viernes, 22 de mayo de 2015

CELEBRACIÓN SUCESIVA DE AÑO NUEVO (1987/88)

En diciembre de 1987, mi esposa y yo estábamos pasando unas semanas a orillas del Mar Negro en un “sanatorio” en el balneario de Sochi, ubicado en la entonces Unión Soviética. Como en otra oportunidad he explicado, no era para nada un hospital o clínica como el nombre podía sugerir. Más bien era un hotel de descanso, con algunos servicios médicos ambulatorios como odontología o fisioterapia y con posibilidad de dietas especiales para los huéspedes que las necesitaran. Además todos los días se organizaban paseos a lugares cercanos que podían tener atractivo turístico, gastronómico o paisajista. También había algunas prácticas deportivas con las limitaciones propias del invierno.

En Sochi había decenas de sanatorios, algunos del Partido Comunista de la Unión Soviética, PCUS, otros de diversos sindicatos, de todos los ministerios, de las distintas fuerzas armadas, etc. En el que nos alojamos era para dirigentes del partido aunque también para los presidentes y/o secretarios generales de partidos con los que el PCUS tenía relación y que, desde algunos pocos años antes, habían dejado de ser exclusivamente comunistas para extenderse a partidos socialistas o social demócratas. También era para hospedar dirigentes integrantes de las comisiones políticas de los partidos comunistas de los distintos países que integraban la Unión Soviética. Esto nos lo contó mientras nos acompañaba a nuestro primer almuerzo, Galina, la jefa de protocolo del sanatorio. Yo era secretario general del Partido Socialista Revolucionario del Perú y éramos invitados del PCUS.
 
NADIE IMAGINABA QUE CUATRO AÑOS DESPUÉS LA URSS NO EXISTIRÍA
 
Entre quienes estaban alojados en esos días se encontraban dos dirigentes de Uzbekistán con quienes hablamos a poco de llegar a través de nuestro traductor, Andrei. Con ellos y otros pocos dirigentes –de Siria y de Lituania- compartíamos a diario un pequeño comedor separado de uno enorme que albergaba a unos doscientos comensales. Los uzbekos no tenían ninguna referencia sobre el Perú. Les pasaba lo mismo que a nosotros, que salvo que era una república soviética asiática poco idea teníamos de Uzbekistán.
 
Conversando con ellos nos contaron con mucho orgullo que Taskent, capital de Uzbekistán, había celebrado recientemente –en setiembre de 1983- 2000 años de fundación. También nos enteramos era la cuarta ciudad más poblada de la Unión Soviética, después de las ciudades rusas de Moscú y Leningrado y de la capital de Ucrania, Kiev. Estaba terminando 1987 y no nos imaginábamos que Leningrado volvería a denominarse San Petersburgo cuatro años después. Mucho menos se nos podía ocurrir que los procesos de cambio impulsados por el presidente soviético Mijaíl Gorbachov y las consiguientes luchas internas en el PCUS culminarían con la desaparición de la URSS en 1991.
 
El crecimiento de Taskent, nos explicaría unos días después Galina, estuvo ligado a la Segunda Guerra Mundial. En esa época, frente al embate alemán, los soviéticos para preservarlas reubicaron las instalaciones industriales del oeste de Rusia y Ucrania en las cercanías de Taskent. Adicionalmente la ciudad fue donde se instalaron la mayoría de los migrantes comunistas alemanes y poblaciones rusa y ucraniana de las zonas más afectadas por la guerra. Como muchos de los refugiados quedaron allí, en algún momento rusos y ucranianos representaron más de la mitad de los residentes de Taskent. Después de guerra, se establecieron numerosas instalaciones científicas y tecnológicas en esa ciudad.
 
No tengo idea qué sucedería en los años siguientes con este par de dirigentes comunistas de Uzbekistán con los que conversábamos en Sochi. En todo caso, cuatro años después cuando la crisis que culminó con la mencionada desaparición de la Unión Soviética, hubo repúblicas como las bálticas que lucharon por su independencia, mientras que las de Asia Central – Uzbekistán entre ellas- no estaban muy convencidas.
 
Aunque formalmente Uzbekistán es hoy una república con régimen democrático, su actual presidente Islom Karimov, fue primer secretario del Partido Comunista de la antigua república soviética y fundador del Partido Popular Democrático de su país. En 1989 asumió la presidencia de la república socialista soviética de Uzbekistán y dos años después, en diciembre de 1991, fue elegido presidente de la república -ya no socialista ni soviética- de Uzbekistán por cinco años con 88 % de los votos. Un referéndum cuatro años después extendió su mandato hasta el 2000. En enero de ese año fue reelegido con 91,9 % de los votos. Un año después en un referéndum se amplió de cinco años a siete años la duración del mandato. El presidente Karimov fue reelegido por siete años en diciembre de 2007 con el 88 % de los votos y en marzo último fue reelegido una vez más con más del 90 % de los votos.
 
MUCHO FRÍO Y MUCHA TRANQUILIDAD
 
Pero regresemos a Sochi, a diciembre de 1987. Pocos días después de conocernos, al retirarse después de almorzar, los uzbekos se acercaron a nuestra mesa y contaron muy entusiasmados que sabían que en Sochi trabajaba un buen cocinero paisano de ellos y que lo estaban localizando para poder invitarnos un almuerzo con un plato típico de su país. Pasaron varios días y nos dimos cuenta que les estaba siendo muy difícil ubicar a su paisano, tanto porque algunas veces en el comedor simulaban estar conversando entre ellos con mucho interés para no mirar a nuestra mesa o, cuando era inevitable, nos comunicaban por señas que pronto arreglarían nuestro almuerzo.
 
Fueron muy tranquilas y reparadoras las alrededor de tres semanas pasadas en Sochi. Aparte de las visitas programadas, con Ana María, mi esposa, tratamos de salir todos los días a caminar por la avenida principal hasta llegar al centro de la ciudad. Una buena parte de nuestro recorrido era por las puertas principales de otros sanatorios. Paseos realizados con abrigos, gorros de piel y bufandas que duraban alrededor de hora y media de ida y vuelta. La temperatura estaba siempre bordeando los cero grado, aunque alguna vez bajó hasta unos 4 grados bajo cero. En esa ocasión pudimos pasar por una experiencia insólita para peruanos. Caminar por las piedras de la playa, teniendo a un lado el blanco de la espuma de las olas del mar y al otro los restos blancos de la nevada de la noche anterior.
 
El 25 de diciembre visitamos con Ana María, una iglesia ortodoxa en el balneario de Sochi, en el Mar Negro, a la cual pudimos acceder gracias a gestiones de Galina. Lo habíamos hecho para orar en la Navidad aunque en esa localidad rusa, como en el resto de la Unión Soviética, esa festividad cristiana no era celebrada considerando la condición laica del Estado, pero sobre todo, por la declaración de ateísmo de los integrantes del Partido Comunista de la Unión Soviética, PCUS, el único partido existente y que gobernaba ese país desde hacía 70 años (Ver crónica “Una navidad lejos de casa” del 19 de diciembre de 2014).
 
UNA COMIDA DE UZBEKISTÁN NOS RESULTÓ MUY FAMILIAR
 
Cuatro días después, los dos uzbekos se nos acercaron radiantes y nos dijeron que al día siguiente sería el almuerzo. Que se serviría en su suite y que ya habían conseguido la autorización de Galina, para que pudiera ingresar el cocinero con la comida preparada.
 
A mediodía del día siguiente nos dirigimos a la suite. Una habitación para cada uno, un baño común y una sala de estar con cómodos sillones y una pequeña mesa redonda alrededor de la cual se habían acomodado ajustadamente seis sillas: para los anfitriones, Galina, Andrei y Ana María y yo. Nos recibieron con entusiasmo y casi inmediatamente nos invitaron a brindar. Ambos alzaron su vaso con un cuarto de litro de vodka y lo secaron al instante, mientras que Galina y Andrei tomaron la mitad, yo bastante menos y Ana María nada. Casi inmediatamente, tocaron la puerta y entró el cocinero empujando un carrito que llevaba la comida. Es un plato típico de nuestro país, van a quedar gratamente sorprendidos, nos indicaron a través de Andrei. Y vaya que quedamos sorprendidos…
 
Destapada la olla, Ana María y yo nos miramos. Estábamos viendo nuestro conocido arroz con pollo. Y si alguna duda teníamos, se acabó cuando el contenido se trasladó a nuestros platos y lo probamos. No quedaba duda: arroz con el color amarillento que le da el palillo, pimientos, alverjitas y trozos de pollo, cocinado en una olla de barro y sobre leña. Y el plato tenía el sabor de esa comida preparada en el Perú. Lo sentimos bastante bueno, incluso acrecentado por el hecho que teníamos tres semanas sin probar sazón peruana. No hubo necesidad de traductor para que los dos dirigentes asiáticos se dieran cuenta que nos había gustado.
 
Hubo luego un par de brindis colectivos con los cuales terminé mi vaso, Galina y Andrei completaron de beber dos vasos, mientras los usbekos terminaron de beber unos cinco vasos durante el almuerzo en que por cierto, repetimos el arroz con pollo. La conversación –en que Andrei quedó agotado- hubo alguna respetuosa referencia a nuestra visita a la iglesia, pero en todo caso, la religión no fue un tema que nuestros anfitriones quisieron tratar. No pasaba por sus mentes que veinte años después Taskent sería nominada como "capital cultural del mundo islámico" por una publicación rusa, ya que es una ciudad con gran número de mezquitas históricas e importantes lugares islámicos, incluyendo la denominada Universidad Islámica.
 
No había ningún postre uzbeko previsto, pero la encargada de protocolo había llevado chocolates con lo cual completamos el excelente almuerzo. Nosotros no habíamos llevado nada de comer, pero sí les obsequiamos algunas piezas de artesanía que siempre me acompañaban en los viajes para retribuir las atenciones. Al despedirse, a través de nuestro joven traductor, los uzbekos nos invitaron a brindar por el nuevo año en su suite, indicándonos que no asistirían a la celebración del sanatorio.
 
UN CUARTO DE LITRO DE VODKA POR HORA…
 
Al día siguiente, 31 de diciembre, la comida fue especial incluyendo por cierto caviar. A las 9 y 30 de la noche, en un amplio salón del sanatorio, se inició la celebración por Año Nuevo, incluido un brindis con espumante. Casi inmediatamente se inició la música bailable y no era raro que se bailara entre mujeres solas u hombres solos, en parejas o grupos. En algún momento, un par de matronas se acercaron con clara intención de sacarnos a bailar a Ana María y a mí. La cara de susto que seguramente puse dada mi incapacidad para bailar, hizo que mi esposa tomara a cada una por el brazo y se las llevara a bailar juntándose con grupos de hombres y mujeres que celebraban así la proximidad del nuevo año.
 
Poco después de las 11 de la noche, acompañados de Andrei, nos dirigimos donde los uzbekos quienes nos recibieron entusiastas. Nos explicaron que estaban brindando desde hacía algunas horas, ya que en la extensa Unión Soviética había varios husos horarios. Las botellas de vodka vacías daban fe que venían brindando cuando llegaban las 12 de la noche a las distintas zonas soviéticas. A las 10 lo habían hecho con especial entusiasmo porque a esa hora era medianoche en Uzbekistán y a las 11 por la república de Georgia. A la hora que llegamos estaban esperando brindar a las 12 de la noche de Sochi. Pero después que Andrei indicara que por estar trabajando sólo brindaría a las 12 de la noche y Ana María que sólo tomaría agua, uno de nuestros anfitriones sacó de una cómoda una nueva botella y la vació sirviendo tres vasos brindando conmigo por todas las celebraciones anteriores, así que tuve que respirar tranquilo y acabar mi vaso…
 
A las 12 de la noche de Sochi, que era la misma hora que en Moscú, fue el brindis principal, abrazos incluidos. Pero seguimos conversando –por cierto que a través del traductor- hasta que a la una de la mañana brindamos por Ucrania y a las dos por París, Roma y Berlín. Cuando a las tres de la mañana terminamos el brindis por Londres y vislumbrando que iban a seguir brindando por cada punto del globo terráqueo, nos despedimos cordialmente de ellos y aunque inicialmente no querían que nos retiráramos, algo que les dijo Andrei los hizo desistir y se despidieron cordialmente.
 
En la mañana nos levantamos con esfuerzo considerando la amanecida y luego de ducharnos estábamos a punto de dirigirnos al comedor cuando nos tocaron la puerta. Debe ser Andrei para apurarnos porque no debemos llegar al comedor más allá de las 8 y cuarto, pensamos. Nos equivocamos: eran los uzbekos que señalando sus relojes decían Perú, Perú y me entregaban un vaso de vodka. A las 8 de la mañana en Sochi era medianoche en el Perú. Prometiéndome comer más que cualquier otro día en el desayuno para atenuar los efectos del trago, brindé sonriendo con estos dos compañeros de sanatorio. Nunca había tomado tanto vodka en tan pocas horas, ni nunca más lo haría…

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