Una noche de octubre o noviembre de 1962, Federico Velarde -Fico- y yo llegamos al final de la octava cuadra del jirón Camaná y volteamos a la izquierda por la Colmena para caminar unos cuarenta metros y llegar a “Las papas fritas”. No habría problemas en entrar a ese restaurante bastante caro para sólo consumir un par de tazas de café, ya que después de medianoche el local -además de dos o tres grupos de habituales comensales que hacían largas sobremesas- siempre tenía mesas vacías. Cuando estábamos por entrar, se abrió una de las puertas y salió una persona que quedó mirando con sorpresa a Fico, le hizo una especie de venia y esbozando una sonrisa, le dijo con inconfundible dejo chileno “Hola Pancho”.