viernes, 19 de diciembre de 2014

UNA NAVIDAD LEJOS DE CASA (1987/88)

Era la Nochebuena. Acostumbrados a cenar en familia a las 11 de la noche del 24 de diciembre, siempre nos había parecido exótico la exhibición de adornos navideños con nieve, no sólo porque en esos días se iniciaba el verano en Lima y el Callao, sino porque en nuestras ciudades nunca ha nevado y la temperatura más baja que recuerdo ha sido 12 grados Celsius, claro que con bastante humedad. Sin embargo esa noche de 1987, por primera vez en nuestras vidas, Ana María y yo recibíamos la Navidad mirando nieve a través de las ventanas de nuestro dormitorio.

Normalmente a las 11 de la noche cenábamos acompañados de nuestros hijos en casa de mis suegros donde también estaban los hermanos de Ana María y sus familias. A las 12 y 30 de la noche salíamos hasta la casa de alguna de mis hermanas, allí donde se encontraba mi madre, mis hermanas, sobrinos y cuñados y luego de saludarlos los acompañábamos a tomar chocolate caliente, costumbre que sin embargo, no se me ocurría exótica. Pero en esa ocasión nos encontrábamos los dos solos y ya habíamos comido cuatro horas antes. Faltaban pocos minutos para saludarnos por Navidad y por primera vez desde 1974 no teníamos cerca hijos para abrazar. No se distinguía ninguna ventana de la ciudad iluminada con luces intermitentes. Tampoco habíamos visto esa tarde en nuestro paseo habitual de un par de kilómetros de ida y otros de vuelta ningún arreglo con árboles, estrellas, nacimientos y mucho menos figuras de Papá Noel.
 
LOS SANATORIOS ERAN HOTELES DE DESCANSO NO HOSPITALES
 
Estábamos en Sochi, un balneario al borde del Mar Negro, en la víspera del 25 de diciembre, aunque ese día sería otro día laboral normal en esa ciudad como en el resto de la entonces existente Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, URSS. Tampoco había en ninguna iglesia la misa cerca de la medianoche conocida como Misa de Gallo.
 
Como había ocurrido seis años antes me encontraba alojado en un sanatorio pero a diferencia de esa oportunidad ya no me sorprendió el nombre (ver crónica “Sorprendidos por costumbres extrañas” del 23 de mayo de 2014). Cuando nos dijeron que viajaríamos a un sanatorio en el Mar Negro ya sabía que no era ningún hospital sino un hotel de descanso, con actividades de recreación y con algunos servicios médicos de carácter ambulatorio como el de odontología o de fisioterapia recomendados en el chequeo médico que nos habían hecho al llegar a Moscú. Las instalaciones estaban al borde del mar pero, como era diciembre y no julio como en la visita anterior, no hubo oportunidad de bañarse en la playa. Sí alguna vez caminar con abrigo por las piedras de la orilla teniendo a un lado el blanco de la nieve y al otro el blanco de la espuma del mar.
 
Este sanatorio era algo más “exclusivo” que aquel en el que me había alojado antes, ya que además de habitaciones habían suites para alojar a los presidentes y/o secretarios generales de partidos con los que el Partido Comunista de la Unión Soviética, PCUS, tenía relación que, como ya he señalado en alguna otra crónica, habían dejado de ser exclusivamente comunistas para extenderse a partidos socialistas o social demócratas. También para altos dirigentes de los partidos comunistas de los distintos países que integraban la Unión Soviética. En esos días estaban alojados dirigentes de partido comunista de Siria, así como dirigentes de Lituania y Uzbekistán. Además de un gran comedor con mesas para cuatro, seis u ocho personas y que fácilmente podía albergar a unas doscientas personas, había un comedor pequeño con no más de seis mesas que no estaban totalmente ocupadas. Cuando llegamos encontramos que en una mesa estaba el dirigente sirio con su hija quienes se fueron pocos días después. En otra se ubicaban un dirigente lituano con su esposa y una dirigente de su mismo país. Otra mesa la ocupaban dos dirigentes uzbecos. Y en otra nosotros dos, acompañados de nuestro traductor Andrei, hijo de un diplomático soviético y joven estudiante de Relaciones Internacionales que nos acompañaba desde que salimos del avión que nos había trasladado desde Lima a Moscú.
 
BUSCANDO UNA IGLESIA DÓNDE REZAR
 
Pero regresemos a la Nochebuena. Sabíamos que para nuestros hijos era aun las 4 de la tarde y que estarían ansiosos por la llegada de la medianoche aunque extrañándonos, pero seguramente no tanto como nosotros a ellos. Al día siguiente, a la hora del desayuno, Andrei nos saludó por la Navidad. Él sabía lo que la fecha significaba para los católicos y -como nos diría días después- en los más de 30 días que nos acompañó, terminó conociendo nuestras creencias y gustos más que las de sus padres que por sus trabajos, sólo veía contados días al año. Como casi siempre se sentaba en nuestra mesa Galina, la encargada de protocolo del sanatorio, Andrei se encargó de explicarle el significado de ese día y trasmitirle el pedido de Ana María: quería pasar por una iglesia para rezar ese día.
 
Galina interrumpió su desayuno y se puso inmediatamente en acción. Antes que termináramos con el nuestro, regreso sonriente y nos explicó que si bien en Sochi no había iglesias católicas, en la tarde podíamos ir a una iglesia ortodoxa, lo que le agradecimos cordialmente. La diligente funcionaria si bien no tenía ninguna creencia religiosa, seguramente tenía información sobre la Navidad por parte de algún conocido que profesara el cristianismo ortodoxo.
 
Mientras nos dirigíamos hacia nuestras habitaciones, una de las lituanas con la que compartíamos el comedor se nos acercó y a través de Andrei le contó muy animadamente a Ana María que ella tenía formación familiar católica y entendía la importancia del 25 de diciembre. Era dirigente del Partido Comunista de Lituania, país que era parte de la Unión Soviética desde 1940 y que a partir 1990 volvió a ser independiente y hoy incluso pertenece a la Unión Europea, aunque estos sucesos nadie los imaginaba en diciembre de 1987. Por cierto, hoy se conoce que casi el 80 % de la población de Lituania es católica. De hecho, ese pequeño país es el único de los tres países bálticos que conformaban la URSS con mayoría católica, ya que en Letonia hay más cristianos ortodoxos o evangélicos luteranos que católicos y en Estonia más de las tres cuartas partes de la población declara no pertenecer a ninguna religión.
 
De los dos usbekos no recibimos ningún comentario, a pesar que también se habían enterado de nuestro pedido. Su cultura era distinta y si había algún conocimiento religioso era sobre el Islam ya que después de su independencia al desintegrarse la Unión Soviética en 1991, los censos muestran que el 90% de la población es musulmana sunita. Pocos días después tendríamos oportunidad de conversar con los usbekos no sobre la Navidad sino sobre el Año Nuevo, que resultó ser el que más veces brindé a las 12 de la noche… pero eso será motivo de otra crónica.
 
A las cuatro de la tarde nos dirigimos en auto a una iglesia ortodoxa en el centro de Sochi. Al subir reconocimos al conductor y le preguntamos -a través de nuestro joven traductor- si ese no era el auto que dos días antes mientras retrocedía había frenado en seco produciendo gran ruido y quedado a menos de tres centímetros de estrellarse con otro. El tipo acepto y contó que un colega que lo estaba guiando se distrajo por un momento y luego dio un grito desesperado para que se detuviera. Se rió mucho al acordarse del episodio pero dijo al mismo tiempo que en aquel momento tembló de miedo. No nos contó -ni nosotros le dijimos que lo habíamos visto- que al bajar del auto y mirar lo cerca que había estado de chocar se santiguó repetidamente mientras que decía algo en ruso que sin necesidad de traductor estábamos seguros que era alguna frase parecida a un “Gracias a Dios”.
 
Cuando llegamos, Andrei y, por cierto el chofer, se negaron cortésmente a ingresar con nosotros al templo señalando que no eran creyentes. Entramos a rezar, Ana María lo hizo por más tiempo que yo, y luego nos dedicamos a recorrer la iglesia que estaba absolutamente desierta y bastante oscura. Comentamos entre los dos que era la Navidad más extraña que habíamos vivido aunque nos cuidamos de repetirlo al salir del recinto. Poco después nos enteraríamos que no era habitual que la iglesia se abriera en día de semana y que Galina había hecho alguna gestión especial para nuestra visita.
 
DE VISITA EN EL VATICANO ORTODOXO
 
No era sin embargo la primera iglesia que visitábamos. Nuestro primer domingo en Moscú, fue a recogernos al hotel a mediodía un joven diplomático de la embajada peruana, Manuel Torres, a quien había conocido un mes antes, con ocasión de la celebración de los 70 años de la revolución de Octubre. El y su esposa Olga nos llevaron en su auto a Zagorsk, una pequeña ciudad que quedaba a menos de dos horas de viaje. Nos resultó realmente impresionante llegar. Era literalmente la ciudad de las iglesias, ya que había muchas que correspondían a la diversidad de la arquitectura religiosa ortodoxa rusa a partir del siglo XV. También existía un seminario dependiente del patriarcado ortodoxo de Moscú. En alguna publicación leí que era una especie de “Vaticano” de la iglesia ortodoxa.
 
Había mucha gente caminando por las calles de esta especie de “isla religiosa” en un Estado no sólo laico sino cuyos dirigentes por formación filosófica eran ateos. Además las ceremonias se realizaban sin apresuramientos ya que no necesitaban ceñirse al horario señalado por el Estado como en otras ciudades de la URSS. Una buena parte de los caminantes eran turistas interesados en visitar algo que no esperaban hallar en la Unión Soviética. Pero no eran muchos menos los creyentes que tenían en común ser personas ya bastante mayores.
 
En los templos a los que entramos nos llamó la atención el fervor de los que rezaban persignándose varias veces y haciendo reiteradas reverencias. Por cierto que la forma de santiguarse era distinta a la que conocíamos, ya que primero se tocaban el hombro derecho y luego el izquierdo a diferencia de la usanza católica que primero se toca el hombro izquierdo y luego el otro. También sorprendía la poca iluminación y el fuerte olor de la cera de las velas que se mezclaba con el del incienso. Estuvimos más de tres horas visitando templos previo almuerzo en un pequeño restaurante de la ciudad.
 
En el viaje de regreso conversamos sobre el hecho que la pequeña ciudad de Zagorsk era totalmente atípica, ya que en Moscú u otras ciudades grandes o pequeñas los templos eran muy poco concurridos, fenómeno que en ese momento –diciembre de 1987- nos pareció irreversible. Pero sobre todo conversamos sobre la belleza arquitectónica de las iglesias visitadas. Hay que considerar que en las tres oportunidades anteriores que había estado en la capital soviética nunca había observado ingresos masivos a los templos cristianos ortodoxos, como sí lo había visto en templos católicos de Varsovia y en Cracovia en una visita a Polonia realizada nueve años atrás que en otra crónica relataré.
 
LA GENTE VOLVIÓ A LOS TEMPLOS
 
Unos meses después, a fines de junio de 1988, un domingo a mediodía llegué de tránsito a Moscú. Venía de una reunión en Berlín Este y mi vuelo a Lima saldría el lunes en la noche. Me recibió en el aeropuerto mi amigo Anatoly a quien le había avisado telefónicamente mi paso por su ciudad. Era el funcionario del departamento de asuntos internacionales del PCUS encargado de las relaciones con partidos de varios países latinoamericanos. Lo conocí con ocasión de las celebraciones de noviembre de 1987, desarrollamos mutua simpatía y fue el responsable del viaje con mi esposa que incluyó la estancia en el Mar Negro que en párrafos anteriores he relatado. Las circunstancias por las que se produjo esa invitación son para desarrollarlos en toda una crónica que en otro momento relataré.
 
Anatoly me recogió, conversamos mucho en el camino, almorzamos juntos en el hotel del PCUS donde me alojó y antes de despedirse con la promesa de vernos al día siguiente me presentó a Marina, quien sería mi traductora en las siguientes treinta horas. Te he preparado un programa que hubiese sido imposible antes de la “perestroika” y estoy seguro que te va a gustar, me dijo sonriente al despedirse.
 
Con Marina esa tarde recorrí tres o cuatro templos ortodoxos en Moscú, algunos de imponente arquitectura y con altares e íconos relucientes y muy bonitos. Pero lo que más me impresionó no fueron las construcciones y los objetos de los templos, sino la gran cantidad de gente que entraba y salía de ellos. Se veía familias completas con niños pequeños, parejas o grupos jóvenes y extrañamente militares… Como me explicó la traductora, esos días eran especiales, ya que se habían iniciado las celebraciones por los “Mil años de cristianismo en Rusia” que había dejado de ser una celebración puramente religiosa y a cargo de la autoridades de la Iglesia Ortodoxa Rusa, para convertirse en motivo de orgullo nacional recogido en los distintos medios de comunicación que controlaba el Partido Comunista de la Unión Soviética.
 
NO NOS IMAGINÁBAMOS QUE VIVÍAMOS LOS ÚLTIMOS AÑOS DE LA URSS
 
El repentino aumento de la concurrencia a los templos en sólo unos seis meses, lo conversé con Manuel Torres esa noche. Nos extendimos sobre los rápidos cambios de la URSS a partir de las políticas implementadas por Mijail Gorbachov. En la tarde, antes de iniciar el recorrido por los templos, había llamado por teléfono al joven diplomático peruano, para encontrarnos a tomar un café. Mientras hablábamos entusiastamente de las reformas emprendidas por el líder soviético, ninguno se imaginaba que el impulso reformista y democratizador acabaría tres años después con la URSS y dejaría fuera del poder al propio Gorbachov.
 
Al día siguiente cominos con Anatoly en el hotel del partido. El comedor estaba casi vacío aunque faltaba poco para comenzar la época en que se llenaba de dirigentes políticos extranjeros. Me acompañó al aeropuerto y cuando nos despedimos, suponíamos ambos que nos volveríamos a ver, como efectivamente pasó en octubre de 1990. Pero no nos imaginábamos que ese nuevo encuentro sería clandestino ni que en el almuerzo en el hotel del partido estaríamos rodeados de mesas ocupadas por bulliciosos turistas de varias partes del mundo que no tenían ni idea que el elegante hotel “Octubre” era también el hotel del partido comunista soviético (ver crónica “De tránsito por un país que no existe” del 21 de febrero de 2014).
 
 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario