En diciembre de 1987, mi esposa y yo estábamos pasando unas semanas a
orillas del Mar Negro en un “sanatorio” en el balneario de Sochi, ubicado en la
entonces Unión Soviética. Como en otra oportunidad he explicado, no era para
nada un hospital o clínica como el nombre podía sugerir. Más bien era un hotel
de descanso, con algunos servicios médicos ambulatorios como odontología o
fisioterapia y con posibilidad de dietas especiales para los huéspedes que las
necesitaran. Además todos los días se organizaban paseos a lugares cercanos que
podían tener atractivo turístico, gastronómico o paisajista. También había algunas
prácticas deportivas con las limitaciones propias del invierno.
En Sochi había decenas de sanatorios, algunos del Partido Comunista de
la Unión Soviética, PCUS, otros de diversos sindicatos, de todos los ministerios,
de las distintas fuerzas armadas, etc. En el que nos alojamos era para dirigentes
del partido aunque también para los presidentes y/o secretarios generales de
partidos con los que el PCUS tenía relación y que, desde algunos pocos años
antes, habían dejado de ser exclusivamente comunistas para extenderse a
partidos socialistas o social demócratas. También era para hospedar dirigentes
integrantes de las comisiones políticas de los partidos comunistas de los
distintos países que integraban la Unión Soviética. Esto nos lo contó mientras
nos acompañaba a nuestro primer almuerzo, Galina, la jefa de protocolo del
sanatorio. Yo era secretario general del Partido Socialista Revolucionario del
Perú y éramos invitados del PCUS.
NADIE IMAGINABA QUE CUATRO AÑOS DESPUÉS LA URSS NO EXISTIRÍA
Entre quienes estaban alojados en esos días se encontraban dos
dirigentes de Uzbekistán con quienes hablamos a poco de llegar a través de
nuestro traductor, Andrei. Con
ellos y otros pocos dirigentes –de Siria y de Lituania- compartíamos a diario
un pequeño comedor separado de uno enorme que albergaba a unos doscientos
comensales. Los uzbekos no tenían ninguna referencia sobre el Perú. Les pasaba lo
mismo que a nosotros, que salvo que era una república soviética asiática poco idea
teníamos de Uzbekistán.
Conversando con ellos nos contaron con mucho orgullo que Taskent,
capital de Uzbekistán, había celebrado recientemente –en setiembre de 1983-
2000 años de fundación. También nos enteramos era la cuarta ciudad más poblada de
la Unión Soviética, después de las ciudades rusas de Moscú y Leningrado y de la
capital de Ucrania, Kiev. Estaba terminando 1987 y no nos imaginábamos que
Leningrado volvería a denominarse San Petersburgo cuatro años después. Mucho
menos se nos podía ocurrir que los procesos de cambio impulsados por el
presidente soviético Mijaíl Gorbachov y las consiguientes luchas internas en el
PCUS culminarían con la desaparición de la URSS en 1991.
El crecimiento de Taskent, nos explicaría unos días después Galina,
estuvo ligado a la Segunda Guerra Mundial. En esa época, frente al embate
alemán, los soviéticos para preservarlas reubicaron las instalaciones
industriales del oeste de Rusia y Ucrania en las cercanías de Taskent.
Adicionalmente la ciudad fue donde se instalaron la mayoría de los migrantes
comunistas alemanes y poblaciones rusa y ucraniana de las zonas más afectadas
por la guerra. Como muchos de los refugiados quedaron allí, en algún momento
rusos y ucranianos representaron más de la mitad de los residentes de Taskent.
Después de guerra, se establecieron numerosas instalaciones científicas y
tecnológicas en esa ciudad.
No tengo idea qué sucedería en los años siguientes con este par de dirigentes
comunistas de Uzbekistán con los que conversábamos en Sochi. En todo caso,
cuatro años después cuando la crisis que culminó con la mencionada desaparición
de la Unión Soviética, hubo repúblicas como las bálticas que lucharon por su
independencia, mientras que las de Asia Central – Uzbekistán entre ellas- no
estaban muy convencidas.
Aunque formalmente Uzbekistán es hoy una república con régimen democrático,
su actual presidente Islom Karimov, fue primer secretario del Partido Comunista
de la antigua república soviética y fundador del Partido Popular Democrático de
su país. En 1989 asumió la presidencia de la república socialista soviética de Uzbekistán
y dos años después, en diciembre de 1991, fue elegido presidente de la
república -ya no socialista ni soviética- de Uzbekistán por cinco años con
88 % de los votos. Un referéndum cuatro años después extendió su mandato
hasta el 2000. En enero de ese año fue reelegido con 91,9 % de los votos.
Un año después en un referéndum se amplió de cinco años a siete años la
duración del mandato. El presidente Karimov fue reelegido por siete años en
diciembre de 2007 con el 88 % de los votos y en marzo último fue reelegido
una vez más con más del 90 % de los votos.
MUCHO FRÍO Y MUCHA TRANQUILIDAD
Pero regresemos a Sochi, a diciembre de 1987. Pocos días después de
conocernos, al retirarse después de almorzar, los uzbekos se acercaron a
nuestra mesa y contaron muy entusiasmados que sabían que en Sochi trabajaba un
buen cocinero paisano de ellos y que lo estaban localizando para poder
invitarnos un almuerzo con un plato típico de su país. Pasaron varios días y
nos dimos cuenta que les estaba siendo muy difícil ubicar a su paisano, tanto
porque algunas veces en el comedor simulaban estar conversando entre ellos con
mucho interés para no mirar a nuestra mesa o, cuando era inevitable, nos
comunicaban por señas que pronto arreglarían nuestro almuerzo.
Fueron muy tranquilas y reparadoras las alrededor de tres semanas
pasadas en Sochi. Aparte de las visitas programadas, con Ana María, mi esposa, tratamos
de salir todos los días a caminar por la avenida principal hasta llegar al
centro de la ciudad. Una buena parte de nuestro recorrido era por las puertas
principales de otros sanatorios. Paseos realizados con abrigos, gorros de piel
y bufandas que duraban alrededor de hora y media de ida y vuelta. La
temperatura estaba siempre bordeando los cero grado, aunque alguna vez bajó
hasta unos 4 grados bajo cero. En esa ocasión pudimos pasar por una experiencia
insólita para peruanos. Caminar por las piedras de la playa, teniendo a un lado
el blanco de la espuma de las olas del mar y al otro los restos blancos de la
nevada de la noche anterior.
El 25 de diciembre visitamos con Ana María, una iglesia ortodoxa en el
balneario de Sochi, en el Mar Negro, a la cual pudimos acceder gracias a
gestiones de Galina. Lo habíamos hecho para orar en la Navidad aunque en esa
localidad rusa, como en el resto de la Unión Soviética, esa festividad
cristiana no era celebrada considerando la condición laica del Estado, pero
sobre todo, por la declaración de ateísmo de los integrantes del Partido
Comunista de la Unión Soviética, PCUS, el único partido existente y que
gobernaba ese país desde hacía 70 años (Ver crónica “Una navidad lejos de casa” del 19 de diciembre de 2014).
UNA COMIDA DE UZBEKISTÁN NOS RESULTÓ MUY FAMILIAR
Cuatro días después, los dos uzbekos se nos acercaron radiantes y nos dijeron
que al día siguiente sería el almuerzo. Que se serviría en su suite y que ya
habían conseguido la autorización de Galina, para que pudiera ingresar el
cocinero con la comida preparada.
A mediodía del día siguiente nos dirigimos a la suite. Una habitación
para cada uno, un baño común y una sala de estar con cómodos sillones y una pequeña
mesa redonda alrededor de la cual se habían acomodado ajustadamente seis
sillas: para los anfitriones, Galina, Andrei y Ana María y yo. Nos recibieron
con entusiasmo y casi inmediatamente nos invitaron a brindar. Ambos alzaron su
vaso con un cuarto de litro de vodka y lo secaron al instante, mientras que
Galina y Andrei tomaron la mitad, yo bastante menos y Ana María nada. Casi
inmediatamente, tocaron la puerta y entró el cocinero empujando un carrito que llevaba
la comida. Es un plato típico de nuestro país, van a quedar gratamente
sorprendidos, nos indicaron a través de Andrei. Y vaya que quedamos
sorprendidos…
Destapada la olla, Ana María y yo nos miramos. Estábamos viendo
nuestro conocido arroz con pollo. Y si alguna duda teníamos, se acabó cuando el
contenido se trasladó a nuestros platos y lo probamos. No quedaba duda: arroz
con el color amarillento que le da el palillo, pimientos, alverjitas y trozos de
pollo, cocinado en una olla de barro y sobre leña. Y el plato tenía el sabor de
esa comida preparada en el Perú. Lo sentimos bastante bueno, incluso
acrecentado por el hecho que teníamos tres semanas sin probar sazón peruana.
No hubo necesidad de traductor para que los dos dirigentes asiáticos se dieran
cuenta que nos había gustado.
Hubo luego un par de brindis colectivos con los cuales terminé mi
vaso, Galina y Andrei completaron de beber dos vasos, mientras los usbekos
terminaron de beber unos cinco vasos durante el almuerzo en que por cierto, repetimos
el arroz con pollo. La conversación –en que Andrei quedó agotado- hubo alguna
respetuosa referencia a nuestra visita a la iglesia, pero en todo caso, la
religión no fue un tema que nuestros anfitriones quisieron tratar. No pasaba
por sus mentes que veinte años después Taskent sería nominada como "capital
cultural del mundo islámico" por una publicación rusa, ya que es una
ciudad con gran número de mezquitas históricas e importantes lugares islámicos,
incluyendo la denominada Universidad Islámica.
No había ningún postre uzbeko previsto, pero la encargada de protocolo
había llevado chocolates con lo cual completamos el excelente almuerzo.
Nosotros no habíamos llevado nada de comer, pero sí les obsequiamos algunas
piezas de artesanía que siempre me acompañaban en los viajes para retribuir las
atenciones. Al despedirse, a través de nuestro joven traductor, los uzbekos nos
invitaron a brindar por el nuevo año en su suite, indicándonos que no
asistirían a la celebración del sanatorio.
UN CUARTO DE LITRO DE VODKA POR HORA…
Al día siguiente, 31 de diciembre, la comida fue especial incluyendo
por cierto caviar. A las 9 y 30 de la noche, en un amplio salón del sanatorio,
se inició la celebración por Año Nuevo, incluido un brindis con espumante. Casi
inmediatamente se inició la música bailable y no era raro que se bailara entre
mujeres solas u hombres solos, en parejas o grupos. En algún momento, un par de
matronas se acercaron con clara intención de sacarnos a bailar a Ana María y a
mí. La cara de susto que seguramente puse dada mi incapacidad para bailar, hizo
que mi esposa tomara a cada una por el brazo y se las llevara a bailar
juntándose con grupos de hombres y mujeres que celebraban así la proximidad del
nuevo año.
Poco después de las 11 de la noche, acompañados de Andrei, nos
dirigimos donde los uzbekos quienes nos recibieron entusiastas. Nos explicaron
que estaban brindando desde hacía algunas horas, ya que en la extensa Unión
Soviética había varios husos horarios. Las botellas de vodka vacías daban fe
que venían brindando cuando llegaban las 12 de la noche a las distintas zonas
soviéticas. A las 10 lo habían hecho con especial entusiasmo porque a esa hora
era medianoche en Uzbekistán y a las 11 por la república de Georgia. A la hora
que llegamos estaban esperando brindar a las 12 de la noche de Sochi. Pero
después que Andrei indicara que por estar trabajando sólo brindaría a las 12 de
la noche y Ana María que sólo tomaría agua, uno de nuestros anfitriones sacó de
una cómoda una nueva botella y la vació sirviendo tres vasos brindando conmigo
por todas las celebraciones anteriores, así que tuve que respirar tranquilo y
acabar mi vaso…
A las 12 de la noche de Sochi, que era la misma hora que en Moscú, fue
el brindis principal, abrazos incluidos. Pero seguimos conversando –por cierto
que a través del traductor- hasta que a la una de la mañana brindamos por Ucrania
y a las dos por París, Roma y Berlín. Cuando a las tres de la mañana terminamos
el brindis por Londres y vislumbrando que iban a seguir brindando por cada
punto del globo terráqueo, nos despedimos cordialmente de ellos y aunque
inicialmente no querían que nos retiráramos, algo que les dijo Andrei los hizo
desistir y se despidieron cordialmente.
En la mañana nos levantamos con esfuerzo considerando la amanecida y
luego de ducharnos estábamos a punto de dirigirnos al comedor cuando nos
tocaron la puerta. Debe ser Andrei para apurarnos porque no debemos llegar al
comedor más allá de las 8 y cuarto, pensamos. Nos equivocamos: eran los uzbekos
que señalando sus relojes decían Perú, Perú y me entregaban un vaso de vodka. A
las 8 de la mañana en Sochi era medianoche en el Perú. Prometiéndome comer más
que cualquier otro día en el desayuno para atenuar los efectos del trago,
brindé sonriendo con estos dos compañeros de sanatorio. Nunca había tomado
tanto vodka en tan pocas horas, ni nunca más lo haría…
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