Eran poco más de las nueve de la mañana del domingo 8 de abril de 1979
cuando junto con otros tres peruanos admirábamos la bóveda de una capilla en
las afueras de Cracovia, la segunda ciudad de Polonia. Era la capilla de Santa
Kinga con más de cincuenta metros de largo. Las paredes con imágenes sacras,
los pocos lugares para reclinarse y hasta los candelabros eran de un color blanco
muy especial, parecido al de la sal en trozos. Y esto no tenía por qué extrañarnos
puesto que todo lo que veíamos estaba esculpido dentro de uno de los túneles de
una inmensa mina de sal…
Habíamos llegado poco antes y bajado por escaleras –también de sal- más
de cincuenta metros bajo tierra. Aunque lo que más nos impactó fue esa capilla,
en realidad todo lo que vimos en el trayecto resultaba impresionante. Se nos
informó que en esas minas de Wieliczka aun se producía sal –entiendo que incluso
hasta ahora- ya que se trataba de una serie de túneles de más de trescientos
kilómetros y que se iban introduciendo en la tierra hasta más de trescientos
metros de profundidad. Todo el conjunto es conocido como "la catedral
subterránea de la sal de Polonia".
NOS MIRABAN COMO EXTRAÑOS
Los cuatro peruanos y nuestro acompañante y traductor, un amable funcionario
de la Cancillería polaca bastante conocedor de temas internacionales, estuvimos
algo más de una hora recorriendo parte de la zona turística de la mina, que
además de corredores decorados, tenía estatuas de personajes históricos y
también míticos. Cuando salimos a la superficie tuvimos que caminar no recuerdo
si doscientos o trescientos metros hasta donde estaba el vehículo con el que
nos movilizamos en los últimos días desde que habíamos salido de Varsovia hacia
el sur para llegar a Cracovia.
Mientras caminábamos a la salida comentamos con Pepe Luna, José María
Salcedo y Guzmán Rivera que teníamos la sensación que la gente nos estaba
mirando con insistente curiosidad. Y alguno de ellos dijo que cuando nos
dirigíamos al museo de sal había tenido la misma sensación. Subidos a la
camioneta donde ya estaban acomodadas nuestras maletas, iniciamos el viaje de
retorno. Sin embargo, antes de tomar la carretera paramos en una tienda para
comprar botellas de agua y tuvimos la misma sensación: nos miraban como
extraños y no era precisamente por nuestro aspecto físico. José María cayó en
cuenta. Era Domingo de Ramos y todas las personas con las que nos cruzábamos
llevaban sus ramos de palma. Y si nos miraban era porque éramos los únicos que
no los teníamos.
Los cuatro peruanos éramos dirigentes del Partido Socialista
Revolucionario, con dos años y medio de fundado, y habíamos llegado a Polonia
invitados por el Partido Obrero Unificado de Polonia, POUP, nombre del partido
comunista de ese país. Junto con el presidente del PSR, Leonidas Rodríguez, y
Manuel Benza, habíamos estado en la hoy extinta República Democrática Alemana,
RDA, desde donde ellos habían salido a otro destino, mientras que yo quedé
presidiendo el grupo que viajó a Polonia. Esa mañana era evidente que ningún
funcionario del POUP como quien nos acompañaba asistía a ninguna iglesia
católica en Polonia. Y por cierto, nosotros tampoco ya que evidentemente no
había ninguna misa en nuestro programa.
NUNCA HABÍAMOS VISTO TANTAS SOTANAS JUNTAS
Cuando cuatro días antes arribamos al aeropuerto de la capital polaca,
fuimos recibidos por quien sería nuestro acompañante durante nuestra estadía en
Polonia y nos acompañó a dejar nuestro equipaje en un tranquilo hotel de unos
cuatro pisos –sin letrero exterior- que servía para alojar a los invitados del
POUP. Tuvimos el tiempo justo para dejar maletas en nuestros dormitorios y
salir a una reunión con dos funcionarios del departamento internacional del
partido. Al despedirnos, uno de ellos nos indicó –a través del traductor- que
nos veríamos en una hora para almorzar. Nos preguntaron si regresábamos al
hotel o si preferíamos caminar un poco cerca del restaurante donde teníamos que
ir. Optamos por lo segundo.
Cuando bajamos del vehículo comprobamos que lo que habíamos visto de
paso mientras nos trasladábamos en las horas anteriores era cierto. Muchas
personas entraban y salían de las iglesias, pero no porque hubiese alguna
ceremonia en especial sino simplemente para ingresar a pasar unos minutos
rezando. Y a la hora que paseábamos a pie poco después del mediodía, aumentó la
afluencia de fieles, pues era la hora que los empleados salían a almorzar y
muchos aprovechaban para ingresar unos minutos a los templos. Es miércoles y no
domingo, nos decíamos. Además, acostumbrados a que en nuestro país hubiese
muchos sacerdotes vestidos con ternos e incluso más informalmente, nos llamó la
atención encontrar tanto cura con sotana que nos hacía remontar al Perú de los
años 50.
Ni siquiera en Roma, en los alrededores de El Vaticano, había visto
tantos sacerdotes tan tradicionalmente vestidos y tampoco tanta gente rezando.
Y fue en esa ocasión que conversamos sobre la paradoja: el país quizá más
católico del planeta gobernado por un partido esencialmente ateo. Y
reflexionamos sobre cómo una nación tanta veces invadida a lo largo de siglos
por distintas fuerzas extranjeras, utilizado su territorio como mortal corredor
para incursiones bélicas de rusos contra alemanes o viceversa, tuvo en la
religión católica un elemento de unidad capaz además de mantener sus
características culturales. La religión era lo único propio que les quedaba a
los polacos durante los siglos que vivieron invadidos y sojuzgados por otros
pueblos.
Menos de seis meses antes, a la muerte del Papa Paulo VI después de quince
años de pontificado y de su sucesor Juan Pablo I apenas 33 días después de su
elección, los cardenales reunidos en Cónclave habían elegido a un polaco, Karol
Wojtyla como Papa quien adoptó el nombre Juan Pablo II. Evidentemente este
hecho dio una mayor fortaleza a los católicos, aunque nos resultaba evidente
que las muestras de religiosidad del pueblo polaco no eran sólo de los últimos
meses. En las dos décadas anteriores a nuestra visita, la coexistencia entre la
Iglesia Católica y el gobierno comunista polaco había mejorado mucho en
comparación a la represión sufrida por las autoridades eclesiales en los primeros
diez años de la instauración de la República Popular de Polonia, luego de
terminada la Segunda Guerra Mundial y cuando el país quedó en la órbita de la
hoy inexistente Unión Soviética. Al momento de su elección, el Papa ocupaba el
puesto de arzobispo de su natal Cracovia.
Y justamente en Cracovia nos encontrábamos con las manos vacías en la
mañana de ese domingo en que todas las personas caminaban llevando sus ramos de
palma. Pero siendo incómodo para nosotros, porque además los cuatro éramos
creyentes, no fue de ninguna manera lo peor que nos pasó ese día.
ENCUENTRO CON LO MÁS DESPRECIABLE DEL SER HUMANO
A mediodía, una hora después de dejar Cracovia, llegamos a Auschwitz,
el campo de exterminio más grande que el nazismo implementó. Es una de las
experiencias más desagradables que recuerdo haber vivido. Llegamos a un
edificio gris, de apariencia lúgubre, con grandes habitaciones con fotos que
ilustraban el nivel de degradación mayúsculo a que fueron sometidos una
increíble cantidad personas que a ese conjunto llegaron. Se calcula que más de
un millón trescientos mil ingresaron a sus enormes galpones, de los cuales un
millón eran judíos. De toda esa cantidad sólo un diez por ciento sobrevivió.
Desde el edificio al que entramos se lograba ver una serie de grandes galpones
con ventanas enrejadas y rodeadas de alambradas.
Entramos a uno de esos galpones. Recuerdo que habían grandes celdas
con rejas del techo al piso, en algunas de los cuales había altos de ropa de
prisioneros lo que nos pareció tétrico porque suponíamos –como efectivamente lo
era- una muestra de la ropa que era dejada por los prisioneros cuando se les
invitaba a pasar a las duchas para “asearse y desinfectarse” luego de muchas
horas e incluso días de haber sido movilizados amontonados en vagones ya que
muchos eran trasladados de distintos países. Las duchas debajo de las cuales se
ponían en algunos casos hasta tres mil personas esparcían gases que en menos de
media hora acababan con los prisioneros.
Pero no sólo vimos celdas con ropa. También había celdas con enormes
ovillos de cabello humano, que era quitado a los cadáveres para usarlos para
fabricar no recuerdo exactamente qué. Pero también había miles de prótesis
dentales y algunos artefactos de uso personal como anteojos rotos o peines. Se
nos contó –aunque ya lo habíamos leído- que a los cadáveres se les quitaba los
implantes de oro que podían tener en la dentadura y se les arrancaba –incluso
cortando dedos u orejas- aros o aretes que estuvieran demasiado ajustados.
Quizá lo que más me impactó –y no sólo a mí por lo que conversamos
horas después con mis compañeros- fue el olor, un penetrante olor que se notaba
impregnado en las paredes de todo el conjunto, un olor desconocido que nunca
antes había sentido y que felizmente nunca más sentí. Conversando con nuestro
traductor encontramos la respuesta: era el olor de grasa humana, el olor que
despedían las chimeneas de los hornos crematorios donde se quemaban los restos
humanos y que en algunos días llegaban a más de diez mil personas. Ese olor
había quedado impregnado en todas las edificaciones y era una muestra para
nuestros sentidos de la barbarie.
Creo que pasamos cerca de dos horas y medio en esa visita. Al salir, a
pesar que ya había pasado la hora de almuerzo, nadie tenía ganas de comer, apenas
si bebíamos de las botellas de agua que habíamos comprado al dejar la ciudad de
Cracovia. Casi no hablamos debido a lo impactados que habíamos quedado de la
visita.
RECUPERANDO LA TRANQUILIDAD Y EVALUANDO LA VISITA
Pasamos un par de horas hasta llegar a un restaurante campestre poco
antes de llegar a Varsovia, donde por recomendación del camarero quien supo de
dónde veníamos, nos servimos “algo fuerte”. Vodka como aperitivo y carne de
venado acompañado de un vino espeso.
Considerando que al día siguiente viajaríamos después de almuerzo, a
principios de la tarde yo rumbo a La Haya y Londres y horas después mis tres
compañeros a Bulgaria, conversamos un buen rato en nuestro hotel en la capital
polaca. Hicimos una especie de balance de lo que habíamos visto, escuchado, conversado,
visitado…
Como visita de información política resultaba fructífera ya que habíamos
tenido seis reuniones con dirigentes del POUP, incluyendo a un miembro de su
Comité Central. También una reunión con el secretario general del Frente de
Unidad Nacional que agrupaba al POUP, el Partido Campesino Unificado y el
Partido Democrático, aunque con expreso reconocimiento al liderazgo del POUP.
También reuniones con el secretario general de Consejo Central de Sindicatos y
con periodistas destacados. Como visita cultural habíamos estado en el Palacio
Real y el Museo Histórico de Varsovia y el Castillo Real de Wawel en Cracovia.
Habíamos depositado una ofrenda en el monumento al Soldado Desconocido y asistido
a una función de ópera. Pero sin duda lo más impactante de nuestra visita, por
lo bello, era el museo de sal en Cracovia, y por lo macabra el campo de
concentración de Auschwitz. Habíamos tenido también oportunidad de realizar
interesantes recorridos por las calles de Varsovia y Cracovia.
Hicimos algún comentario sobre el orgullo nacional polaco. Y
recordamos en particular una reunión con un funcionario del POUP al inicio de nuestra
visita. Como llegábamos procedentes de la RDA, hablamos muy de paso de las
relaciones polacas con ese país. Nuestro interlocutor nos dijo que reconocían
los aportes que los alemanes realizaban para el avance del conjunto de los
países del Pacto de Varsovia, pero que no les pidieran que además de darles las
gracias los quisieran.
HABLANDO DE UN FUTURO QUE NO PODÍAMOS NI SIQUIERA IMAGINAR
Pero dedicamos por lo menos un par de horas evaluando nuestra
percepción sobre la situación y las perspectivas de Polonia. Algo que no
conjugaba era esta especie de esquizofrenia política: un país de inmensa
mayoría de católicos dirigido por un grupo de agnósticos o ateos que, además,
eran elegidos por la mayoría. Estábamos seguros que la mayoría católica
potenciada por el respaldo moral de tener al Pontífice surgido de su seno,
podría convertirse en oposición y generar problemas al gobierno. Imaginábamos
que se venían tiempos de crisis y de cambios. No nos equivocamos, aunque nunca
pensamos que los cambios serían de tanta magnitud. Poco más de un año después de
nuestra visita, una oleada de movilizaciones sindicales encabezados por el
dirigente obrero Lech Walesa, dio origen a la formación del sindicato
independiente Solidaridad. Los enfrentamientos forzaron al partido gobernante a
buscar un “hombre fuerte” y pusieron como primer ministro al general Wojciech
Jaruzelski quien durante ocho años pasó del enfrentamiento y represión a la
negociación con la oposición primero, el reconocimiento de Solidaridad después
y finalmente la convocatoria a elecciones con plenas garantías.
No conocíamos esa noche de abril de 1979 ni siquiera los nombres de Jaruzelski
y Walesa. Menos podíamos sospechar que diez años después el POUP sería
derrotado en las urnas y que el líder obrero Lech Walesa sería en 1990 el nuevo
presidente no de la República Popular de Polonia sino de la República de
Polonia. Y yo no podía imaginarme que en noviembre de 1987, durante el “Encuentro
de representantes de partidos y movimientos con ocasión del 70 aniversario de
la Gran Revolución de Octubre”, en que las delegaciones participantes estaban
acomodadas de acuerdo al orden alfabético de sus países -Panamá, Perú, Polonia-
yo estaría sentado durante dos días a la derecha del duro general polaco, que
representaba al POUP. Más de una vez traté de ver de reojo si Jaruzelski
parpadeaba detrás de los anteojos oscuros que siempre lucía. Nunca lo logré…
Interesante recuerdo de esa época; hay que seguir conservando la memoria.
ResponderBorrarJuan Borea
Estoy en varsovia Alfredo alguna recomendación. Ya visite el Royal palace el pueblo reconstruido ka catedral de santa ana. Alfredo Tejada
BorrarEstoy en Varsovia. Ya visite la ciudad antigua. Confirmo tus apreciaciones. Increíble como reconstruyeron una ciudad desde cero. Realmente admirable. Un abrazo
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