A un mes del bicentenario patrio me transporto casi 69 años atrás y me veo con diez años escuchando a mi padre recordando el centenario de la independencia del Perú. Sería el 30 o 31 de julio de 1952 y esa mañana, habíamos partido desde el local de la gran unidad escolar Tomás Marsano en Surquillo para iniciar un viaje al norte del país. Trujillo y Chiclayo serían las ciudades para visitar de veintitantos alumnos del quinto año de Secundaria de ese colegio -de 17 a 19 años la mayoría- a quienes acompañaban mi padre y un auxiliar de educación.