoy un pan tendría un precio de 250 millones de soles. Un galón de gasolina costaría 15 mil millones de soles o, en términos más modestos, 15 millones de intis. Nos resultaría más complicado calcular cuánto puede costar un pequeño departamento en un barrio medio porque sin duda, estaríamos hablando de 200 000 000 000 000 de soles. Y toda esta cantidad equivale a poco menos de 60,000 dólares.

LAS DIFICULTADES DE VIVIR CON HIPERINFLACIÓN

Pero no resultaba divertido vivir en los años de la hiperinflación en el Perú. Por ejemplo, lo normal siempre ha sido que los mayores enseñen a los niños a ahorrar. Cómo explicar la necesidad del ahorro si guardando hasta el día siguiente unos cuantos soles o intis para depositarlos en el banco, el niño descubría que la cantidad que le hubiese servido para comprar tres paquetes de galletas el día anterior y que por consejo de los abuelos o padres había guardado, le servía para comprar sólo dos. Cómo explicarle eso al niño, pero también cómo explicarse a sí mismo un fenómeno del cual nunca se había tenido idea.

El problema de comprensión no era sólo absolutamente imposible para los niños sino también para los muy mayores  acostumbrados a tener sus ahorros con tasas de interés anual de 4 o 5%, y que de pronto descubrían que los bancos ofrecían 50, 60 o 70% de interés. La fila de ancianos retirando fondos de un banco para depositarlos en otro era muy grande. Sin embargo, pocos de ellos reparaban que paralelamente la inflación alcanzaba el 90, 100 o 120%.

Complicado para todos, la hiperinflación terminaba por golpear más a los que menos tenían. Aunque algunos pensaran que los que contaban con un sueldo mensual o quincenal eran más perjudicados que aquellos que ganaban cada día, por ser pequeños comerciantes. Sin embargo, para éstos últimos, el problema era igualmente terrible pues el costo de reposición de su mercadería resultaba muchas veces más alto que todo el producto de la venta de un día de trabajo. En otras palabras, un comerciante compraba el lunes el equivalente a 20 dólares en mercadería, al venderla el martes sólo obtenía el equivalente a 15 dólares y cuando el miércoles llevaba el dinero para comprar nueva mercadería, ya sólo equivalía a 10 dólares.

COMPRARÍA 1500 CASAS CON MENOS DE UN NUEVO SOL

Años después, en el 2007, iba rumbo a mi casa acompañado de un compañero de colegio quien tenía cuatro décadas viviendo en los Estados Unidos. Conversábamos sobre la inflación que él no había vivido porque, aunque algunas veces había venido para verse con su familia política acá, la suya que era muy pequeña emigró antes que él. Comenzaba a explicarle, cuando llegamos a la Urbanización La Capullana donde vivo desde los años 70. Le dije que creía que eran unas 1500 casas en total y le pedí que me diera un sol, o mejor dicho un nuevo sol. Se extrañó pero me dio la moneda. La puse al costado de la palanca de cambios y tomé de allí 25 céntimos y se los entregué diciéndole: Juan, acabas de comprar toda la urbanización al contado a precios de 1973. Y además has tenido vuelto…

La explicación es sencilla. El precio de la casa en julio de 1973 era de 505 mil soles, unos 11111 dólares de la época. La compramos al Banco Central Hipotecario del Perú, para pagarla en veinte años con cuotas trimestrales de unos 13 mil quinientos soles y con una cuota inicial que terminamos de pagar en dos años. Había cinco modelos de casa. Alguna de menor precio que la nuestra, otras del mismo precio y alguna de más precio. Redondeando a medio millón de soles, las mil quinientas costaban 750 millones de soles, es decir 750 mil intis o lo que es lo mismo 75 centavos de nuevo sol…

SHOCK O NO SHOCK

Para las elecciones de 1990, el afamado escritor Mario Vargas Llosa quien se había encumbrado como líder opositor al manifestarse en contra de la estatización de la banca que había pretendido el presidente Alan García, fue el candidato presidencial del Frente Democrático, más conocido como FREDEMO. En la campaña electoral, Vargas Llosa había señalado que la forma de cortar la hiperinflación era con una serie de medidas radicales. Incluyendo la subida de los precios de los artículos de primera necesidad a su real valor. Su rival en la segunda vuelta, Alberto Fujimori, advirtió a los electores sobre la inminencia de tal “shock” que, enfatizó, sería brutal para los peruanos, principalmente para los más pobres.

Hay que considerar que el problema inflacionario que el país vivía en los últimos quince años se había desbocado totalmente. En el mes de julio de 1990 al terminar el gobierno de Alan García, la inflación anualizada alcanzaba a 3,040% a pesar de los esfuerzos del último año del régimen saliente, ya que en mayo de 1989 ese índice había llegado hasta 5,149%.

Como se sabe Fujimori ganó la segunda vuelta con un 62.4% frente al 37.6% de Vargas Llosa. Al poco de iniciarse el nuevo gobierno, se anunció una presentación del presidente del Consejo de Ministros y ministro de Economía, Juan Carlos Hurtado Miller en la noche 8 del de agosto en cadena de radio y televisión para anunciar las medidas económicas de emergencia que había tomado el nuevo gobierno. Aunque el flamante presidente hasta horas antes negaba que se tratara de un “shock” el anuncio de la presentación paralizó prácticamente a todo el país que consideraba que algo drástico se venía para frenar la hiperinflación.

Ese día en DESCO, una ONG donde trabajaba desde hacía más de quince años, suspendió las labores a mediodía previo pago de un sueldo extraordinario adelantándose a lo que se rumoreaba sería anunciado esa noche. Como trataba de hacerlo desde ocho años antes, alrededor de las 3 de la tarde me encontré en la casa con mi esposa y mis hijos. Almorzamos y salimos inmediatamente a buscar qué comprar ya que tenía un sueldo extra en el bolsillo. Nuestro recorrido resultó inútil. Las tiendas estaban cerradas o no querían vender nada. Los comerciantes no sabían cuánto costarían las cosas a partir del día siguiente y evitaban desprenderse de su mercadería. Pero quizás la razón principal era que se había producido desabastecimiento debido a las compras de personas apremiadas porque el dinero en los bolsillos se devaluaba conforme pasaban las horas. En no pocos casos ante la inminencia de las alzas, algunos se aprovecharon para acaparar. Recuerdo que sólo pude limitarme a llenar el tanque de gasolina del auto y encontré casi llegando de regreso a mi casa una pequeña tienda de venta de llantas para el auto y compré cuatro que por cierto necesitaba pero que no era prioridad…

A las nueve de la noche, sobre nuestra cama echados los cinco, miramos en la televisión el mensaje al país del ministro Hurtado. Mi esposa, mis hijos entre 11 y 16 años, al igual que yo escuchamos sus palabras en silencio y cuando terminó quedamos mudos, al igual que millones de peruanos que habían escuchado tan esperado mensaje.

Las alzas anunciadas superaron cualquier pesimista expectativa. Pongamos algunos ejemplos. En alimentos la lata de leche pasó de 120 mil a 330 mil intis, la unidad de pan francés de 9 a 25 mil intis, el kilo de fideos de 200 mil intis a 900 mil intis, el azúcar de 150 a 300 mil intis, el frijol canario de 240 mil intis a 2 millones 800 mil intis, el kilo de huevos de 170 a 540 mil intis y el litro de aceite de 220 mil intis a 850 mil intis. La gasolina más usada, la de 84 octanos, subió de 21 mil intis por galón a 675,000 es decir ¡32 veces más!, al igual que el galón de kerosene que subió de 19 mil a 608 mil intis, mientras que el balón de gas de 10 litros se elevó de 55 mil intis a un millón y 500 mil intis.

Junto con estas medidas, la remuneración mínima vital subió de 4 millones 500 mil intis a 16 millones de intis mensuales y se decretó para los empleados particulares una compensación extraordinaria por una sola vez equivalente al 100% de la remuneración mensual.

“¡QUE DIOS NOS AYUDE!”

En los días siguientes las calles de Lima estaban llenas de personas que deambulaban más que caminaban. Muchas tiendas estaban cerradas o a medio abrir. Los restaurantes no sabían qué precios poner. Era como si cada uno de nosotros hubiera sido golpeado por un tremendo mazazo en la cabeza y hubiésemos quedado atontados. Durante varios días los precios subían y bajaban.

Algo que expresa el estado de ánimo de la gente ocurrió la misma noche del mensaje del ministro. Minutos después que terminó,  José María Salcedo dejó un pequeño estudio que tenía en los alrededores  de la avenida Salaverry en San Isidro, paró un taxi y le dijo al chofer cuánto le cobraba por llevarlo a la casa de sus padres en Miraflores. “No tengo idea…”, fue la respuesta…

Los sectores más pobres utilizaron al máximo sus experiencias de solidaridad para organizar ollas comunes y realizar formas de trueque de productos y servicios. Ese mes la inflación superó los 300%. En los meses siguientes, poco a poco, la inflación fue bajando hasta situarse en los niveles similares a otros países.

Pero en las primeras semanas todos teníamos presente la frase con la que culminó la presentación del primer ministro el 8 de agosto: “¡Que Dios nos ayude!”.
 

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