Estaba tomándome un café en el Haití de
Miraflores cuando vi entrar con su habitual parsimonia a Francisco Milla Meiggs
quien cuando miró hacia donde me encontraba con Ana María, se acercó sonriente
para saludarnos. Le di un fuerte abrazo y le presenté a mi esposa. Cruzamos
unas cuantas palabras, ya que iba a encontrarse con alguien que le había
pasado la voz desde una mesa apenas ingresó al local. Cuando se despidió, mi
esposa me preguntó de dónde lo conocía. Del colegio fue mi respuesta. ¿Qué
curso te enseñaba? me preguntó…Sonreí cuando al enterarse que era un compañero
de estudios, Aña María me aseguró que representaba por lo menos diez años más
que los que yo tenía.
La impresión de mi esposa pude corroborarla poco
después. En el verano de 1991, tuve unas reuniones en las oficinas de San
Isidro de un empresario que estaba empeñado en sacar un periódico y que contaba
con que José María Salcedo y yo podíamos ayudarlo en la concepción primero y
luego en la dirección periodística. Dicho sea de paso el proyecto periodístico nunca
se concretó.
LAS CANAS DE PANCHO ME HICIERON GANAR UN
ALMUERZO
Al final de una mañana, desde un gran
ventanal en el segundo piso de esas oficinas, distinguí a Pancho que se dirigía
hacia el local donde estábamos. Francisco Milla Meiggs, dije en voz alta.
¿Conoces al tío? me preguntó uno de ellos. Desde hace buen tiempo les dije.
Entonces sácanos de una duda que tenemos hace tiempo ¿cuántos años tendrá? Como
yo meses después cumpliría 49 años y
Pancho quizás era un año mayor les dije que no pasaba de los 50 años. Te
equivocas por lo menos en 10 años, me dijo uno de mis interlocutores y añadió que quien se acercara más a la
verdadera edad sería el invitado en el almuerzo. Trato hecho repliqué.
Cuando salimos al pasillo, mi compañero de
colegio terminaba de subir lentamente las escaleras. Me acerqué y nos dimos un
abrazo sonriendo. Intercambiamos algunas palabras y les comentó a los demás que
no esperaba encontrar en esas oficinas a un compañero de promoción del colegio.
Luego Pancho me dijo que estaba allí “como siempre por negocios”, mientras se
dirigía a la oficina de un socio de mi amigo. Bueno le dije yo estoy aquí porque
me van a invitar el almuerzo…
Si bien este amigo empresario se dedicaba a
la industria metal mecánica se había especializado en máquinas para la
industria pesquera y por eso conocían a Pancho Milla quien creo se dedicaba a negocios
vinculados a la comercialización de productos pesqueros. Mientras almorzábamos,
me explicaron que lo conocían por lo menos desde diez años antes ya
prácticamente con todo el cabello blanco
y que por su caminar cansino y por su lenta forma de conversar, si bien
algunos pensaban que superaba los 60 años otros le echaban no menos de 65. La
duda que tenían sobre su edad desde que lo conocían obedecía a que por algunas
conversaciones o tenía menos edad o era un “viejo verde”.
CAMBIABA DE AUTO COMO DE CAMISA
Unos dos o tres meses después me lo encontré
en el Haití. Don Pancho es un placer encontrarlo, le dije y ante su mirada
extrañada y le comenté riendo cómo había ganado el almuerzo el día de nuestro
último encuentro. Y luego de conversar sobre compañeros de colegio y decirle
que debía ir a alguna de las reuniones de la promoción que veníamos realizando
desde unos ocho años atrás, recordé que ese día llegó a pie a las oficinas y le
pregunté: ¿chocaste otro auto?. No me dijo hace tiempo que no me estrello, lo
que pasa es que vivo muy cerca de esa empresa.
Lo que pasaba es que en los 10 ó 15 años
anteriores en que me encontraba casualmente con él en ese café o en el otro
Haití que quedaba en la Plaza de Armas, más de una vez lo encontré magullado
por haber chocado su auto que generalmente era nuevo. Aunque nunca lo vi
manejar, Pancho me contaba que le gustaba ir a velocidad, especialmente cuando
lo hacía en carretera que recién después de ganar el almuerzo asumí que podían
ser viajes a Chimbote, a unos 400 kilómetros al norte de Lima y el principal puerto
pesquero del país… Cambiaba de carro no sólo porque le gustaba tener autos
nuevos sino porque sus choques generalmente significaban “pérdida total”.
Pero más allá de sus aficiones por la
velocidad, en la época que bordeábamos la media centuria –y desde muchos años
antes- Pancho lucía no sólo un aspecto de persona mayor sino su trato era de
parsimonia total. Al conversar con él yo me acordaba de nuestros años escolares
en que Pancho caminaba con César Huarachi y Víctor Raúl Anto y creo que
Federico Tobaru, de nuestra misma sección “A”, y Manuel Chinén de la “B”.
Entiendo que eran del mismo barrio. En ese grupo Anto y Milla eran de hacer
bromas, burlarse de otros y reír permanentemente. Y mis recuerdos de ese Pancho
eran muy distintos del sosegado personaje con quien hablaba a principios de los
90. Lo mismo sucedió con quienes se encontraron con Anto y descubrieron a un
respetado y muy bien considerado catedrático universitario aunque manteniendo
el mismo espíritu burlón en las conversaciones amicales.
SOLTERO PERO NO FANÁTICO
Aunque me había hecho la idea de ubicarlo
para llevarlo a alguna de las reuniones de la promoción, no tuve oportunidad de
ver nunca la cara de asombro de mis compañeros por el aspecto bastante mayor de
Pancho. A finales de los 90 me enteré que había fallecido poco después que su
madre con quien vivía. Cuando pregunté por su familia y me dijeron que murió
soltero no pude evitar de recordar que alrededor de 1975 me lo había encontrado
en un ascensor en un edificio de San Isidro que tenía muy pocos departamentos.
Él estaba solo y yo acompañaba a un matrimonio amigo que vivía allí. Nos
saludamos cordialmente y les hizo a mis amigos una respetuosa venia.
Apenas ingresamos al departamento mis amigos
me dijeron: Por fin podremos conocer algo de la pareja misteriosa y me
preguntaron qué sabía de la persona que había saludado. Les dije que era mi
compañero de colegio –lo que les llamó la atención porque lo consideraban
mayor- que creía que tenía algunos negocios de exportación y que se había
estrellado en autos nuevos varias veces. Bueno, me explicaron, nosotros
consideramos a él y a su esposa, novia o conviviente como pareja misteriosa
porque siempre llega al final de la tarde los días de semana o en las mañanas
los sábados y domingos, pero nunca amanece acá…
Hubo ocasión de comentar con Pancho nuestro
encuentro en el ascensor. Parco como era resultaba imposible tratar con él
temas tan personales… Sólo atiné a comentarle que mis amigos me habían
mencionado que acudía con frecuencia al edificio. El comentario resultante fue
algo así que como hay casados con costumbres de solteros, puede haber algún
caso de soltero con costumbres de casado…
Magnífica reseña e interesante el personaje. Casi un misterio, porque finalmente murió soltero y quizá solitario. De pronto llevaba una carga pesada de frustraciones que no podía revelar y que nadie pudo suponer. Creo que todos tenemos un "Pancho" en nuestras vidas. Me encantó.
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