lunes, 29 de octubre de 2012

EN SUIZA EL TAXI COSTÓ CINCO CENTAVOS (1964)

A fines de agosto de 1964 viajé por primera vez a Europa, para participar entre setiembre y octubre durante cerca de cincuenta días en un seminario para unos 25 dirigentes demócratas cristianos de unos catorce países de América Latina, que se iniciaría con unas cuatro semanas en Alemania Federal, unos cinco o seis días repartidos en grupos en Austria, Holanda o Francia, cuatro días más entre Bélgica y Luxemburgo y una semana final en Italia.
 
Por el Partido Demócrata Cristiano del Perú viajamos Edwin Masseur y yo. Casado y padre de dos niños, abogado, unos siete años mayor que yo, Edwin era una persona bastante talentosa. No tenía gran amistad con él pero en ese viaje tuvimos una muy buena relación y nos complementábamos cuando era necesario hablar sobre la situación de nuestro país y del partido. Aunque no lo conocía antes de ingresar a la DC, alguna vez conversando habíamos descubierto que nuestros padres se conocían, al constatar ambos que ellos habían tenido de jóvenes un amigo con el nombre del otro. Justamente Edwin Masseur y Alfredo Filomeno, nuestros padres de los cuales habíamos heredado el nombre, se reencontraron luego de muchísimos años cuando, junto con nuestras familias, nos despedían en el Aeropuerto Jorge Chávez que ya estaba funcionando, pese a que su inauguración oficial sería el siguiente año.

Fue un viaje cansado, ya que el avión de la línea venezolana VIASA, hizo paradas en Bogotá, Curazao, Caracas, Lisboa y Madrid, antes de llegar a Milán donde debíamos cambiar de avión para dirigirnos a Bonn. Cansado pero bastante vigorizante porque a cada rato las azafatas nos alcanzaban bandejas con desayuno, almuerzo o comida, además de algunos bocadillos, de acuerdo a los distintos horarios que tenían los países a los que llegábamos o de los que partíamos.

VISITA INESPERADA A MILÁN
Al desembarcar en Milán nos esperaba un funcionario de KLM, empresa creo que estaba asociada con VIASA para los vuelos europeos. Allí nos dimos cuenta que en el mismo avión también habían llegado dos colombianos que participarían del seminario, ya que también a ellos los aguardaba. El funcionario nos dijo que había un problema. Nuestro vuelo a Bonn partía en dos horas, tiempo razonable para hacer intercambio de aviones, sino fuera porque al expedir los billetes no se dieron cuenta que la salida era desde un aeropuerto distinto.

Creo que eran como las diez de la mañana y nuestro vuelo debía salir a las doce y llegar a la una de la tarde a Bonn. Nos dijeron que para llegar lo más pronto a nuestro destino, en lugar de esperar el vuelo de mediodía del día siguiente, nos embarcarían a Zurich a las siete de la noche y saldríamos a las 8 de la mañana del día siguiente a Bonn. Por cierto, nos explicaron, KLM se encargaría de nuestros traslados al otro aeropuerto de Milán, así como los traslados, la comida, alojamiento y desayuno en Zurich.

Nos contaron esto mientras esperábamos el equipaje en una cafetería del aeropuerto y tomábamos el tercer desayuno del día, ya que lo habíamos hecho antes de aterrizar en Lisboa y antes de llegar a Milán. Llegadas las maletas las pusieron en una camioneta y nos dijeron que nos llevarían a sus oficinas en la ciudad donde podríamos dejarlas y dedicarnos a pasear unas tres o cuatro horas por la ciudad antes de salir para el otro aeropuerto.

Esa inesperada descoordinación no sólo sirvió para poder estirar las piernas después de un viaje largo. Aunque fueron muy pocas horas, pudimos llegar al Duomo, la hermosa catedral de la ciudad y subir las escaleras hasta llegar al techo para contemplar la ciudad. Esa imponente construcción demoró casi siete siglos en construirse y su última puerta sería inaugurada poco más de cuatro meses después de nuestra visita. Al lado, estaban la imponente galería de Vittorio Emanuele, cubierta con grandes cúpulas de vidrio con tiendas y elegantes cafés. Al entrar en la galería no pude dejar de pensar en el Paseo del Correo de Lima, galería del mismo estilo aunque de menor extensión y por cierto que mucho menos cuidada.

En nuestra caminata por el centro de Milán nos pasamos de largo la Scala. Cuando a nuestras espaldas escuchamos los comentarios entusiastas de unas personas con las que acabamos de cruzarnos y los vimos contemplar un edificio, retrocedimos para comprobar que era el teatro de ópera famoso por sus excelentes representaciones y seguramente por su excelente disposición interna, pero que al pasar por la calle lo habíamos visto como un pequeño edificio más.

Después volvimos a las oficinas de KLM a tiempo para irnos al aeropuerto, embarcarnos y llegar a Zurich luego de un vuelo bastante corto. Allí los funcionarios de línea aérea nos pagaron el taxi al hotel a los colombianos y a nosotros. Además indicaron que al día siguiente tomáramos taxis en el hotel, los pagáramos y que en su mostrador nos rembolsarían lo gastado. Por cierto que fue Edwin quien atendió las indicaciones en inglés, debido a que yo no entendía nada.

Llegamos al hotel para instalarnos, comer algo en el restaurante antes que cerraran, salir para caminar algunas cuadras y regresar a dormir. Caímos rendidos.

UN SOL PERUANO BRILLABA Y VALÍA MÁS QUE OTRAS MONEDAS
Al día siguiente muy temprano, luego del desayuno en el hotel, subimos a un taxi para ir al aeropuerto. Al llegar y viendo el taxímetro que marcaba el costo calculamos, convirtiéndolo a dólares, que era carísimo. Como Edwin había cambiado algo de dinero la noche anterior, sacó su monedero para pagar con billetes y monedas de francos suizos. Cuando volteó el monedero, vimos que el chofer quedó contemplando embobado a un reluciente y dorado sol peruano, de gran tamaño comparado con las monedas de dólares y francos suizos que lo rodeaban. Se negó a recibir el pago en francos, para señalar sonriente que era el sol peruano lo que quería.

No hubo forma de hacer entender al suizo que esa moneda no llegaba a valer ni cuatro centavos de dólar. Edwin trataba de decirle que valía muchísimo menos de lo que costaba el servicio que nos había prestado. Pero el chofer se encaprichó y no quedó otra cosa que darle el sol que lo había encandilado.

No fue la única vez que subimos a un taxi en esa gira europea, sí la única que pagamos. Los otros viajes en taxi sólo los realizamos por cuenta de los anfitriones. Y al ver los taxímetros y hacer las respectivas conversiones, nos dábamos cuenta que en esos países era carísimo viajar en taxi.

En 1964 el colectivo de la plaza San Martín a Miraflores por la avenida Arequipa costaba dos soles cincuenta y dos soles si uno se bajaba antes de la avenida Javier Prado. Dos soles también costaba el colectivo a Pueblo Libre y dos soles cincuenta a Magdalena por la avenida Brasil. Un taxi entre dos puntos del cercado de Lima podía costar seis soles y unos treinta o más para ir al nuevo aeropuerto.

Pero esa mañana en Zurich, nosotros pagamos sólo un sol por ir al aeropuerto… Y por cierto hay que decirlo: no hubo forma que los funcionarios de la compañía de aviación entendieran lo que quiso explicar Edwin y nos dieron en dólares lo que tenían establecido por el trasporte del hotel al aeropuerto, por lo que no tuvimos más remedio que dividirnos el reintegro entre los dos...


No hay comentarios.:

Publicar un comentario